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Un supermercado en Miami fotografiado tras el anuncio de los aranceles de Trump.
12/04/2025
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Los aranceles son una tentación muy americana que siempre ha terminado mal. Por lo menos, cuando se aplican de forma masiva. Como señala el Financial TimesEn 1828 los llamados aranceles de la abominación, para proteger la industria manufacturera del Norte, estuvieron a punto de llevar a la secesión de Carolina del Sur. En los años 30 del siglo pasado, los aranceles de una administración americana que claramente no los necesitaba para proteger a unas empresas competitivas –como las de hoy en día–, agravaron la Gran Depresión.

Los aranceles alocados del presidente Trump, tanto los anunciados la semana pasada por todo el mundo, como los impuestos estos días contra China, son propios de un analfabeto en economía. Duelen a la nación que se busca proteger, a la que se ve afectada de forma directa e, indirectamente, también en el resto del mundo. Como ha dicho la exsecretaria del Tesoro estadounidense, la política arancelaria de Trump "es la peor herida autoinfligida que he visto nunca que una administración imponga a una economía que funciona bien". Y los aranceles son también propios de un despiadado en política, ya que afectan más a las naciones más pobres, que son las que tienen un déficit comercial más pronunciado con EEUU.

Imponer tarifas a las importaciones tiene una serie de efectos negativos que, además, escapan al control de los gobiernos, incluso (como ha sido el caso), si se retiran poco después. En primer lugar, disparan la inflación. ¿Cómo es posible que las grandes cadenas de supermercados, por poner un ejemplo de empresas afectadas por los aranceles, no pongan el grito en el cielo? Algunas quizás lo hacen, pero no tienen un gran interés en decirlo. Y otras, las más poderosas, pueden pensar que esto puede ser una oportunidad de oro para ganar cuotas de mercado. Las que puedan cerrar grandes compras de grandes distribuidores chinos podrán obtener ventajas sobre las empresas más pequeñas. Los peces grandes podrán comerse los más pequeños. Pero, a la larga, todos van a sufrir, porque los consumidores americanos no tendrán capacidad para afrontar las subidas de precio.

En segundo lugar, los aranceles rompen las cadenas de producción. La gran mayoría de productos industriales, sobre todo los más tecnológicos, tienen componentes procedentes de varios países, algunos de los cuales tendrán que sustituirse. ¿Pero de cuáles? Si cada semana cambian los aranceles, cada semana cambia el país óptimo para importar un componente.

Finalmente, los aranceles desencadenan represalias en los países afectados, aunque éstos no crean como instrumentos de política sensata en el siglo XXI. Como dice el premio Nobel de Economía Paul Krugman, uno de los grandes expertos en comercio internacional, los americanos no pueden esperar a que, si tocan el orgullo de otros países, éstos no reaccionen de forma airada.

Es lo que está ocurriendo con China. El gigante asiático no sólo ha respondido, sino que está dando señales de que no va a bajar la cabeza. Los dos grandes jugadores económicos del mundo suben hacia el abismo sin frenos.

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