Guerra en Ucrania

En la calle de la Muerte, los vecinos convivieron un mes con cadáveres

Las matanzas en la localidad ucraniana de Bucha todavía horrorizan a los vecinos que sobrevivieron

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Olexandra Lomachuk, de 17 años, rompe a llorar cuando ve su clase totalmente destrozada.

Bucha (Ucrania)Al entrar en esta calle de Bucha, con el ajetreo del tráfico, hay sensación de una normalidad aparente, pero tras las rejas que separan las viviendas residenciales hay encerrado un doloroso relato que pide ser escuchado. En esta misma calle permanecieron durante un mes los cadáveres de 14 vecinos dispersados entre las aceras y la carretera. En los patios de las casas habían quedado abandonados –y quemados– los tanques que habían disparado a todo lo que se moviera. Los soldados rusos aplastaban las casas y se llevaban todo lo que querían, mientras las familias atemorizadas se quedaban en los sótanos racionando los víveres. Es por eso que, ahora, los vecinos de esta calle la han rebautizado como la calle de la Muerte.

Cuando las fuerzas de Kiev entraron en la ciudad vecina de Bucha los últimos días del mes de marzo del 2022, después de la retirada de las tropas rusas de la ciudad ucraniana, solo encontraron muerte y destrucción. Hileras de cadáveres tendidos. Fosas abiertas con cuerpos apilados, historias de horror y de torturas. Los horrores de Bucha rápidamente fueron conocidos por el resto de Ucrania y del mundo y causaron una enorme consternación. Los gobiernos occidentales condenaron enérgicamente las matanzas y desde el Tribunal Penal Internacional (TPI) se abrió una investigación para determinar “crímenes de guerra” en Ucrania. A pesar de que el TPI no tiene jurisdicción sobre Rusia, puesto que no ha ratificado el Estatuto de Roma, el tratado fundacional del Tribunal, un juicio en la ciudad de la Haya podría ser la solución para que estos actos criminales no queden impunes.

Mientras las investigaciones siguen su curso, centenares de familias supervivientes o testigos de las matanzas han vuelto a su casa, en Bucha, y tienen que vivir cada día con el doloroso recuerdo de estos crímenes sin sentido. El trauma todavía es muy grande, pero, poco a poco, los vecinos luchan para recuperar la normalidad.

Volver a la vida

Svetlana ha sacado a pasear a su hijo Vladímir, paralítico cerebral, y van de camino al cementerio. Como a Vladímir le cuesta entender la muerte, Svetlana, para evitarle más dolor, ha preferido explicarle que su padre está dormido en el cementerio. El 4 de marzo lo tocó una bala mortal de un francotirador ruso cuando salió a comprar pañales para Vladímir. Svetlana es trabajadora social y estaba cuidando a un anciano que vivía solo. Cuando Bucha fue asediada por soldados y tanques rusos, Svetlana pidió a su marido ir los tres a casa del anciano para ver cómo se encontraba y se tuvieron que quedar a pasar ahí la noche, porque las tropas rusas ya habían tomado la ciudad. Al día siguiente por la mañana, Svetlana le dio una lista con las cosas que Vladímir necesitaba para que las fuera a comprar y su marido no volvió. Lo que más le pesa, lo que nunca se podrá perdonar, es no haber podido recoger el cuerpo de su marido, que yacía boca arriba, con un disparo en la cabeza y otro en el pecho, a 100 metros de su casa. “No me dejaron llevármelo. Se lo rogué al soldado de la calle, pero me dijo que me fuera. Tenía miedo por la vida de mi hijo, y decidí que teníamos que marcharnos de Bucha. Lo dejé ahí, solo”.

Svetlana, una superviviente de la masacre de Bucha, llora a su marido asesinado en Bucha. El 6 de marzo, su marido salió de casa para comprar pañales para su hijo Vladimir, un niño ucraniano discapacitado de 16 años.

En una de las casas de más adelante vive Tetiana. En el patio trasero de su casa fueron ejecutados ocho civiles y tuvo que convivir con el mal olor y los cadáveres durante un mes entero. Tetiana relata que los soldados rusos iban entrando casa por casa y se llevaban a gente con las manos atadas.

Ahora, la pared, que hizo de lugar de fusilamiento, se ha convertido en un memorial en el que se han colgado las fotos de las víctimas. Tetiana nos ha acompañado a verlo. Cuando mira las fotos no se puede aguantar y suelta: “No es justo que tantas mujeres se queden sin marido, que los niños se queden sin padre. Solo quiero que los que cometieron estos crímenes sean castigados”.

Hacer justicia

En las afueras de Bucha se ha abierto un nuevo cementerio donde han sido enterradas las víctimas identificadas y no identificadas. Todavía llega gente buscando algún ser querido. Stephan es taxista, pero antes trabajó durante muchos años en una fábrica en Bucha. Ha llevado a unos clientes al cementerio y ahí dando una vuelta se ha encontrado con la tumba de su amigo Anatoli. "Hemos trabajado juntos media vida. A él lo capturaron los rusos y lo mataron y yo todavía estoy vivo”, manifiesta conmocionado. No es fácil lidiar con el dolor de la muerte, sobre todo si se ha producido en circunstancias trágicas. Pero más difícil es sobreponerse a la desaparición de un ser querido.

Olexandra, de 17 años, hace más de seis meses que no sabe nada de su padre. Sigue esperando cada día la llamada de los servicios que buscan a los desaparecidos durante la guerra. Por las noches, cuando cierra los ojos para intentar dormir, siempre se le aparece su imagen.

Poco a poco, la vida ha ido volviendo a Bucha y a los otros suburbios de Kiev, donde han reabierto las escuelas y los negocios. A pesar de todo, el aparente retorno a la normalidad se ha roto durante las últimas semanas con los bombardeos rusos en la capital y en otras ciudades del oeste de Ucrania. Las secuelas que está dejando la guerra son tan profundas que costará generaciones recuperarse de los traumas, y no se cicatrizarán las heridas si no se hace justicia por los crímenes de guerra.

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