Putin-Trump: Enésima jugada en Alaska
Ni alto el fuego ni reducción de hostilidades en Ucrania. Parece que esto es lo que lleva a la cabeza Vladímir Putin mientras se acerca el cara a cara con Donald Trump. Y también parece ser lo que se huele --y hace días que lo ha dicho-- el primer ministro polaco Donald Tusk: "Temo que vamos hacia una congelación del conflicto". Alaska se perfila pues como el escenario del enésimo juego de indefiniciones y ambigüedades Putin-Trump. El resultado sería más incertidumbre, para ir a parar allí de donde quizás nunca hemos acabado de movernos: lo que quieren Trump y Putin es ponerse de acuerdo para hacer y deshacer sobre el futuro de Ucrania y Europa. Putin no ha renunciado al botín territorial –Crimea y buena parte del Donbás– un éxito disfrazado de victoria de cara a la sociedad rusa, y que dejaría para Ucrania la rendición casi incondicional: obligada neutralidad –siempre amenazada de satelización– y ni hablar de entrar en la OTAN.
Y mientras va hacia Alaska: ¿qué piensa Trump que es más importante para EEUU? ¿Obtener garantías para Ucrania, y para Europa, en un diseño del fin de la guerra? ¿O bien ceder a sus inquietudes ególatras, aunque el precio sea ceder, también, a las exigencias de Putin? ¿Es capaz Trump de dar la espalda definitivamente a Ucrania, y en Europa, una vez tiene asegurados los dineros que olía poder llevarse? Las tierras raras en Ucrania –todo un expolio–, el 15% de aranceles en Europa, más el 5% del PIB para mantener la OTAN. Por cierto: ¿de qué sirve la OTAN si el comandante decisivo, EEUU, se da la espalda a sus aliados europeos?
Todo esto Trump lo puede defender en nombre de los equilibrios geopolíticos que le hace falta con Putin, lo que sería legitimar el escándalo humillante que tuvo que soportar Zelenski en la Casa Blanca, y que no fue otra cosa que una secuencia del desprecio hacia Europa anunciado en invierno del 2024: "No les protegeré –exclama- exé. con ellos". Una cantinela amenazante conectada con toda la gama de malabarismos retóricos: ahora suspendo el envío de armas a Ucrania; ahora volvemos a enviar; ahora abucheo Zelenski; ahora me lo escucho en el Vaticano a pocos metros del papa Francisco de cuerpo presente. Y de vez en cuando le toca a Putin: ¡basta de bombas! Y al cabo de pocas horas: ¡pero ve qué tiene que hacer! Y ninguna sanción en Rusia, sólo alguna amenaza de trámite como la última: "Os doy cincuenta días: si no paráis esta guerra uno pongo el 100% de aranceles". Todo para ir a parar al cara a cara de Alaska del viernes, que deja fuera de la negociación tanto a Ucrania como a Europa. Hay que recordarlo una vez más.
A Putin ya le va bien este malabarismo trumpista, porque cuantas más secuencias escenifique más claro tendrán dentro y fuera del Kremlin que los EE.UU. en el declive. Y que el supuesto carisma de Trump es cada vez más caricatura. ¿Y qué se propone hacer mientras Europa?Y qué ocurre con los 650.000 millones de euros que constan en la letra pequeña del acuerdo de aranceles, y que Trump quiere recibir "como un regalo" y no como un préstamo? Donald Tusk teme, con razón, que la guerra de Ucrania acabe congelada. Es lo más probable que puede ocurrir cuando dos déspotas juegan en medio de un marco geopolítico helado por completo.