El oasis turco donde rusos y ucranianos comparten calle
La ciudad de Antalya, en el sur de Turquía, acoge a miles de rusos y ucranianos desde hace años y ahora observan como sus países se encallan en un conflicto sin precedentes
AntalyaAnochece en Antalya, en el sur de Turquía, y Anastasia, nacida en Odesa y residente en la ciudad eurasiática, coge una bobina de hilo azul y otra de amarillo: los colores que dan forma a su terapia de choque contra la ansiedad. Ver y escuchar lo que está pasando en su país, Ucrania, la tiene enganchada a las redes sociales y al teléfono por si algún familiar la llama. Pero las horas pasan y recibe pocas llamadas o ninguna. Por lo tanto, ha convertido su profesión de cosedora en lo más pareciendo a una consulta psicológica: en vez de explicar sus intrigas, que en tiempos de guerra no son pocas, cose banderas de Ucrania para venderlas y así poder enviar dinero a sus familiares y amigos, ahora escondidos en cualquier sótano.
“Los primeros dos días estaba impactada, porque ninguna persona esperaba que esto pasara, que hubiera tan poca humanidad, tanta violencia. Al tercer día pensaba que todo acabaría, pero no. Entonces vine a trabajar por primera vez y me di cuenta de que tenía que reaccionar, porque la guerra no se acababa y yo tenía que hacer algo”, explica Anastasia. A pesar de poner hilo a la aguja para paliar la ansiedad, no se puso a coser banderas por casualidad: “Vi que había gente en Instagram que colgaba banderas ucranianas en el balcón y recordé que por el día de la independencia –el año anterior– se buscaban banderas de Ucrania en Antalya. Entonces llegué al trabajo, vi que tenía telas y empecé a coserlas. No me imaginé que habría tantas personas que quisieran una”. Y la demanda exagerada la tiene entretenida: durante el día dedica las horas a atender los pedidos de los clientes habituales y por la noche hace banderas para no pensar en sus familiares de Melitópol, ciudad ucraniana ahora bajo la ocupación de los rusos.
El oasis turco
Cerca de 30.000 rusos y 10.000 ucranianos residen en Antalya, destino de vacaciones donde muchos han decidido quedarse para emprender una nueva vida. Una de ellos es Olga, de San Petersburgo, que ya lleva casi una década en tierras turcas. A pesar de abrazar su cultura y ser consciente de que las altas temperaturas del sur de Turquía son aplastantemente más favorables que el frío ruso, no vino por una cuestión tan banal como esta: “Nunca me ha gustado mi gobierno y siempre he buscado un lugar donde pudiera sentirme cómoda, por lo tanto, vine a Antalya”, asegura. A continuación carga contra el hombre que está en boca de todo el mundo. “No estoy de acuerdo con Putin, yo no lo elegí, siempre he estado en contra y cuando tuve la oportunidad de salir de Rusia lo hice”. Pero el hecho de no haberlo querido nunca en el poder o haberse levantado en su contra no le quita el sentimiento de culpa: “No tengo vergüenza de ser rusa, me da vergüenza mi presidente y tengo miedo por mi futuro y el de mi hija”. De hecho, toda su familia, en contra de la guerra, vive en San Petersburgo y esto la tiene inquieta. También asegura que la mayoría de rusos fuera de su país están en contra de la guerra, pero “los que viven allí no pueden expresar su malestar”. Olga tiene una vida y un círculo de amistades ucranianas en Turquía y no quiere desmontar lo que ha construido durante años; por lo tanto, pide perdón cada vez que tiene la oportunidad: “Me gustaría agradecer mucho a mis amigos ucranianos que, a pesar de la guerra, todavía sean amigos míos”.
Aun así, para Demian, ucraniano también residente en Antalya, no hay excusas: “Después de todo lo que está pasando, solo tendré amigos rusos si han pasado por prisión por protestar”, deja claro. Y él, que vive con toda su familia en la ciudad del suroeste de Anatolia, ya ha decidido cortar relaciones con muchos rusos que antes estaban en su círculo. Pero, ahora que la guerra ha estallado, solo tiene tiempo para maldecir a los que no alzan la voz contra Putin y para hacer cajas de ayuda humanitaria que enviará a Ucrania.
Olena, también ucraniana, explica que la triste realidad en Antalya es que la relación entre rusos y ucranianos se ha enturbiado: “La comunicación ya no es como antes, nos preguntan cómo estamos, pero las cosas ahora han cambiado”, explica. Y la prueba que lo confirma es que ella, a diferencia de Olga, da las gracias por no tenerse que cruzar con ningún ruso en sus tareas diarias, como llevar a los hijos a la escuela o, directamente, tenerlo de vecino.
Ayuda desde Turquía
El salón de la casa de Demian está invadido por una montaña de ayuda humanitaria que viene de los turcos y va hacia Ucrania. Allí reciben todo tipo de objetos de todo el país, los empaquetan y, cuando la montaña de cajas es notoria, los envían a Polonia. En el improvisado centro de ayuda también está Yuri, un ucraniano que más de tres décadas atrás sirvió al ejército soviético cuando la URSS intentaba invadir Afganistán. Su tarea en la guerra consistía en conducir camiones, asegura, porque no sabía ni cómo se cogía un fusil. “En aquel momento me dijeron que no podía entrar en combate porque no tenía experiencia, ahora envían a cualquier joven a morir sin haber disparado una sola bala”, explica en referencia a los miles de jóvenes rusos que Putin envía al frente a combatir, precisamente, contra su hijo.
“No sabemos nada de él. Desde aquí también recibimos donaciones para comprar material para las unidades de protección territorial”, explica. Y no esconde que querría estar allí, luchando, pero, a pesar de estar en buena forma física, confiesa que es demasiado mayor para ir a la guerra y aquí, en Antalya, es mucho más útil, el puente entre los que quieren aportar un grano de arena y los que dan la vida en el frente.