

Rara vez se hace una película con el tren en marcha. Es decir, con los personajes vivos y los hechos centrales pendientes de ser juzgados. Que los protagonistas resulten verosímiles y que la película sea entretenida, a pesar de saber su historia, es un éxito. Parenostre, la película de Toni Soler y Manuel Huerga que se estrenará el 16 de abril, hace pensar especialmente en todo lo que no sabemos o que quizás no sabremos hasta dentro de muchos años o quizás nunca sabremos.
Para empezar, habrá que ver hasta dónde emergerá la verdad en el juicio previsto para noviembre de este año. Será especialmente entretenido escuchar a Jordi Pujol Jr. y sus triquiñuelas. También saber cuál fue el papel de una madre que siempre confundió al país con la propiedad de la familia, un país cuya realidad plural ignoraba.
La película es una reconstrucción de los días en los que El Mundo, actuando como una correa de transmisión de las cloacas del Estado, publicó que la familia del ex president tenía dinero en Andorra y las consecuencias sobre los Pujol, Convergència y la opinión pública.
En la catarsis familiar, Jordi Pujol responde con una confesión expiatoria y explica en un comunicado que su padre le dejó dinero en Andorra. Pujol se responsabilizó del desbarajuste, pero no esperaba el descenso al infierno social, quizás solo al infierno de los remordimientos.
En un determinado mundo, la herencia es comprensible o para algunos incluso justificable. Pujol es el padre de la patria que por su entrega al país habría descuidado el bienestar material de la familia. Para proteger el futuro, el abuelo Florenci habría dejado a la familia arregladita con una cuenta en Andorra. Jordi Pujol ha pagado la pena de permitir y proteger la corrupción de su hijo mayor que, por extensión, beneficiaba a toda la familia.
Obviamente, en ningún momento a nadie se le ocurre regularizar la situación. ¿Por qué? ¿Con todo lo que el país le debe? Y así el heredero capitanea el sector negocios con la incomodidad y el silencio de algunos. ¿Cuántas maletas trajeron insignes prohombres hacia el partido y empresas afines? ¿Cuánto dinero se desvió para mantener el tren de vida del heredero? ¿Cuántas operaciones públicas se hicieron beneficiando a empresas que no habrían ganado concursos públicos o a las que posteriormente se cobraba el "favor"?
La complejidad del caso Pujol está en los muchos matices con los que se construye el relato de estos últimos años, pero también de toda una vida dedicada a la política. El Pujol president debe tener el reconocimiento del trabajo hecho. El mérito de haber creado para algunos y recuperado para otros la ambición nacional, de haber sentado algunas de las bases más importantes para la descentralización del Estado, de haber sido un factor de estabilidad. Pero, al mismo tiempo, el Pujol político es también el del 3% maragalliano y el de la herencia.
Cuando los líderes creen que el país está en deuda con su sacrificio, comienza el camino de la decadencia. Cuando se pide a los Mossos que paseen al perro, se acaba con un crecimiento exponencial del abuso de poder que lleva a la manipulación de la contratación pública y las finanzas irregulares del partido. Algunas personas lo alertaron sin éxito, como Miquel Roca, Artur Mas y Joaquim Triadú. El poder de Pujol era excesivo y hoy, que es ya otra persona, es capaz de reconocer que su poder fue excesivo.
El caso Pujol fue fruto de la operación Catalunya organizada por el Estado para poner fin al proceso independentista, pero la fortuna de los Pujol existía y la financiación irregular de Convergència y el ambiente de silencios y negocios entre unos cuantos, también. Quizás nunca sabremos cuál es la lectura sincera del Pujol serenado de la culpa. A las memorias publicadas hasta la fecha les falta una parte fundamental.
La película Parenostre es también fruto de la catarsis en Catalunya. Jordi Pujol advirtió en su momento de que cuando se agitaban las ramas de un árbol podía caer más de un nido. Así fue, pero no parece que en España se tenga que hacer la película sobre la monarquía o la familia Aznar. Continuaremos observando la campaña mediática y política de restitución pública del emérito tras el éxito de la operación para salvar a la monarquía con Felipe VI y la heredera que juega a hacer el soldado sin haber pasado por la universidad.
Solo unos pocos juristas e intelectuales esperan la evolución de una querella contra Juan Carlos por cinco delitos fiscales presuntamente cometidos cuando ya no tenía la inviolabilidad del cargo.
Con el Procés y la guerra sucia han caído algunas máscaras. La pregunta es ahora si han cambiado también los estándares de tolerancia de la sociedad española con la corrupción o solo los de la catalana.