Trump apuesta por una geopolítica del siglo XIX para el siglo XXI
El mundo es el nuevo Manhattan del presidente electo, que busca ser el que siempre gana en los acuerdos


WashingtonLa imprevisibilidad es uno de los principios que rigen el talante de Donald Trump. Si es estratégica o se basa en las tripas, sólo lo sabe él. Recordamos las declaraciones imperialistas de anexionarse Groenlandia, el canal de Panamá y Canadá; la reconocida buena sintonía con el presidente ruso Vladimir Putin (con envío de tests cóvido incluido); las amenazas a los socios de la OTAN; y las alianzas que parecen basarse en adulaciones. Puede parecer que Trump se mueve de acuerdo con una geopolítica del caos o de la banalidad, pero no se puede entender a un hombre del siglo XIX desde el prisma del siglo XXI.
"La mejor manera de entender a Trump es verle como un presidente del siglo XIX en un mundo del siglo XXI", expone el profesor de la Universidad de Chicago y autor deArguing sobre alianzas: The art of agreement in military-pact negotiations, Paul Poast. Se trata de una visión del orden internacional previa a la Segunda Guerra Mundial en la que Estados Unidos no desempeñaba el rol de potencia hegemónica. Es un sistema internacional previo a la creación de Naciones Unidas y la OTAN, que Trump tantas a veces ha criticado como un gasto innecesario.
Poast apunta al presidente William McKinley, que gobernó el país entre 1897 y 1901, como una de las referencias que Trump cita constantemente. Los asistentes del Club Económico de Nueva York que asistieron a un encuentro con Trump el pasado mes de septiembre pueden dar fe. El republicano hizo un discurso extenso sobre las glorias de McKinley y el poder de los aranceles para solucionar todo lo que, según Trump, afecta a una nación que se acerca al colapso económico.
Guerra de aranceles
Pocos meses después de la clase de historia, el futuro 47 presidente ha amenazado con una guerra de aranceles contra Canadá, México y China. También ha planteado el uso de presiones económicas para que Dinamarca acabe cediendo Groenlandia. La idea de salir del acuerdo nuclear con Irán, en el 2018, también habría bebido de ese principio de utilizar la fuerza económica para conseguir lo que quería conseguir para EEUU. "Existe un consenso de que no debe haber una bomba nuclear iraní. Algunos, como la administración Obama, que adoptaron un enfoque más cooperativo, pensaban que la manera de evitar que Irán obtuviera un arma nuclear era darle los incentivos para que no siguieran con el programa. Y así se estableció la base para el acuerdo nuclear con Irán. Pero la otra visión, la de Trump, es que Irán sólo aprovechará. el acuerdo. Él piensa que la clave para evitar que Irán tenga una bomba es hacer que el país sea más pobre", señala Poast.
ElAmerica First de Trump se traduce, en la política internacional, en un rechazo al multilateralismo y al orden internacional liberal, pero no necesariamente implica el aislacionismo. "Trump es un unilateralista. No está interesado en cooperar de ninguna manera que según él pudiera debilitar a Estados Unidos. Él hará lo que cree que es mejor para la nación, y si otros países quieren unirse, entonces bien, pero no va a cambiar", expone Poast. Trump hace los cálculos pensando en lo que está ganando a cambio. Ve la geopolítica desde una perspectiva transaccional.
"Trump forma parte del grupo de los llamados realistas, como Richard Nixon o Henry Kissinger: no le importa llegar a acuerdos con los enemigos si puede obtener algún beneficio –explica el profesor de historia moderna de Estados Unidos de la Universidad de Carolina del Norte, Benjamin Waterhouse– Pero, a diferencia del realismo de Kissinger, que estaba concentrado en encontrar la forma en que EEUU. tuvieran más poder, el de Trump está centrado en encontrar la forma de crear más dinero porque cree que el comercio aporta riqueza al país".
Unilateralismo
El unilateralismo y el rechazo del rol de Estados Unidos como garante del orden internacional que se otorgó después de la Segunda Guerra Mundial es lo que, dentro de su lógica, hace que se acerque a países que históricamente se han considerado enemigos. Trump considera a Rusia y Corea del Norte como amenazas, pero eso no ha impedido una buena relación con Putin o que se reuniera con Kim Jong-un durante su primera presidencia. "Trump reconoce que existen otras potencias con sus intereses y, mientras esto genere fricciones, permitirá esferas de influencia", explica Poast. Que China o Rusia dominen otras regiones no tiene por qué ser un problema a los ojos del magnate mientras no amenacen los intereses de Estados Unidos.
Más allá de las conocidas aspiraciones imperialistas de Rusia, China está avanzando posiciones en el mar de China Meridional mediante la construcción de islas artificiales. Xi Jinping ya hizo explícita su intención de ocupar Taiwán y en el 2023 la inteligencia estadounidense advirtió de que Pekín había dicho a los militares que estuvieran "preparados para el 2027" para lanzar una operación sobre la isla, pese a que que hay dudas sobre hasta cuál sería posible el ataque. En 2027 Trump seguirá siendo presidente y en escenarios de conflictos más importantes, Waterhouse advierte que ahora "estamos ciegos": "Durante su presidencia anterior Trump no tuvo que lidiar con grandes retos a escala internacional. No es como Bush con Irak o Biden con la guerra de Gaza y Ucrania".
Mientras Trump reconoce a China y Rusia como competidores dentro del sistema internacional, con Europa volverá a tener un enfoque propio de la política norteamericana del siglo XIX: no involucrarse demasiado en los asuntos europeos. "Es algo como volver al momento en que George Washington advertía contra las alianzas comprometedoras con los europeos. Trump lo mira desde la idea de que Europa no debería crear problemas en Estados Unidos", señala Poast.
El mundo como Manhattan
La lectura que hace Trump del tablero geopolítico, para Waterhouse, es más sencilla: "Trump ve el mundo desde el punto de vista del sector inmobiliario de Manhattan: la idea de que en todo negocio hay un ganador y un perdedor". Y en ese cálculo, el republicano siempre quiere ganar. Incluso cuando pierde.
A Trump le importa lo que piensan de él. Al menos determinadas personas, como Putin y Xi Jinping. Le importa que le vean como un líder fuerte. En el mandato anterior sus alianzas ya se sostenían sobre la idea de la admiración mutua. "Una muestra de esto es cómo Zelenski fue el primer dirigente en felicitar a Trump por su victoria –expone Poast–, buscando alimentar su ego. Y en esa mezcla entre el ego y querer parecer fuerte frente a Putin, podría llegar a pasar que la administración Trump acabe siendo más favorable a Ucrania que la de Biden en cuanto al envío de armas ya una mayor laxitud en las restricciones de su uso".