Ucrania, entre el apocalipsis nuclear virtual y la guerra real que no le importa a nadie

El estreno del videojuego STALKER 2, ambientado en un mundo postapocalíptico en Chernobyl, impactó más en Ucrania que la nueva amenaza nuclear de Putin

Olha Kosova
y Olha Kosova

KiivLa belleza sobrecogedora de los paisajes melancólicos y sombríos congelados en los últimos días del otoño de estas imágenes de videojuego resuena en el murmullo de la hierba, sólo interrumpido por gritos lejanos de mutantes y el eco de algunos rasgos. Alrededor de una hoguera, figuras exhaustas, vestidas con ropa táctica y máscaras antigás, tocan la guitarra y canturrean melodías familiares. La ucrania de este mundo fantástico se revela en pequeños detalles sutiles: alfombras en las paredes con ciervos tejidos, flores de amapola, molinos, canciones, tranvías abandonados y botes de leche condensada que evocan la infancia. Las ruinas de edificios, enmarcadas por la naturaleza, despiertan recuerdos vívidos y dolorosos que hace tiempo que han superado el horror.

En el marco del día mil de la guerra, esta semana ha adquirido proporciones de metaverso, ya que de repente se ha fusionado el mundo real con el virtual. Una vez más, el principal leitmotiv ha sido la amenaza nuclear y sus posibles consecuencias. Como un preludio inesperado del lanzamiento del esperado STALKER 2, orgullo de la industria del videojuego ucraniana que transporta a los jugadores al mundo postapocalíptico de la zona de exclusión de Chernobyl, va llegar el impacto de un misil balístico intercontinental. El presidente ruso, Vladimir Putin, negó que fuera un misil intercontinental, como afirma Ucrania, pero dejó claro que era un misil balístico de última generación que pretendía ser un aviso de sus capacidades nucleares.

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Estas armas, desarrolladas durante la Guerra Fría entre Estados Unidos y la URSS como pieza clave de la disuasión nuclear, todavía no se han utilizado en combates reales. Sin embargo, la reciente prueba de un misil ruso, aunque sin carga nuclear, devastó otro objetivo de infraestructura e hirió a dos civiles. El mensaje de Putin fue claro. Los analistas competían en la definición: algunos lo llamaron un “último saludo a Biden” en respuesta al permiso que dio a Kiiv para utilizar misiles de ATACMS contra territorio ruso; otros decían que era un despliegue de fuerza previo a posibles negociaciones de paz.

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Pero para los ucranianos, el impacto virtual de una explosión nuclear en el videojuego generó mucho más revuelo, dando lugar a mems que mostraban jugadores con explosiones atómicas tanto en pantalla como fuera. El S.TALKER 2 se convirtió en una fuerza radioactiva suave que recuerda al mundo la guerra en Ucrania, incluso cuando la fatiga informativa ya ha surtido efecto. Esta conexión entre el juego y la realidad no sólo surge de su temática o ambientación, sino porque el prototipo del protagonista es un combatiente del batallón Azov y porque dos de sus desarrolladores murieron en combate. La nueva entrega marca un cambio definitivo: en los mil días de guerra, la realidad cultural y social se ha transformado. El juego ya no está pensado para la era postsoviética: carece de doblaje ruso y no se vende en el país vecino. Los desarrolladores han dejado claro a la audiencia rusa que ya no es bienvenida en la zona.

Por su parte, los ciberataques rusos filtrando partes del juego y las amenazas de la Duma de prohibirlo –con posibles sanciones penales por adquirirlo– demuestran que el sentimiento es mutuo. Mientras en YouTube jugadores anglohablantes entonan canciones ucranianas y muestran paisajes que reflejan la vida en tiempo de guerra, en una conferencia en Kiiv un moderador intentaba tranquilizar a la audiencia cuando las sirenas antiaéreas empezaron a sonar: “Señoras y señores, continuaremos con la conferencia a pesar de la alarma. Monitorizamos la situación y le informaremos si se acerca algo nuclear”. Más tarde, un traductor compartió esa anécdota entre risas.

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La periodista ucraniana Marina Danilyuk-Yermolaieva confesó a Facebook que es muy difícil explicar a los extranjeros la calma ante una amenaza nuclear. Finalmente, ideó una respuesta universal: “¿Ha visto el documental 1000 formas de morir? No. Pues mírelo. Rusia intentó ya todos los métodos posibles para destruirnos”.

La Tercera Guerra Mundial no altera el estoicismo en Ucrania

Ni siquiera el discurso del general Valerii Zalujni –embajador ucraniano en Reino Unido–, reconociendo que en el 2024 el mundo había entrado en una Tercera Guerra Mundial, logró alterar ese estoicismo. En ese momento, la guerra mundial ya no era un secreto. Las bromas y la actitud imperturbable parecían no cambiar, pero en los puntos en los que la realidad se acerca a la virtualidad postapocalíptica, las fracturas dentro de la guerra real es cada vez más evidente.

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Una de estas fracturas es la distancia entre Ucrania y sus socios internacionales. En el trasfondo de las bromas emerge una sensación creciente de que "el mundo ya ni siquiera está preocupado". La amenaza nuclear hace revivir recuerdos de las garantías que se ofrecieron en Ucrania en el Memorándum de Budapest. En abril del 2010, Ucrania envió más de 50 kg de uranio altamente enriquecido a Rusia como parte de un acuerdo con Estados Unidos, y prometió eliminar todas sus reservas para el 2012. habría sido suficiente para fabricar dos bombas atómicas. Moscú debía procesarlo para que no se pudiera utilizar para armas. "El [entonces] presidente Obama destacó la contribución única de Ucrania al desarme nuclear y garantizó que las seguridades otorgadas bajo el Memorando de Budapest de 1994 seguían vigentes", declararon entonces ambos mandatarios. También se acordó trabajar conjuntamente para asegurar la planta nuclear de Chernobyl.

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Otra grieta es la que divide a los soldados congelados en el frente del Donbás, los ucranianos de los países europeos y los que viven en grandes ciudades lejos del frente. Las tropas observan mapas que muestran el avance ruso, o “la carne”, tal y como llaman las oleadas de soldados enemigos muertos, mientras ellos se mantienen firmes. Los días son más cortos, las noches más largas y el invierno se avecina. El agotamiento pesa. Algunos militares se quejan de que, en lugar de fortificar las ciudades, las autoridades locales insistían en plantar macizos de flores, como en Pokrovsk. A su regreso a las urbes de vacaciones, donde antes les ofrecían descuentos ahora enfrentan críticas por sus salarios en un contexto económico difícil. Cada vez más sienten que esta guerra sólo la viven ellos, inmersos en su propia realidad postapocalíptica. Pero en su juego, los bugs no son errores técnicos, sino el número creciente de desaparecidos y muertes.