Crisi climática

Carreteras blancas y menos trabajos al aire libre: así se prepara Europa para los veranos del futuro

La crisis climática, cada vez más visible en el Viejo Continente, exigirá medidas contundentes para hacer frente a fenómenos extremos

BarcelonaLa crisis climática ha caído a plomo sobre Europa esta semana. Londres ha llegado por primera vez a los 40 ºC, mientras Francia se ha visto asolada por fuegos de una intensidad sin precedentes e Italia ha sufrido la peor sequía en 70 años. El verano pasado fueron las inundaciones históricas en Alemania, y hace ya algunos veranos que los incendios en el Mediterráneo muestran una virulencia y una extensión inusitadas. Han llegado antes de lo que muchos se esperaban, pero científicos y meteorólogos ya no tienen dudas al atribuir estos episodios a la emergencia climática. También alertan que serán cada vez más frecuentes en el futuro. Parar las emisiones de gases de efecto invernadero es urgentísimo. Pero, aunque lo hiciéramos ya y del todo, impactos climáticos como estos seguirán produciéndose. Por este motivo, Europa tiene que adaptarse a una nueva realidad climática. Nuevas tecnologías y nuevos materiales para combatir las olas de calor en las ciudades, mejores sistemas de alerta rápida para los acontecimientos extremos, cambios en la gestión del agua, del suelo y de los bosques. La lista de tareas pendientes es larga en un continente poco acostumbrado a los fenómenos meteorológicos extremos.

“Habrá cambios sustanciales” para adaptar Europa a la crisis climática, dice Tabea Lissner, jefa de adaptación y vulnerabilidad de Climate Analytics, y precisamente por eso “hace falta que estos cambios se planifiquen de forma participativa para que sean aceptados por la población y tengan en cuenta a los más vulnerables”.

El día que Rusia invadía Ucrania, el 24 de febrero, la Unión Europea aprobaba su estrategia de adaptación climática, que, según Lissner, es una “muy buena guía para los gobiernos que aborda los diferentes ámbitos que habrá que adaptar”. Pero es solo esto, una guía, porque las políticas de adaptación tienen que ser descentralizadas, si bien las realidades que hay que adaptar son muy diferentes sobre el terreno. Teniendo en cuenta que los impactos ya están aquí y que los cambios a hacer son grandes, la estrategia va tarde.

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Olas de calor

Más estrategias para refrescar el ambiente

Muchas viviendas de ciudades como Londres, Estocolmo o Dublín no cuentan con aparatos de aire acondicionado: el calor moderado de los veranos no lo hacía necesario. Estos días, sin embargo, con temperaturas récord en buena parte de Europa, corrían por las redes sociales fotos de termómetros de casas londinenses o de la capital sueca marcando más de 35 grados en el interior. Un estudio de la Universidad de Oxford prevé que en los próximos 30 años se vendan diez nuevos aires acondicionados (AC) cada segundo, sobre todo en países del norte de Europa, que hasta ahora no se planteaban esta compra. Pero esto supone triplicar la energía que consumen los AC de aquí al 2050. Y, evidentemente, tiene un impacto importante: los aparatos de aire acondicionado usan hidrofluorocarburos (HFC), unos gases de efecto invernadero que son 10.000 veces más potentes que el CO₂.

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La buena noticia es que los gobiernos del mundo (los de la Unión Europea y Estados Unidos incluidos) se han comprometido a reducir los HFC un 80% para el 2047. Es un acuerdo del 2019, la enmienda Kigali al Protocolo de Montreal, que sirvió para proteger la capa de ozono. Esto hará reducir los aires acondicionados y obligará a buscar alternativas. La climatización evaporativa, las bombas de calor o los sistemas de recirculación de aire geotérmica son tecnologías de refrigeración más sostenibles, según los expertos, pero el estudio liderado por la profesora de Oxford Radisha Khosha advierte también que hacen falta cambios de hábitos y actuaciones urbanísticas. En los veranos mediterráneos habrá que reducir el tiempo que la gente pasa en espacios exteriores, y los trabajadores al aire libre se verán afectados.

Las ciudades, donde vive el 70% de la población mundial, son hoy en muchos casos auténticas islas de calor. La primera medida es aumentar las zonas verdes, que proveen de sombra y refrescan el ambiente. Un estudio del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambiental (ICTA) de la UAB halló hasta 2,5ºC de diferencia entre la calle Balmes de Barcelona, con árboles exiguos, y la de Aribau, que tiene árboles frondosos. “Hemos constatado también que la irrigación de estos espacios verdes es incluso más efectiva que aumentar la extensión, pero hace falta que sea con aguas pluviales o reutilizadas”, dice la investigadora del ICTA Gara Villalba. Otro estudio de Villalba constata que pintar las azoteas de blanco reduce un 0,6ºC de media y 2,2ºC de máximo la temperatura. Investigadores del MIT, en EE.UU., recomiendan también hacer carreteras con colores claros y materiales reflectantes, para reducir la temperatura unos 1,4 ºC.

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Incendios

Hay que hacer crecer la agricultura de secano para recuperar el paisaje mosaico

La temporada de incendios se ha alargado; empieza antes y acaba después. Los fuegos llegan cada vez a latitudes más altas, pero el Mediterráneo continúa siendo la zona más afectada. Los bomberos se enfrentan a incendios más intensos y difíciles de extinguir porque la vegetación está cada vez más seca y porque hay mucho “combustible” para quemar: la extensión de bosque en Europa ha crecido un 10% desde el 1990 y hoy un 40% de la superficie del continente es forestal. La mayor parte del crecimiento se ha producido en el estado español (un 66% de Catalunya es superficie forestal).

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“El equilibrio entre la agricultura y la masa forestal se ha roto. Es imperativo romper el paisaje, recuperar el paisaje mosaico de los años 60, cuando la agricultura de secano rompía la continuidad del bosque”, remarca el investigador emérito del IRTA Robert Savé, experto en cambio climático y viticultura. El problema, dice Savé, es que las políticas que llegan de la UE están pensadas desde el norte, y la realidad mediterránea es otra. “El Green Deal europeo prevé plantar 3.000 millones de árboles. Pero a veces talar árboles es un buen método de gestión forestal, y también climática: una hectárea de olivos guarda tres veces más carbono que una de pino blanco”, dice Savé.

Recuperar el mosaico de bosques y cultivos implica que la agricultura tiene que ser más extensiva. Y de secano, dejando el regadío solo para las regiones donde sea realmente sostenible. Será una agricultura menos productiva y, por lo tanto, “harán falta incentivos” y subvenciones públicas, añade Savé, pero está convencido que puede ser eficiente. “La crisis de Ucrania ha hecho que nos demos cuenta de que no somos sostenibles. Recuperar cultivos de secano como los cereales y las legumbres permitiría también hacer los cambios alimentarios que reclama la sostenibilidad”, insiste.

Al mismo tiempo que prevenimos que un fuego se propague de forma descontrolada, cerrar o limitar el acceso a los parques naturales sería otra herramienta de combate de los fuegos, además de una regulación urbanística eficaz que evite tragedias como la de Grecia en 2018.

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Sequía

Gestión eficiente del agua para tratar de evitar que haya que imponer restricciones

Otra problemática específica del Mediterráneo son las sequías, que cada vez serán más frecuentes. “La disponibilidad de agua será el gran tema de los próximos años [en la región] y llegará a algunos límites en la agricultura”, dice Lissner, de la Climate Analytics, que propone actuaciones que combinen la acción sobre el agua y el calor “como la instalación de grandes placas solares que den sombra a los cultivos y a la vez generen electricidad para usar recursos de agua alternativos”. La gestión eficiente de los recursos hídricos y la regulación de los usos del agua –como no permitir el regadío donde no es sostenible, por ejemplo– son más urgentes que nunca.

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Italia está siendo este verano uno de los ejemplos de lo que puede venir en los próximos veranos. El país transalpino vive su peor sequía en 70 años. La escasez de precipitaciones acumuladas y las altas temperaturas han provocado una carestía de agua histórica que amenaza con arrasar la agricultura y poner en riesgo el suministro de agua potable en las grandes ciudades y en las centrales hidroeléctricas que producen energía. El río Po, que riega aproximadamente un tercio de todos los cultivos del país, está a su nivel más bajo desde hace casi un siglo. El gobierno se vio forzado a declarar el estado de emergencia. Ya se han puesto en práctica medidas para evitar el derroche de agua en algunas localidades del centro y el norte del país, las zonas más afectadas. En ciudades como Verona se ha prohibido, hasta el 31 de agosto, regar jardines y campos deportivos y llenar piscinas. En otras localidades, como Castenaso –de unos 15.000 habitantes–, se ha prohibido hacer más de un lavado de pelo en las peluquerías.

Aumento del nivel del mar

Restauración de las dunas y desurbanización de las costas, medidas polémicas pero necesarias

Las costas sufrirán uno de los efectos que ya son irreversibles de la crisis climática. La profesora del Instituto de Ciencia y Tecnologías de la Sostenibilidad de la UPC, Eli Roca, es especialista en estas políticas de adaptación, que pasan por la restauración de las playas y otras “soluciones basadas en la naturaleza” que reconstruyan los “sistemas naturales de defensa” tanto contra las subidas como contra las tormentas. Estas soluciones pasan también por una medida polémica: “desurbanitzar”. Es decir, derrocar algunas construcciones en primera línea de mar y recuperar espacio para poner sistemas de dunas. “Es más efectivo esto que hacer espigones artificiales u obra dura que se ven superados por las tormentas”, dice.

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En los países mediterráneos hay más presión urbanística (y turística) en las costas y esto hará más difícil esta medida que en otras como Francia o los Países Bajos, que, como ya están bajo el nivel del mar, hace tiempo que aplican estas políticas de adaptación de las costas basadas en la naturaleza.