El legado de Angela Merkel
Tras dieciséis años como canciller, la líder conservadora no se presenta a las elecciones al Bundestag y deja un escenario incierto para Alemania y Europa
BerlinQuien pasea por delante del Museo de Pérgamo ya está acostumbrado a ver a la policía en la otra acera. Después de dieciséis años, casi todo el mundo sabe que es donde vive Angela Merkel con su marido, profesor universitario de química. Estaban hace dieciséis años y continuarán estando ahora que ella se retira de la política. Cuando Angela Merkel fue escogida canciller en septiembre de 2005, nadie se esperaba que dieciséis años más tarde, con 67 años, todavía seguiría en el poder. Era una mujer del Este en un partido, el conservador CDU/CSU, dominado por hombres del Oeste. Nunca ha presumido de ser la primera canciller, quizás porque la emancipación de la mujer era más generalizada en la desaparecida Alemania Oriental (RDA).
Durante la campaña electoral de estos días, la candidata ecologista Annalena Baerbock ha hecho valer a menudo el hecho de ser mujer y madre. En cambio, durante sus cuatro mandatos, la considerada más de una vez la mujer más poderosa del mundo siempre hizo campaña “como un hombre más”. Los tiempos han cambiado de caras a la galería, pero la Alemania que deja Merkel tiene un 11,5% de mujeres en las juntas directivas de las 200 principales empresas del país y un 28,4% de mujeres en posiciones de liderazgo en conjunto.
Matrimonio igualitario
“El matrimonio tiene que ser, como recoge la Constitución, entre hombre y mujer”, decía a los medios la canciller hace cuatro años. Votó levantando una cartulina roja, pero pasará a la historia por haber permitido, a pesar de su partido, que el Bundestag votara sobre el matrimonio homosexual y ganara el sí. Tres de sus cuatro mandatos fueron en Gran Coalición con los socialdemócratas (SPD). “Merkel siempre ha conseguido presentarse más de izquierdas de lo que es la CDU/CSU, sobre todo en el ámbito de la familia. Los últimos años los socialdemócratas han perdido en las urnas, pero han ganado en las negociaciones colando sus temas”, explica la politóloga de Hertie School of Governance (Berlín) Andrea Römmele. Ejemplos: la introducción de un salario mínimo interprofesional (2015) y el incremento escalonado desde 2010 del dinero que da el estado por cada niño que nace en Alemania.
La vivienda ha pasado a ser la cuestión social central. Pasarse meses buscando un lugar para vivir es la nueva normalidad. De postal o para llorar fue la imagen de 1.800 personas esperando para visitar un piso de 50 m2 por 500 euros en el barrio berlinés de Schöneberg. Los 1,5 millones de viviendas para frenar el incremento de los alquileres no han llegado cuatro años más tarde de la promesa de la actual Gran Coalición y no hay perspectivas de medidas federales reales para frenar los alquileres. De los 83 millones de alemanes, 13 millones viven en e umbral de la pobreza.
Técnicos de sonido, actores, músicos y exguías viven ahora gracias a las prestaciones de Hartz IV como consecuencia del coronavirus. Cuando Merkel ganó en 2005 se benefició de los efectos del controvertido programa de reformas del sistema social y mercado laboral (Agenda 2010) aprobado por el gobierno anterior (SPD-Verdes), que le costó la cancillería a su predecesor Gerhard Schröder (SPD).
En sus años de canciller se han reavivado las tasas de ocupación, los volúmenes de exportaciones han batido récords y se ha reforzado el intercambio comercial con China. El paro en 2005 era del 11,7%, y este año es del 5,6% (del 10% en la capital, Berlín). La inflación hace dieciséis años rondaba el 2%; la previsión para 2022 es del 4%.
Los dieciséis años de Merkel han seguido el credo de no endeudarse y no subir impuestos, y se ha ganado la etiqueta de ama de casa de Suabia, el equivalente al catalán agarrado. Pausada y reflexiva, Merkel ha priorizado el statu quo a las reformas. Con excepciones: la del ejército (Bundeswehr), con la consiguiente retirada del servicio militar obligatorio (2011) durante el gobierno de coalición con los liberales (FDP). Diez años después, en crisis por la retirada de las tropas occidentales de Afganistán, Alemania se debate si replantear las misiones internacionales y si aumentar su aportación en la OTAN hasta el 2% del PIB, como reclaman desde hace tiempo los Estados Unidos.
El clima, asignatura pendiente
Al margen del apagón nuclear, con Merkel, de reformas climáticas claras ha habido pocas. “En los últimos diez años Alemania no ha tomado las medidas necesarias. Harán falta inversiones públicas y privadas masivas en la adaptación energética y la transformación digital”, dice Marcel Fratzscher, presidente del Instituto Alemán de Investigación Económica (DIW) en un encuentro con corresponsales. En tecnologías verdes, en 2005 se pisó el freno comparado con el gobierno socialdemócrata-ecologista anterior. La industria automovilística sigue siendo la más importante de la economía alemana (38%), y Merkel la ha defendido en Bruselas y en el mundo, a pesar del escándalo de las manipulaciones de diésel (2008) y los acuerdos climáticos de París (2015-16).
Por barrios berlineses como Kreuzberg o Marzahn es más probable oír turco o ruso, las principales lenguas minoritarias en Alemania. En cuanto a Turquía, Merkel, cordial, es consciente que es la puerta de contención de más olas migratorias, y es socio de la alianza transatlántica. En cuanto a Rusia, la hija de la RDA habría podido actuar más de puente con Occidente, pero el conflicto en Ucrania y el gasoducto Nord Stream 2 no han ayudado. Merkel, que prefiere quedar en segundo plano, se ha puesto solo los últimos días en el rol de Mütti (mama, como se la conoce popularmente en Alemania) para apoyar a Armin Laschet e intentar salvar la derrota electoral conservadora.