Se Cristo vederse...
Enviado Especial a RomaLos romanos acogen la llegada masiva de peregrinos con la misma soltura con la que caminan y charlean entre ruinas milenarias. Los conductores hacen sonar el claxon, frenan repentinamente, se enfadan. El tráfico es infernal y, además, hay huelga de trenes. Cerca del Vaticano se empiezan a ver coches negros de alta gama con matrícula SCV (Stato della Città de Vaticano), que la socarronería romana ha convertido en Se Cristo Vedesse. Pero ya no existen limusinas. El papa Francisco impuso un régimen de austeridad a la curia, tanto por razones de imagen como por razones financieras, y los que estaban acostumbrados a los gastos injustificados, o incluso pecaminosos, son más discretos, o ya están fuera del Vaticano. Pero las sucesivas filtraciones de informes referentes a cuestiones de finanzas o moralidad demuestran que el juego sucio sigue siendo una práctica habitual.
Los cardenales se han reunido en la Capilla Sixtina, posiblemente uno de los espacios cerrados más inspiradores del mundo, cerrados cum clave, sin wifi ni cobertura, lejos de toda injerencia. Pero las injerencias a realizar ya se han producido en los días anteriores. Participan lobis, congregaciones, prensa y políticos como el vicepresidente americano JD Vance, ultracatólico, galvanizador de la extrema derecha americana y europea, la que cree que en la silla de Pedro debe sentarse un pontífice como Juan Pablo II o Benedicto XVI: inflexible con el dogma, conservador en la ideología y conservador en la ideología corrupción.
El colegio cardenalicio reúne a 133 miembros, la mayoría nombrados por Bergoglio, que como es sabido tenía tirada por las periferias, por tanto, el cónclave es más universal que nunca, menos europeo que nunca, con muchos cardenales recién conocidos y que hacen difícil el trabajo de los aficionados a hacer listas de papables. El italiano Parolin y el filipino Tagle, partidarios de una continuidad con matices, encabezan las apuestas, pero algunos expertos creen que los conservadores podrían cerrar filas en torno a un cardenal africano, una opción que paradójicamente sería tan rompedora como dogmática (la Iglesia africana tiene fama de ser moralmente muy). En la plaza de San Pedro he preguntado a dos curas angoleños si les gustaría un Santo Padre africano y me han dicho que la procedencia del pontífice no es importante, pero al final han admitido que la Iglesia africana es "más vibrante y más joven" que la europea. No lo dudo.
La plaza de Sant Pere está llena de peregrinos y de turistas. Los primeros van normalmente en grupos nacionales, y cantan y rezan en voz alta. Me pregunto de dónde sale su fervor, su fe. Una parte de la respuesta, que un agnóstico como yo puede entender, proviene de la inmutabilidad –la Iglesia debe ser una roca, por eso Jesús llamó a su discípulo petrus–. Es el peso de los siglos, de los milenios, de las cosas que duran, en un mundo en el que todo cambia a velocidad de vértigo. El uso del latín, la fotogenia de la vestimenta de los cardenales, la solemnidad de los frescos y el mármol generan en los espectadores que observan la entrada en el cónclave en las pantallas gigantes un estado de respeto silencioso o, incluso en el caso de los creyentes, de cierta alucinación.
Y, en cambio, si se mantiene la cabeza fría, es inevitable ver los puntos débiles bajo la púrpura y el artificio. La Iglesia pierde adeptos en Occidente, tiene las puertas cerradas en China y en Rusia y está amenazada por los evangelistas en Latinoamérica. Las finanzas van mal y la sombra de la corrupción todavía se cierne sobre la Banca Vaticana, pese a los esfuerzos de Bergoglio por hacer limpieza. Ante problemas enormes, los prelados se encastillan en necedades dogmáticas: mientras las iglesias se vacían, hay sectores que critican que los curas den la comunión en la mano, y no directamente en la boca. El Vaticano, por otra parte, sigue obsesionado con el sexo, con temas como el celibato, la homosexualidad o el uso de los anticonceptivos. Sigue actuando como una policía de la moral que, además de tormenta, resulta hipócrita, una vez conocido el encubrimiento masivo de los escándalos de pederastia y las triquiñuelas del celebérrimo lobi gay de la curia.
El papa Francisco ha abierto ciertamente un nuevo ciclo (está por ver si tendrá continuidad), pero su apuesta reformista ha enfurecido a los sectores más rancios y ha decepcionado a los más progresistas. Y el ejército de los indiferentes no deja de crecer. Aunque, en un panorama mundial tan complicado, no hace falta ser especialmente devoto para ver que al mundo le sobran charlatanes y le falta una guía moral. El martes, en el sermón de la misa previa al inicio del cónclave, el decano Giovanni Battista Re dijo: "El amor es la única fuerza capaz de cambiar el mundo". Amén, pensé al oírlo. Pero la cuestión es si la Santa Sede conserva la autoridad moral para defender un mensaje tan revolucionario.
Y finalmente, en un retrato apremiado como éste, no se puede obviar la ausencia de las mujeres, que cada vez resulta más escandalosa, más difícil de justificar. Y eso que la plaza de Sant Pere está llena de monjas sonrientes esperando la fumata, aparentemente felices con su papel subsidiario. "Cada uno tiene su rol –me dice una monja hondureña– y, al fin y al cabo, quien toma las decisiones no son los hombres ni las mujeres, sino el Espíritu Santo".