El misterio del animal inventado que se come en Navidad en un solo lugar del mundo
La campaña comercial de una empresa con dosis de intriga, música y fútbol cambió para siempre la tradición en millones de hogares de Brasil
¿Es de verdad un ave única en el mundo? ¿Se cría en el polo Norte? ¿Crece en nidos en lo alto de los árboles? ¿O se trata de una criatura de laboratorio que ni siquiera tiene ninguna? Todo tipo de leyendas acompañan desde hace 30 años una de las comidas más omnipresentes en las mesas de Brasil en Navidad. Allí, son muchos los que han oído alguna vez historias sobre el origen de este superpollo, el Chester, siempre rodeado de un misterio que ha dado alas a las más extravagantes teorías (como la de la bestia sin ninguna). Pocos pueden asegurar haber visto nunca un ejemplar vivo, y por eso, cuando el periodista Vitor Hugo Brandalise Junior suelta sentado en un bar, entre amigos, la frase "Mi tío fue uno de los inventores del Chester", sabe que tendrá la atención total de la audiencia.
El Chester, efectivamente, nace en los laboratorios de una de las grandes –gigantes– corporaciones alimentarias de Brasil. Perdigão es la empresa tras un proyecto esperpéntico que arranca a mediados de los 70 cuando los directivos deciden buscar a un animal que desbanque al pavo, que está haciendo de oro su principal competencia. El resultado ha acabado siendo uno de los asados estrella en millones de hogares, un pollo de tamaños poco convencionales que concentra el 70% de la masa corporal en el pecho y en los muslos (en una gallina normal suele ser el 45%) y que, según algunos paladares, tiene una carne más suculenta y menos dura que la del pavo.
El relato del experimento tiene algo de todo: guerra comercial, grandes dosis de secretismo industrial y una potente campaña de marketing que jugó incluso la carta de la rivalidad futbolística. No es de extrañar, pues, que una de las principales productoras de podcast de Brasil, Radio Novelo, haya explicado recientemente su historia. El propio Brandalise es quien desgrana, a través de su historia familiar, uno de los misterios más recurrentes del imaginario colectivo brasileño.
Para situar el origen de todo es necesario remontarse a 1979, en una pequeña ciudad del sur de Brasil, en el estado de Santa Catarina. Videira, situada en medio de un enclave de viñedos –de ahí el nombre, que viene de vid (viña)–, tenía un motor económico totalmente distinto. Allí quien mandaba era la gran corporación alimentaria Perdigão: "En los supermercados de mi ciudad era casi imposible encontrar ningún producto cárnico de la competencia", explica Brandalise al ARA. Pero más allá de ese poder, Perdigão seguía de cerca cada paso que daba su principal rival, la corporación Sadia, a sólo 200 km de allí.
Sadia había sabido adelantarse y convertirse en los grandes distribuidores de pavo en todo el país, una tradición navideña que crecía vertiginosamente gracias a la influencia que llegaba de Estados Unidos. Cuando llegaba la cena del 24 de diciembre, su pavo (conocido popularmente como perú da Sadia, ya que perú significa pavo en portugués) no tenía rival.
Dando vueltas a lo que podían hacer, los directivos de Perdigão se propusieron una hazaña: ¿y si creaban un producto o, mejor dicho, un animal que pudiera hacerle sombra? Para empezar, enviaron a dos trabajadores a EEUU: "Mi tío fue uno de los que fueron hasta Maryland, donde contactaron con un genetista que había desarrollado un linaje de gallinas especialmente grandes", relata el periodista. Puede decirse que de ese viaje se llevaron los que serían los ancestros del Chester. Un avión aterrizó en São Paulo con miles de huevos que, tras superar "una gran burocracia y controles sanitarios", recuerda Brandalise, llegaron hasta la sede de la empresa donde, 21 días después, nacerían los primeros polluelos. El proyecto del pollo gigante –todavía sin nombre entonces– comenzaba a tomar forma.
El silencio fue una de las leyes impuestas por Perdigão al largo de los tres años que duró el desarrollo en el laboratorio. Prohibido captar ninguna imagen de los pollos, que, de hecho, todavía hoy son casi invisibles en la opinión pública. Si se realiza una búsqueda en Google con las palabras Chester frango (pollo), sale casi una sola imagen distribuida muchos años después por la empresa –siempre la misma– para certificar que sí, que Chester tenía cabeza y estaba vivo, contrariamente a lo que algunos especulaban.
Según Brandalise, el secretismo inicial en torno al proyecto fue, en parte, para protegerse. Por un lado, si salía mal, había mucho en juego; por otro, por cuestiones sanitarias: se quería preservar los pollos con los que se estaba trabajando de cualquier agente o patógeno externo que pudiera cargárselo todo. A este respecto, el periodista subraya que a menudo es como una "regla no escrita" entre la industria alimentaria no facilitar demasiadas imágenes de los animales de las granjas de engorde. En el caso del Chester, además, se añadía el argumento del secreto industrial, que querían mantener a salvo de posibles espionajes de competidores.
De hecho, pese a crecer en una casa donde se hablaba del Chester a todas horas, el propio Brandalise reconoce que nunca ha visto ningún ejemplar vivo. "No se puede obviar que las imágenes no debían de ser muy bonitas para el gran público; se estaba intentando hacer una mejora genética en el pollo y nadie sabía muy bien cómo saldría", apunta. El trabajo en el laboratorio, según le contaron repetidamente su tío y su padre, también trabajador de Perdigão, consistió en engordar esos primeros pollos e irlos emparejando entre ellos. Así se quería favorecer que la característica que buscaban, en este caso un pecho y unos muslos más grandes de lo normal, pasara a los descendientes hasta conseguir el superpollo que imaginaban.
Su padre, con quien comparte nombre, era veterinario experto en nutrición animal en Perdigão. Fue el encargado de diseñar la dieta de engorde de los pollos. "Se les daba un pienso hecho a base de maíz, harina de huesos y vísceras, y soja", explica Vitor Hugo Brandalise padre en el podcast que ha grabado el hijo. Entre las teorías que circulaban en torno al Chester, se encuentra la que acusaba a la empresa de haber generado un pollo grande a base de inflarlo a anabolizantes. Es la única teoría que no hace ninguna gracia al padre de Brandalise, que lo niega categóricamente: "Nunca utilicé hormonas en el pienso. Todo esto es un mito y bastante. Lo que se hizo fue desarrollo genético", insiste a preguntas de su hijo. Seguramente, aquí, la falta de transparencia no les jugó a su favor.
Trasladado al presente, está claro que la hazaña del Chester, a pesar de que cumpliera todos los controles sanitarios exigidos en aquella época, despierta controversia y abre debates éticos muy clamorosos sobre los pasos que se dieron hasta llegar a comercializarlo y qué derecho tenían a realizar esta experimentación. "Se puede concluir que hoy todo sería, seguramente, impensable", corrobora Brandalise.
El secretismo ayuda a vender
El misterio que acompañó a todo el proceso de gestación del Chester acabó siendo un gran aliado a la hora de lanzarlo al mercado. Perdigão concluyó que dejar sin responder algunas grandes incógnitas del nuevo superpollo no haría otra cosa que aumentar su popularidad. No iban desencaminados.
Sin embargo, la campaña publicitaria no escatimó recursos. Lo que se quería hacer no era poco: inyectar un nuevo producto en el imaginario colectivo de modo que se volviera una tradición. Brandalise recuerda que la compañía alimentaria, por ejemplo, creó una banda de música al estilo big band, la Chester Show, que se dedicó a recorrer todo el sur de Brasil llevando como bandera el anuncio del nuevo pollo que nacía para cambiar la comida de Navidad para siempre.
Pero la rivalidad con los competidores Sadia y su pavo se convirtió en una cuestión nacional cuando entró en juego el fútbol. Para promocionar Chester, Perdigão tuvo el pensamiento de fundar un equipo de fútbol sala, y así fue como Videira aconteció la Meca brasileña de este deporte, con fichajes que se convirtieron en auténticos ídolos de masas como el jugador Jackson. Fue justamente de la mano de esta estrella del equipo de Perdigão que la selección brasileña de fútbol sala se proclamó campeona del mundo ante la española en una final en Madrid en 1985. Todo estaba pensado y salió redondo: el Chester estaba en todas partes, también estampado en las equipaciones de los jugadores, y dio nombre a su afición peña Chester.
El resultado de este periplo es que hoy el superpollo creado en Brasil es una tradición normalizada. El Chester aparece solo en estas fechas en los congeladores de los supermercados, bien empaquetado y ya abonado con las especias para ir directo al horno, explica Brandalise. Los esfuerzos por batir la competencia valieron la pena si se tiene en cuenta que, con los años, Perdigão acabaría absorbiendo su gran competidora, Sadia. Hoy ambas marcas siguen dominando el mercado de los alimentos procesados en Brasil, y lo hacen bajo el mismo paraguas, el de la gran corporación agroalimentaria Brasil Foods (BRF).
Un último misterio por resolver es el nombre: ¿por qué Chester? En plena discusión para bautizar al nuevo pollo alguien tuvo el pensamiento de un anglicismo: si chest es pecho en inglés y este animal tenía un pecho grande, ¿por qué no decirle chester? La ocurrencia gustó pese a partir de un error fundamental, porque en inglés en el pecho de pollo se le llama breast y no chest y, por tanto, habrían tenido que decirle breaster, que no les sonaba tan bien. Por último, Chester fue el elegido y otras opciones como peitudo (por tener el pecho grande, de nuevo) quedaron en los registros del instituto de la propiedad intelectual como vestigios de un proyecto industrial bien extravagante.