Guerra en Ucrania

La guerra es un soldado llamando a su madre desde el frente

Un año después del inicio de la invasión, los combates se intensifican mientras nadie sabe cuántos militares mueren en Ucrania

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Un soldado ucraniano en una trinchera en la región de Kherson.

Enviado Especial a Kostiantínivka (Ucrania)Una mujer me explica una escena que resume un año de guerra: la madre de un soldado que, en nochebuena, puso la mesa para dos porque se quería convencer de que su hijo volvería del frente. Acabó comiendo sola. Pienso en ella cuando observo al militar que viaja a mi lado en una furgoneta que nos lleva de Mikolaiv a Dnipró. Tiene 22 años y se pasará parte del trayecto, de seis horas, mirando vídeos en TikTok e Instagram. Como fondo de pantalla de su iPhone tiene una foto con su novia y un bebé de pocos meses en brazos. En el mejor de los casos, tardará un tiempo en volver a verlos: está en esta furgoneta porque le toca ir al frente. "Me han llamado porque está habiendo muchas bajas", dice. Tiene cara de niño y hace cosas de niño, como pedirnos hacerse una foto con nosotros porque somos periodistas internacionales.

"No sabes cómo echo de menos tus patatas fritas", dice por teléfono otro soldado a su madre. Ella, la madre, está en Kiev; él, el hijo, en un tren en dirección al Donbass. Lleva la mano vendada ya que salió herido por fuego de artillería mientras luchaba hace unas semanas en Avdíivka, pero ahora vuelve porque su comandante tiene que decidir su destino: o vuelve al frente o va a casa a recuperarse hasta que sea útil. 

Le tiemblan las manos a Petró, de 28 años, mientras entierran a su compañero Konstantin en un pueblo en las afueras de Kiev. Los dos luchaban en el frente de Bakhmut. El cadáver de su amigo ya está bajo tierra. Él, después del funeral, volverá a la guerra. “Siempre mueren los mejores”, dice mientras fuma un cigarrillo en la puerta del cementerio.

Hoy hace un año que Vladímir Putin lanzó la invasión contra Ucrania. 

Nadie sabe cuántos soldados han muerto en esta guerra orquestada por Moscú. Las guerras son muchas cosas, pero sobre todo son personas con uniformes de color verde que mueren en el campo de batalla. Los datos más aceptados hablan de más de 100.000 bajas por bando, incluyendo también heridos. Los expertos coinciden en decir que el número de cadáveres rusos supera al de los ucranianos. Pero es más honesto asumir que la única certeza es que la cifra de vidas que se pierden en los campos de batalla es inasumiblemente alta. La frialdad de los números hace obviar que en la mayoría de soldados son chicos jóvenes que, a menudo, no llegan a los 30 años.

Hoy hace un año que Vladímir Putin lanzó la invasión contra Ucrania. Y la guerra continuará.

Por eso, la estación de tren de Kiev parece a menudo una película de la Segunda Guerra Mundial. Decenas de soldados, vestidos ya con el uniforme, hacen tiempo para subir a uno de los trenes que les llevará a la guerra. Han estado unos días en la capital descansando o visitando fugazmente a su familia, pero ahora toca volver. Uno que lleva un tatuaje en el cuello abraza y besa a una chica que debe de ser su pareja. Otro entra a la cafetería y pide una coca-cola y un bocadillo de lechuga con una especie de jamón cocido. La mayoría dejan pasar los minutos sin levantar los ojos de la pantalla del móvil. Más trenes hacia el frente.

Mirar a los ojos del enemigo

Oleg también ha cogido unas cuantas veces el tren desde Kiev. Quedo con él en una pizzería de Prokovsk, una ciudad del Donbass situada no muy lejos del frente de Donetsk. Los soldados vienen a descansar aquí cuando ya hace demasiados días que están en las trincheras. El restaurante, que se llama Corleone en homenaje al pueblo siciliano que inspiró El padrino, está lleno de militares comiendo pizzas, pasta y creps de chocolate. Oleg solo pide un café. Tiene 29 años y, antes de la invasión, hacía videoclips musicales.

–Siempre había pensado que la muerte era el final del trayecto, pero ahora pienso diferente –dice.

–¿En qué sentido?

–Que en la vida, lo más importante que puedes dar es tu vida. Y yo la estoy dando por mi país. 

–¿Qué sentiste la primera vez que estuviste en el frente?

–Me bloqueé. Nos teníamos que retirar porque nos estaban atacando y me quedé paralizado. No había luchado nunca, pero mis compañeros me salvaron.

–¿Has mirado alguna vez a los ojos de un soldado enemigo?

–Si los he mirado y estoy aquí es porque él está muerto.

–¿Renunciarías al Donbass a cambio de que la guerra se acabe ahora?

–No. La guerra se acabará cuando recuperemos todos los territorios ocupados temporalmente. También Crimea.

–Si esto pasara mañana, ¿qué harías después?

–Ya no volvería a ser músico. La guerra te cambia. Querría seguir siendo soldado. Aunque ganemos, el país será diferente y estará más militarizado. Se necesitarán soldados.

Un grupo de soldados comiendo en una pizzería de Prokovsk.

Efectivamente, las guerras cambian. La madre que ha perdido a un hijo en el frente no volverá a ser ella. Tampoco los soldados que se han acostumbrado a ver a compañeros morir y que, por la noche, antes de ir a dormir, se preguntan si mañana les tocará a ellos. O el niño de Bakhmut que, en un vídeo, les decía a unos soldados ucranianos que tenía miedo de entrar a su casa porque estaban los cadáveres de sus padres. 

Me lo resumió muy bien el padre de la iglesia de San Andrés de Bucha, escenario de una de las peores matanzas de civiles desde el inicio de la invasión. “Esto era en otra vida”, me dijo mientras me enseñaba una foto que le hizo a su hija frente a la Sagrada Familia. Su vida de antes era ir de vacaciones a Barcelona. La de ahora ha sido enterrar a decenas de vecinos y conocidos en una fosa común detrás de la iglesia.

Cambio de taxi para ir al frente

Por la carretera que nos lleva de Prokovsk a Kostiantínivka, en el Donbass, solo circulan vehículos militares. Van y vienen del frente a toda velocidad. La calzada ha quedado dañada después de un año de invasión: transportar tanto armamento pesado deteriora el asfalto. Un taxista nos lleva, pero a medio camino quiere que su lugar lo ocupe una mujer. Tiene miedo de que, si se acerca al frente, el ejército ucraniano lo reclute. Cambiamos de coche.

Kostiantínivka está a solo 10 kilómetros del frente. Sería el siguiente objetivo de los rusos si consiguen hacer caer la ciudad de Bakhmut, donde tiene lugar una de las batallas más oscuras de la guerra. El ruido de fondo de las primeras explosiones nos da la bienvenida. A medida que avance el día, se intensificarán. Hay soldados por todas partes. En el supermercado, comprando frutos secos o un zumo de naranja; en puestos de ropa y complementos militares –que antes no existían–, o en un restaurante comiendo mientras en la tele ponen una película de aventuras. Son buenos clientes. Muchos cobran entre 3.000 y 4.000 euros por luchar en el frente. Un sueldo estratosférico en Ucrania.

“El ruido de la guerra se escucha cada vez más cerca”, dice Daixa, una chica de 20 años. En Kostiantínivka muchos ya han huido, pero ella resiste, dado que sus padres se niegan a abandonar su casa. Si los rusos llegan, tiene claro que se irá: “No quiero vivir bajo ninguna bandera rusa, un país que nos mata”. Pero la sensación es que la ciudad ya se está preparando para la llegada del invasor.

Mientras nos vamos, dejando atrás varios checkpoints del ejército ucraniano, un anuncio suena por la radio, en ruso y entre música comercial. Va dirigido a las tropas de Putin: “Vuestros cabos os abandonan. Nadie os ha recibido aquí con flores. Entrégate y comerás tres veces al día". Después dan un número de teléfono.

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