Una negociación rodeada de ruido


MadridViendo la evolución del conflicto de los aranceles, se podría decir que existe una nueva pandemia mundial caracterizada por la enfermedad psíquica general de la disociación. Vamos al diccionario. La segunda acepción de esta palabra, disociación, es la siguiente. "Ruptura de la unidad psíquica de la personalidad, perceptible mediante la observación de movimientos o expresiones contrarios al contexto intelectual o emocional que les rodea". Si consideramos que el primer diagnosticado es el presidente estadounidense, Donald Trump, no estaremos diciendo ninguna mentira. Pasar de la gran pizarra en la que el líder republicano mostraba, entre orgulloso y amenazante, la lista del castigo arancelario por países al frenazo de la moratoria por un periodo de noventa días –quizás prorrogables– es un caso claro de disociación con efectos planetarios. Pero esa "ruptura de la unidad psíquica de la personalidad" parece haberse extendido con gran facilidad, no ya por las consecuencias de los cambios de dirección de Trump, sino porque en el gran tablero de los intereses comerciales y estratégicos ha provocado todo tipo de movimientos aparentemente contradictorios. Y no digamos ya a la política española, donde ha logrado que líderes y partidos bailen en la cuerda floja de los malabarismos más disociativos, intentando hacer compatible, por ejemplo, una supuesta voluntad de pacto con el ejercicio tradicional de oposición con lanzallamas.
El PSOE ve los acontecimientos con relativa tranquilidad, aunque sacudido por la derecha y por la izquierda. Por la derecha, compuesta por un Feijóo y un PP ahora supuestamente abiertos al diálogo, pero con mucha desconfianza, y por una extrema derecha que trata de reubicarse ofreciendo la inverosímil posibilidad de hacer de intermediaria con la administración estadounidense. Y por otra parte, una izquierda dividida –una vez más– y necesitada de oxígeno de cara a unas elecciones generales de fecha bastante imprevisible. Merece la pena mirarse todo esto con un poco de detenimiento. Los socialistas tendrán que ir con cuidado, porque en esta crisis pueden tomar mucho daño. Pedro Sánchez no podrá eludir el control parlamentario y puede dejarse no pocos votos por el camino si el ineludible aumento del gasto en materia de defensa y seguridad, por un lado, y los efectos de la guerra comercial en varios sectores, por otro, le obligan más adelante a soluciones quirúrgicas. Por el momento se han anunciado 14.400 millones de euros para ayudar a los sectores más afectados por la crisis de los aranceles. Pero ya hemos tenido la primera discusión basada en los argumentos tradicionales del pago de una supuesta cuota catalana. Es un escenario muy reiterativo y pesado. Ahora bien, superable con relativa facilidad. El problema llegará si más tarde empieza a verse que, sin demasiadas explicaciones en el Congreso, hay partidas de política social que se resienten de una reordenación de prioridades obligada por los efectos de la revolución arancelaria de Trump y las nuevas aportaciones a una política europea de seguridad y defensa más cara y coordinada. No se podrá dar la espalda a estos compromisos.
El catedrático de filosofía política Daniel Innerarity me contaba hace pocos días con qué dramatismo y qué sensación de inseguridad se vive en Finlandia –país que ha visitado en fecha reciente– el riesgo de que se despierten nuevas ambiciones territoriales en Vladimir Putin. Todo ello en un contexto en el que el portavoz presidencial ruso, Dmitri Peskov, decía el pasado viernes que "no hace falta esperar avances" respecto a la guerra de Ucrania, poco antes de que Putin se reuniera en San Petersburgo por tercera vez con el enviado de Trump, Steve Witkoff. Innerarity me decía que los filandeses –empezando por el presidente de la república, Alexander Stubb– hablan directamente de “miedo”. Y eso me recordaba las veces que en las últimas semanas se ha oído a Pedro Sánchez hablando de la necesidad de que España se muestre solidaria y cercana con los países del norte de Europa, al igual que los del sur del continente pidieron reacciones de este tipo en la lucha contra la pandemia de cóvido-19. Un Sánchez que ha tenido ahora la oportunidad de jugar una carta interesante con su viaje a China y Vietnam. Una situación bien planteada, por otra parte, porque el presidente español se ha cuidado de aparecer no sólo con este cargo y condición, sino como portador de un mensaje europeo, concertado con la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, a favor de nuevas vías de relación comercial y política con los países visitados, sobre todo con China, como es obvio.
Montero y Cuerpo
Mientras Sánchez se gana las algarrobas y la proyección internacional cruzando el planeta, aquí seguimos viviendo nuestras particulares experiencias de disociación. Cuesta creer, por ejemplo, que la vicepresidenta María Jesús Montero, titular de Hacienda, y el ministro Carlos Cuerpo, titular de Economía, formen parte del propio gobierno. Y no por las diferencias habituales entre departamentos cuando se trata de dinero, sino por el hecho de que, mientras el segundo está hablando intensamente con el portavoz de Economía del PP, Juan Bravo, para intentar un pacto relativo a la guerra arancelaria, la primera debe hacer frente, como en la última sesión de control parlamentario, a una ofensiva del PP llena de descalificaciones.
En lo que Montero y Cuerpo han coincidido estos días es en desmentir que haya territorios privilegiados en el reparto de ayudas a los sectores afectados por el impacto de las condiciones estadounidenses en las importaciones. Hay quien ha sacado la conclusión de que Junts quería romper las negociaciones entre el gobierno y el PP por haber reivindicado la obtención de un 25% de los 14.400 millones destinados a dichas ayudas. La respuesta de Montero fue que el PP está buscando un pretexto para huir de cualquier escenario de pactos con el gobierno. Ojalá no sea así. Al país le conviene que PP y PSOE den a la guerra arancelaria una respuesta a la altura de su experiencia de gobierno. El ruido ya tiene muchas más oportunidades de aparecer. No hace falta ir muy lejos. Como fenómeno de disociación es bastante interesante lo que protagonizan Podemos y Sumar. O lo que sostiene el Supremo con el Parlamento en relación con la ley de amnistía, una vez que la sala penal ha vuelto a dejar claro que seguirá sin aplicarse al delito de malversación. Aquí la disociación es ya una costumbre.