Guerra en Ucrania

Ucrania se prepara para el frío ruso: "Acumulo muebles y ventanas rotas para quemar"

Entre los destrozos de la guerra y las bombas de Putin, la llegada del invierno angustia a los ucranianos

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Un edificio afectado por un bombardeo a Khàrkiv

Chernihiv (Ucrania)En el barrio donde vive Olena y su hijo Misha, de nueve años, en las afueras de la ciudad de Cherníhiv, solo quedan diez de las cuarenta familias que lo habitaban. La destrucción es tan fuerte en esta área, por la proximidad a Bielorrusia a solo 50 kilómetros, que la mayoría de las viviendas no son habitables. La ciudad de Cherníhiv no llegó a ser ocupada por las tropas rusas, pero sí asediada y bombardeada durante un mes, y dejó centenares de casas y edificios residenciales en ruinas y a la población incomunicada sin agua ni electricidad. De los 280.000 vecinos que había antes de la guerra, se quedaron unos 100.000. Pero a medida que la guerra parecía estancarse en el este de Ucrania, otras familias se animaron a volver a Cherníhiv para empezar a reconstruir su casa.

Olena, con la ayuda de Misha, está limpiando los escombros de su tejado dañado para cubrirlo con plásticos aislantes, antes de que empiece el frío. Ha tenido que dejar el trabajo para hacerse cargo de su madre, que tiene problemas de movilidad, y porque Misha ha empezado clases virtuales y no lo puede dejar solo. Todavía le queda mucho trabajo por hacer y cada día que pasa las temperaturas bajan más. Olena está preocupada por la escasez de gas y las interrupciones del suministro eléctrico de los próximos meses. Los bombardeos producidos durante las últimas semanas en plantas e instalaciones eléctricas de las principales ciudades del país han hecho aumentar la preocupación de que el invierno será más duro para las familias más afectadas. Desde que empezó la guerra, el 24 de febrero, alrededor de 800.000 hogares y negocios siguen sin electricidad en Ucrania. Ahora, después de los últimos bombardeos en Kiev y en otras regiones lejos de las líneas del frente, el 30% de las instalaciones eléctricas han quedado destruidas. “No tenemos dónde ir. Es nuestro único hogar. El invierno llega y el gas es caro. Necesitamos calefacción. Estoy acumulando muebles y ventanas de madera rotas para usarlas como leña”, señala Olena.

Algunas de las calles del centro de la ciudad parecen sacadas del decorado de una película postapocalíptica. Vehículos calcinados, grandes boquetes en las fachadas de los edificios, escombros amontonados. Han pasado más de seis meses desde que las tropas rusas se retiraron de Cherníhiv y las imágenes de la destrucción no han cambiado.

Dos hombres cargando troncos en una localidad cercana a Kiev.

En otro barrio periférico de la ciudad encontramos a Tatiana y su hija Veronika, de once años. Todo lo que queda de su casa está barrido en la entrada. Su casa se ha transformado en un solar. Estuvieron limpiando los escombros durante los meses de verano y pasaban las noches cálidas a la intemperie, cubriéndose con sacos de dormir. Otros días las acogieron en casa de algún vecino. Con el dinero ahorrado que tenían ella y su marido, han comprado ladrillos y otros materiales de construcción, pero no hay suficiente. “Necesitamos mucho dinero y mucha fuerza para reconstruir la casa y no tenemos ninguna de las dos cosas. Así que no sabemos qué hacer", explican. A pesar de la aflicción, Tatiana se puede considerar afortunada porque es de las pocas personas que han encontrado refugio para pasar el invierno. Actualmente, vive en un alojamiento para desplazados internos, que recibe la ayuda de Unicef y otras organizaciones humanitarias.

Bombas en los hospitales

La destrucción de las instalaciones vitales de salud y las educativas pone más presión a las familias ucranianas, que tendrán que enfrentar las duras condiciones del invierno con temperaturas bajo cero y fuertes nevadas. El hospital general de Cherníhiv fue bombardeado dos veces entre el 3 y el 7 de marzo y quedó devastado. El hospital recibía unos 45.000 ingresos anuales de pacientes y era el principal hospital público de toda la región. Su directora general, Oksana Logvinchuk, decidió trasladar parte de los equipos de medicina general y pediatría a un viejo edificio de la Segunda Guerra Mundial utilizado para archivar documentos.

Ahora, en este antiguo edificio de una sola planta y con suelo de madera, habitaciones y pasillos estrechos y con solo un baño con lavabo atienden ocho médicos de cabecera y tres médicos pediátricos, con una media de 20 a 30 pacientes diarios. “Las condiciones de este edificio no son buenas, no tenemos agua en las habitaciones, las paredes no están muy aisladas y las ventanas son viejas. No tenemos la certeza de si lo podremos mantener caliente –lamenta Oksana–. Hacemos lo mejor que podemos en estas condiciones, pero me da miedo esperar al invierno porque hará todavía más frío”.

En uno de los pocos bancos que hay en el pasillo -que, a su vez, hace de sala de espera- están sentados Leysa y su hijo, Mijaelo. La madre solía llevarlo a este hospital desde que nació, pero cuando estalló la guerra se fueron hacia Austria. Volvieron a Cherníhiv para que Mijaelo empezara el curso escolar. Han venido al hospital para hacerle una revisión médica. Leysa confiesa su sorpresa al ver el hospital, que sustituye al otro bombardeado: “Cuando entramos aquí, me sorprendieron las condiciones en las que se encuentra. Las habitaciones son muy pequeñas y hace frío". Con cierta resignación, mira a su hijo y se pregunta: "¿Qué será de nosotros cuando llegue el frío de verdad?"

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