¿Por qué le ponen túnica a Messi? Cuatro lecturas políticas de la final

En este Mundial de fútbol, tan polémico y tan polarizador, ha resonado más que nunca el eterno debate sobre hasta qué punto la política y las relaciones internacionales también impregnan los espacios del fútbol. De la final que este domingo disputaron Argentina y Francia, con victoria del equipo de Leo Messi, también se extraen –como no podía ser de otro modo– algunas lecturas políticas que hay que tener en cuenta.

La túnica negra

Fue segundos antes de que Messi cogiera la copa y la levantara al cielo rodeado de sus compañeros. El emir de Catar, el jeque Tamim bin Hamad Al Thani –bajo la mirada cómplice del presidente de la FIFA, Gianni Infantino–, envolvió el cuerpo del astro argentino con una túnica negra con detalles dorados. Se llama bisht, y es una capa tradicional que, en varios países del Próximo Oriente, denota poder y prestigio. En Catar solo la pueden llevar las personas vinculadas a la familia real. Pero más allá del significado histórico, esta túnica negra fue la manera más efectiva que el régimen catarí encontró para plasmar, a simple vista y para la eternidad, un mensaje político, también lleno de poder: el Mundial que ganó Messi lo organizó Catar. El simbolismo es enorme y de alguna manera sirve de epílogo para todas las vergüenzas y contradicciones políticas que ha supuesto este campeonato de fútbol. La genuflexión del mundo ante Doha ha sido tan descarada que incluso se les permitió teñir de negro los colores de la albiceleste del mejor futbolista de la historia durante su instante más soñado.

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Los abrazos de Macron

A pesar de la polémica que han suscitado sus viajes a Catar para seguir los últimos partidos de la selección francesa, ayer domingo Emmanuel Macron también hizo acto de presencia en el palco del Lusail Stadium. Su protagonismo, sin embargo, empezó una vez finalizado el partido y consumada la derrota de los bleus en la tanda de penaltis. El presidente francés es, probablemente, el mandatario global que mejor domina el simbolismo y el lenguaje no verbal. También quién más cuda la imagen que transmite a través de las cámaras, especialmente aquellas que, después, nutrirán las redes sociales. Por este motivo, cuando Macron bajó al terreno de juego, buscó desesperadamente la foto con Kylian Mbappé, que estaba destrozado después de haber perdido la final a pesar de haber marcado un hat-trick. Lo ayudó a ponerse de pie, lo mimó, lo abrazó y habló con él tanto rato como pudo. Evidentemente, todo estaba estudiado. Haciendo esto, Macron lanzaba un mensaje a todos los franceses: vuestro presidente ha venido hasta aquí para consolar a la estrella del equipo y, por lo tanto, para consolar a toda Francia. Veremos si le funciona, pero, seguramente, no era ni el mejor momento ni el mejor escenario para buscar tanto protagonismo político.

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El vídeo de Zelenski

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Esta es la imagen que pasó más desapercibida... básicamente, porque nunca existió. El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, había grabado un discurso para que fuera retransmitido justo antes de la final. No es nuevo: desde que, hace diez meses, Vladímir Putin decidió atacar Ucrania, el mandatario de Kiev había aprovechado grandes acontecimientos globales para denunciar la invasión rusa. Pero en este caso no fue posible. La FIFA rechazó la emisión del vídeo, alegando que su contenido vulneraba la neutralidad política. Los contrastes son a menudo difíciles de digerir: horas antes de que empezara el partido, desde una Ucrania medio a oscuras se alertaba de que esperan una gran ofensiva rusa a principios del 2023, que traerá "más muertos y sufrimiento". Desde Moscú, en cambio, se anunciaba que, a partir de esta semana, desplazarán músicos al frente de batalla para intentar levantar la moral de sus soldados. Unos soldados que, conviene no olvidarlo, acostumbran a ser jovencísimos y, en muchos casos, ni sabían que los enviaban a hacer la guerra.

Sin gesto de nadie

Se esperaba que unos 1.500 millones de personas de todo el mundo mirarían el partido de ayer. Habría sido el escenario ideal para que cualquiera de los protagonistas se hubiera atrevido a hacer un simple gesto. Un gesto dedicado a un colega de profesión. Se llama Amir Nasr-Azadani, tiene 26 años y esta semana el régimen de Irán lo condenó a muerte por apoyar la ola de manifestaciones que desafía al régimen de los ayatolás y que reclama más derechos y libertades, especialmente para las mujeres. Teherán ya ha ejecutado como mínimo a dos personas acusadas del mismo cargo –uno de los cadáveres fue colgado de una grúa y expuesto al público–. Pero ayer el gesto tampoco llegó. Es bastante evidente que este será recordado como el Mundial de Leo Messi. Se lo ha ganado. Pero también podría ser recordado de otras muchas maneras. Por ejemplo, el Mundial que costó la vida de 6.500 trabajadores. O el Mundial que prohibió los colores del arcoíris. O incluso el Mundial en el que nadie levantó la voz para evitar la muerte de un compañero.