Ucrania comienza a calcular la factura de la reconstrucción

Con las bombas aún cayendo, la Unión Europea, Estados Unidos y el capital privado ya diseñan su reparto

Imágenes de la destrucción causada en la madrugada del viernes en la región de Zaporígia, por un ataque ruso.
20/12/2025
6 min

LondresTras el negocio de la guerra, vendrá el de la reconstrucción. El 10 de diciembre, el presidente Volodímir Zelenski compartió un mensaje significativo en las redes sociales. Hacía referencia al encuentro telemático que mantuvo ese día con, entre otros, el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent; el yerno del presidente Donald Trump, el empresario Jared Kushner, y Larry Fink, el jefe del mayor gestor de capitales del mundo, BlackRock, uno de los verdaderos dueños del mundo, por la extensión y la diversidad de sus tentáculos financieros. Zelenski escribió: "Este podría ser considerado el primer mitin del grupo que va a trabajar en un documento relativo a la reconstrucción ya la recuperación económica de Ucrania".

Hay más de uno de este tipo, aunque las bombas siguen cayendo, y por ahora no parece que deban detenerse en los próximos días. Por esta razón, resulta imposible realizar una estimación razonable de la factura final –en bienes materiales– que, después de casi cuatro años de guerra, ha causado la invasión rusa. Y menos quien la hará cuando las armas se callen.

El Banco Mundial, con la colaboración de la Unión Europea y las autoridades ucranianas, publicó en febrero la Cuarta Evaluación Rápida de Daños y Necesidades (RDNA4 por sus siglas en inglés), en la que cuantificaba los "daños directos" provocados por la guerra en 176.000 millones de dólares. Una estimación que sólo incluía la destrucción causada en los años 2022, 2023 y 2024. Por tanto, todo será mucho más, teniendo en cuenta que a lo largo de 2025 los ataques rusos se han incrementado exponencialmente. Viviendas, energía, comunicaciones, industria y agricultura concentran la mayor parte de los daños. El cálculo no incluye el gasto sanitario que implica todo ello.

Además, se leía que "en el conjunto de los sectores evaluados, las interrupciones de los flujos económicos y de la producción, junto con los costes adicionales asociados a la invasión –la gestión de escombros, por ejemplo: unos 1.500 millones de toneladas, según Kiiv–, se cuantifican como una pérdida económica superior a los 0".

Pero no sólo eso, porque el mismo análisis sugería que "las necesidades de recuperación y reconstrucción durante la próxima década se estiman en casi 524.000 millones de dólares EE.UU.". Los cálculos actuales prevén que los sectores que mayor inversión necesitarán son, por este orden: vivienda (33%), transporte (21%), energía e industrias extractivas (12%) y comercio e industria (10%). Pero ese más de medio billón de dólares apuntado no incluye el coste en defensa, que para la futura Ucrania será muy alto si quiere tener una fuerza disuasoria que evite otros ataques.

Antes de continuar, sin embargo, hay que echar un vistazo al estado de las arcas de Kiiv. Según estimaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), la Comisión Europea y el gobierno de Kiiv, en los próximos dos años el país necesitará 135.700 millones de euros para cubrir tanto los gastos militares como el funcionamiento del estado. Esto, en el mejor de los casos que la guerra se detuviera a finales del 2026.

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, y la mariscal del Senado de Polonia, Malgorzata Kidawa-Blonska, este pasado viernes en el Senado de Varsovia.

De esa suma global, Ucrania requerirá aproximadamente 71.700 millones en 2026, de los que unos 51.600 millones están relacionados con necesidades militares, mientras que 20.100 millones se destinarán a gastos civiles y de gestión pública. En 2027, se calcula un total de 64.000 millones, con 31.800 millones para defensa y 32.200 millones para el funcionamiento ordinario. Si no se cubren estos agujeros, en abril Kiiv podría caer en quiebra y el frente oriental se hundiría como un castillo de naipes.

Un primer parche lo puso, la madrugada del viernes, la Unión Europea, con la emisión de 90.000 millones de euros de deuda para sostener al país en los dos próximos años. Pero de acuerdo con los cálculos que ya hemos mencionado, todavía se necesitan unos 46.000 millones de euros que, en estos momentos, no tienen una cobertura garantizada. La UE ha comprado tiempo, no ninguna solución definitiva. El elefante en la habitación siguen siendo los activos rusos congelados, de los que se volverá a hablar en los próximos meses.

Con la quiebra en el horizonte a corto plazo, el gran debate ya no es sólo cómo resistir, sino cómo reconstruir el país. Y sobre todo con qué dinero, bajo qué condiciones y con qué beneficiarios. Porque, a diferencia del Plan Marshall –financiado íntegramente con fondos públicos estadounidenses– con el que Estados Unidos levantaron Europa al término de la Segunda Guerra Mundial la reconstrucción de Ucrania se está diseñando como un ecosistema híbrido en el que conviven dinero público, préstamos multilaterales, garantías estatales y capital privado internacional. No por casualidad, como dijo Zelenski, Larry Fink participó en el encuentro al que nos hemos referido inicialmente. BlackRock no reconstruye países por filantropía.

La UE tendrá que pagar más que nadie

El pilar central de este entramado es la Unión Europea, que ha asumido el papel de sujetador de Ucrania. La Bruselas más comprometida con Kiiv sigue el razonamiento del primer ministro polaco, Donald Tusk, quien a la entrada de la reunión del Consejo Europeo del jueves lo expresó de forma dramática: "Ahora tenemos una elección simple: o dinero hoy o sangre mañana". Lo que quiere decir, también, "dinero mañana o sangre mañana". Porque es de vital interés para la UE y el resto del continente que Ucrania sea fuerte militarmente y renazca económicamente, y más aún con la traición de un Washington en manos de Donald Trump.

Con el rescate a la liquidez recién aprobado, Bruselas ya ha puesto en marcha el llamado Ukraine Facility, un instrumento dotado con hasta 50.000 millones de euros hasta 2027 que combina subvenciones y préstamos a muy largo plazo. El objetivo no es sólo reconstruir puentes, escuelas o centrales eléctricas, sino también condicionar la ayuda a reformas estructurales: gobernanza, estado de derecho, lucha contra la corrupción y progresivo alineamiento con el entorno comunitario. Es decir, reconstruir Ucrania a imagen y semejanza de la UE.

En paralelo, el Banco Mundial se ha convertido en la gran máquina técnica de la reconstrucción. No sólo cuantifica daños, como se ha dicho, sino que administra fondos fiduciarios multilaterales que permiten pagar salarios de funcionarios, pensiones y servicios básicos, evitando el colapso social. Este soporte es clave: sin un estado que funcione, no puede haber ningún Plan Marshall posible, público, privado o mixto. El Fondo Monetario Internacional, por su parte, actúa como garante de la ortodoxia macroeconómica, con programas de apoyo acondicionados que preparan el terreno para que, algún día, el capital privado pueda entrar sin miedo a un colapso financiero.

Miembros del Servicio Estatal de Guardia Fronteriza de Ucrania vigilan un punto de paso en la frontera con Bielorrusia en el óblast de Cherníhiv, el 18 de diciembre

La partida que juega Estados Unidos es muy distinta. Washington ha evitado compromisos presupuestarios al estilo europeo y ha apostado por mecanismos que permitan atraer a inversión privada. El fondo de inversión para la reconstrucción impulsado por el departamento del Tesoro estadounidense apunta claramente en esta dirección: convertir a Ucrania en una plataforma de inversión a largo plazo en sectores estratégicos, desde la energía hasta los minerales críticos, pasando por las infraestructuras logísticas.

Y con la previsible intervención del capital privado, el relato cambia de registro. Ya no será sólo una operación humanitaria o geopolítica, sino uno de los grandes negocios globales de las próximas décadas. Las grandes constructoras y energéticas europeas —de Vinci o ACS, en Siemens Energy, Enel o Holcim— parten con ventaja, por proximidad geográfica y porque será la UE quien pagará la mayor parte.

Las empresas norteamericanas, en cambio, pueden encontrar su nicho en sectores de alto valor añadido: digitalización del estado, infraestructuras de datos, comunicaciones seguras y ciberseguridad. Entran en juego actores como Microsoft, Amazon, Palantir o SpaceX. Y en un país que, incluso en paz, siempre tendrá que mirar a Moscú de reojo, la frontera entre reconstrucción civil y seguridad será difusa, lo que abrirá la puerta a la participación de grandes grupos de defensa. Los nombres son los habituales: Lockheed Martin, Raytheon, Rheinmetall o Thales, en proyectos que combinarán infraestructuras, tecnología y capacidad militar.

También habrá implicado otro sector determinante: el de los seguros, las garantías y la financiación del riesgo. Sin coberturas contra riesgos políticos y de seguridad, ninguna gran inversión privada llegará a Kiiv. Aquí, instituciones públicas occidentales tendrán que actuar como aseguradoras de última instancia, socializando riesgos para que el capital privado pueda privatizar beneficios. Pero, de momento, la guerra sigue. Y la única certeza es que la factura va a crecer.

stats