La invasión de Ucrania consolida una nueva fase: Rusia es atacada
Más allá de la contraofensiva, los bombardeos sobre territorio ruso se han repetido hasta normalizarse, un escenario impensable hace solo unos meses
BarcelonaLa esperada contraofensiva ucraniana, ya en marcha, ha eclipsado la consolidación de un nuevo escenario de la invasión. Durante las últimas semanas, los ataques contra la Rusia de Vladímir Putin se han repetido hasta normalizarse. Más allá de los dos drones que el 3 de mayo de madrugada intentaron atacar al Kremlin, hemos visto más drones dañando edificios en Moscú; incursiones terrestres en la región de Bélgorod; y, ahora, bombardeos casi diarios en esta y otras zonas fronterizas con Ucrania. Son escenas totalmente impensables hace solo unos meses.
El rumbo de la guerra lo marcará el éxito de la contraofensiva, pero esta nueva fase –comenzada en mayo y reafirmada en junio – ha sido también un punto de inflexión.
Bombardeos casi diarios
Putin, que quería invadir Ucrania en cuestión de días, había asegurado a los rusos que el impacto de la guerra no tendría ninguna repercusión en su territorio. La promesa ha envejecido mal. Especialmente para los ciudadanos de las regiones fronterizas de Bélgorod, Kursk y Briansk, que ya han aprendido qué ruido hace la guerra. Desde el inicio de la invasión, habían sido blanco de algunos ataques, pero nada comparable con la asiduidad con la que han sido bombardeadas desde el mes de mayo: se han golpeado zonas residenciales, ha habido civiles muertos y colas de personas corriendo atemorizadas hacia refugios antiaéreos. Lo último que ha trascendido es de este martes: bombas contra dos pueblos de Kursk, que han provocado daños en casas y en el suministro de gas y electricidad.
A principios de junio, el gobernador de Bélgorod ya pidió la evacuación de las localidades tocando con Ucrania. Los últimos datos hablan de, como mínimo, 4.000 personas viviendo en centros temporales de acogida. Estampas difíciles de digerir en los pasillos del Kremlin. Igual que los selfies que difundían las milicias pro Kiev mientras cruzaban, a finales de mayo, la frontera con tanques e insignias ucranianas. Los habitantes suplican a Putin que lleve a una parte de las tropas del frente para protegerlos. El mandatario reiteraba esta semana que, de momento, no es necesario.
El silencio de Putin
El mensaje del Kremlin ha sido claro: todo está bajo control y no hay motivos para alarmarse. "Todo ha funcionado como tendría que haber funcionado", decía Dmitri Peskov, portavoz del presidente, después de la oleada de ataques con drons contra Moscú el 30 de mayo. Los propagandistas rusos y las autoridades, siempre muy compasadas al ritmo que marca Putin, se limitaban a subrayar el buen funcionamiento de los sistemas antiaéreos. Todo está estudiado.
Tatiana Stanovaya, investigadora principal del Carnegie Russia Eurasia Center, escribía hace unos días: "La gravedad de estos ataques contrasta totalmente con la reacción apática del gobierno, que se comporta como si no pasara nada [...]. Si no se habla del problema, no hay problema y, en el sistema ruso, la primera persona que profiere el grito de alarma es quien recibe la culpa". El Kremlin sigue protegiéndose, ocultando las verdades de la guerra a la población, a pesar de que esta guerra ya golpea a edificios de Moscú. Y Putin, que teme el alarmismo y las grietas, prefiere transmitir imperturbabilidad a vulnerabilidad. Aunque esto vaya en contra del sentido común.
¿Es la contraofensiva?
Ucrania también ha optado por el distanciamiento, pero con otras finalidades. Zelenski, centrado en la contraofensiva, se ha desentendido tanto de los ataques con drones en Moscú como de las ofensivas contra las regiones fronterizas. Oficialmente, la responsabilidad recae en agrupaciones paramilitares de ultranacionalistas rusos, que se oponen al Kremlin y apoyan a Kiev desde el principio de la invasión. Pero el armamento ucraniano que utilizan hace difícil obviar la sombra de Kiev. Es una estrategia similar a la que utilizó Moscú en 2014, cuando apoyó –sin admitirlo– a los separatistas pro-rusos que hicieron estallar la guerra en el Donbass.
Por todas partes toma bastante una pregunta: ¿Este nuevo escenario forma parte de la contraofensiva ucraniana? Ninguna respuesta oficial. Pero, a escala estratégica, tendría sentido. Los ataques quieren provocar el pánico entre la población rusa, generar dudas entre las filas del Kremlin y forzar a Putin a desplazar tropas en la frontera para facilitar el avance en territorio ucraniano. "Son maniobras de distracción. Kiev es consciente de que las batallas que decidirán el futuro de la guerra se libran en el interior de Ucrania", escribía el analista Rob Lee. Maniobras de distracción que también tienen un componente emocional nada trivial: ver a Rusia atacada sube la moral de los soldados de Zelenski. También de la población. Y, en las guerras, el estado de ánimo es decisivo.
Lo que piensa Occidente
¿Y los aliados occidentales de Zelenski, responsables de que Ucrania siga existiendo, qué dicen? El mensaje oficial está claro: Estados Unidos y compañía no quieren que Kiev utilice armamento occidental para atacar a Rusia. Pero una cosa es lo que se dice públicamente y la otra lo que se comenta en los despachos. Fuentes del gobierno de Joe Biden aseguraban la semana pasada al New York Times que estos episodios ya forman parte de "la normalidad de la guerra". El presidente lituano, Gitanas Nauseda, era más directo en una entrevista en LeMonde: "Los rusos también tienen que sentir las consecuencias de la guerra".
En los últimos días ha planeado otra pregunta: ¿La repetición de ataques contra territorio ruso puede poner en peligro el envío de más armamento occidental hacia Kiev? No lo parece. "Occidente necesita el triunfo de Ucrania, y Ucrania, que necesita a Occidente, sabe dónde están los límites", resume el académico Garvan Walshe. Él también cree que esta nueva fase ya forma parte de la normalidad de la guerra.