Salomé Saqué: "Colgaron en internet las instrucciones de cómo matarme"
Periodista francesa
BarcelonaSalomé Saqué (1995, Lagny-sur-Marne, Francia) es la periodista francesa más influyente en las redes sociales, según la clasificación del prestigioso Reuters Institute for the Study of Journalism de 2024. Especializada en derechos sociales, feminismo y política internacional, desde 2021 es miembro del medio de comunicación independiente Blast, donde dirige la sección de economía. Es autora de Sois jeune et tais-toi [Se joven y calla] (Payot, 2023) y Resistir (2025), un ensayo sobre el auge de la extrema derecha que se ha convertido en un fenómeno editorial en Francia y que ahora publica en castellano Plataforma Editorial.
La inestabilidad política, la entrada de Sarkozy en prisión, el robo en Louvre... ¿Se acabó la grandeza de Francia?
— Para mí, la verdadera crisis francesa no es la de la "grandeza", sino la de los servicios públicos. El robo de Louvre, por ejemplo, revela un problema estructural de carencia de recursos. Los trabajadores de seguridad ya habían hecho huelga en junio para denunciar la falta de personal, y el director había alertado a la ministra de Cultura. Los servicios públicos llevan años atacados, política y económicamente. Para vincularlo con otro tema de actualidad, Nicolas Sarkozy ha contribuido mucho a esa destrucción. Su condena demuestra, por el contrario, que nuestra justicia funciona. Lo que me preocupa es cómo se ha cubierto mediáticamente el caso: pocos periodistas han seguido el juicio de cerca y muchos medios se han limitado a repetir las palabras de Sarkozy, que ataca a la justicia. Es la misma estrategia que hemos visto con Marine Le Pen, acusada de corrupción. Se puede criticar una decisión judicial, pero no desacreditar a la propia institución. Hacerlo pone en peligro el estado de derecho. Y éste, para mí, es el verdadero riesgo para la democracia francesa.
La extrema derecha nunca había estado tan cerca del poder en Francia. ¿Cómo es esto?
— Existen varios factores. En todos los países en los que la extrema derecha ha llegado al poder ha habido una degradación económica y un aumento de las desigualdades: un terreno fértil para ese voto. Hoy, en Francia, más del 16% de la población está debajo del umbral de la pobreza y hay 350.000 personas durmiendo en la calle, mientras que las grandes fortunas han doblado el patrimonio en veinte años. A esto se suma la banalización del odio. En Francia, durante décadas era impensable dar voz a la extrema derecha: el recuerdo de Vichy y la colaboración con el nazismo era demasiado reciente. Pero en los ochenta, junto a Jean-Marie Le Pen, los medios le abrieron sus puertas porque generaba audiencia. Es un pez que se muerde la cola: cuanto más gente vota la extrema derecha, más presencia se le da, y cuanto más presencia tiene, más gente la vota. Por último, existe la responsabilidad política. Liberales y conservadores, especialmente Emmanuel Macron, han contribuido a acrecentar la extrema derecha presentándose como el muro de contención contra la radicalidad. Adoptando su lenguaje, han acabado banalizando sus ideas.
¿Y la izquierda no ha sabido articular una alternativa?
— Creo que en Francia existe sobre todo un problema de personalización que es fundamental en un régimen presidencialista como el nuestro. Nos fijamos mucho en las personas y en las ideas. Pero, a su vez, constato una fuerte división interna: los partidos de izquierdas tienen muchas dificultades para entenderse. Consiguieron aliarse puntualmente para crear el Nuevo Frente Popular, que recordemos que les permitió ganar las elecciones, pero tienen sensibilidades muy distintas. Veremos qué ocurre, pero es evidente que en Francia no tenemos una izquierda unida capaz de hacer una propuesta clara.
Calificas la violencia de extrema derecha de amenaza terrorista ignorada. ¿Por qué?
— Porque son los términos que utilizan los servicios de Interior en Francia y Europol, que supervisa la seguridad en Europa. Es un descubrimiento que hice mientras trabajaba sobre la extrema derecha. No sabía que el peligro era tan significativo. En Francia, la violencia de ultraderecha —así le llama la administración francesa para distinguirla de la extrema derecha política— es la segunda mayor amenaza terrorista en el país. Lo que me sorprende es que apenas se habla de ellos en los medios. Hemos puesto mucho el foco en el yihadismo, y es normal después de lo vivido en Francia, pero la amenaza de la ultraderecha es muy alta y casi invisible. Los casos de chicos que se radicalizan en un entorno de extrema derecha no son un caso aislado. Tras las elecciones legislativas de junio del 2024, vimos un resurgimiento de actos racistas y discursos que decían que, cuando Marine Le Pen llegara al poder, podrían hacer lo que quisieran.
En el libro destacas la alianza cada vez más notoria entre los multimillonarios y la extrema derecha. ¿Qué ganan promoviendo esta ideología?
— Ganan terreno, poder y elecciones. En Estados Unidos es evidente, pero en Europa también. En Francia, el caso más claro es Vincent Bolloré, un multimillonario ultraconservador que ha comprado canales como Canal+, productoras, editoriales e incluso intenta adquirir salas de cine UGC. Controla prácticamente toda la cadena cultural. El objetivo es doble: crear un imaginario favorable a estas ideas y generar confusión en el debate público. Generan una polémica sesgada y todo el ecosistema de medios propiedad de los multimillonarios la amplifican. Sus canales reproducen las mismas historias, hasta que también se acaba hablando de ello en los medios públicos. El resultado es un espacio informativo saturado y polarizado, en el que la extrema derecha impone la agenda. Asimismo desacreditan todo lo que pueda frenarla: instituciones, jueces, periodistas. Es un proceso sin fin: cuando cedes, la extrema derecha avanza. Los medios están atrapados: si no les dan voz, se les acusa de censura; si lo hacen, amplifican su propaganda.
¿Cuál es, pues, la forma de abordar la extrema derecha desde los medios?
— Idealmente, deberíamos haber reaccionado antes, cuando la extrema derecha todavía no tenía el peso que tiene hoy. Primero debemos aceptar que, hagas lo que hagas, siempre te acusarán de ser "de izquierdas" o "de extrema izquierda". Su relato se basa en la idea de que son víctimas, y que están excluidos del debate público, cuando en realidad están en todas partes. Partiendo de esto, hay que dejar de darles lugar a la tribuna en aras de un supuesto equilibrio, pero sin caer en el error de ignorarlos. Ignorarlos nunca ha funcionado: han conquistado las redes sociales, que han sabido dominar antes que nadie. Pero cuando les invitamos a los grandes medios, les estamos ofreciendo un nuevo público y, sobre todo, legitimidad. No es lo mismo un vídeo en YouTube que una entrevista en horario de máxima audiencia. El buen tratamiento mediático consiste en documentar sus vínculos con grupos radicales o neonazis, su incompetencia y la carencia de programa. No se trata de "hablar con" la extrema derecha, sino de "hablar de" la extrema derecha. Y sobre todo, no olvidar el resto: hablar de economía, de desigualdades, de vivienda... temas que afectan a la vida de la gente.
¿Qué hace que internet sea un medio tan propicio para la difusión de estas ideas?
— Las ideas radicales captan más tiempo la atención que la información verificada, al igual que las noticias falsas. Los algoritmos y las políticas de moderación de plataformas como X y Meta se inclinan hacia la difusión y la impunidad de mensajes de odio; y esto las convierte en máquinas muy poderosas de propaganda de la extrema derecha. Por eso creo que es necesaria una regulación más firme de las redes. Yo misma he denunciado varias amenazas de muerte, de violación o de acoso, y ninguna de las denuncias ha prosperado. Esta impunidad crea un ecosistema ideal para la desinformación y el odio.
¿Interpretas el ciberacoso como una forma de coacción?
— En mi caso, existen dos dimensiones. La primera es el sexismo online, que proviene de todas las sensibilidades políticas. Según un estudio del Parlamento Europeo, las mujeres tienen 27 veces más probabilidades de ser asediadas que los hombres. A esto se suma la extrema derecha: cientos de cuentas coordinadas difunden información falsa sobre mí, y mucha gente se lo cree. Abro el libro con esto: una página web neonazi muy consultada publicó una lista de periodistas —en la que aparecía mi nombre— a los que debía dispararse una bala en la nuca, y colgaron instrucciones de cómo matarnos. Este acoso forma parte de mi vida cotidiana y es agotador. Sólo porque sea online no significa que no sea real. No podemos ignorarlo.
Reivindicas la indignación y la alegría como motores de resistencia.
— Indignarse ante la injusticia no es sólo legítimo: es necesario. La indignación es el origen de la acción social. Históricamente, los grandes avances empezaron con personas indignadas que se movilizaron. Además, la alegría es imprescindible para sostener la resistencia. Permitirse momentos de felicidad, celebrar pequeñas victorias y trabajar colectivamente genera esperanza. Para los jóvenes, la ausencia de esperanza es especialmente paralizante, en un contexto de crisis climática, desigualdad y retroceso de las democracias. Pero la esperanza no es pasiva: se construye con acción. Historias de resistencia, como la de las mujeres en Irán o las movilizaciones masivas en Estados Unidos contra Donald Trump, muestran que la ciudadanía puede marcar la diferencia.