Elecciones en el país del desencanto
El primer ministro Al-Sudani parte como favorito en el reparto sectario del poder
Beirut (Líbano)Tras dos décadas de fallidas transiciones, el tablero político iraquí muestra un equilibrio frágil entre fuerzas que ya no compiten por el poder, sino por su cuota dentro del sistema. La ola de protestas que en 2019 desafió al régimen sectario nacido después de la invasión estadounidense puso de manifiesto su poca legitimidad, pero la represión posterior consolidó un modelo autoritario. El sistema se ha cerrado sobre sí mismo, con las mismas coaliciones, las mismas cabezas y un electorado cada vez más ausente. El próximo martes, entre 21 y 28 millones de personas –según las fuentes oficiales, de mediados de junio, y las publicadas– están llamadas a escoger a los 329 miembros del parlamento.
Pero más que un ejercicio democrático, el proceso parece una operación de consolidación interna dentro de una estructura fragmentada, dominada por redes clientelares y tutelas externas. A veintidós años de la invasión norteamericana y dieciséis desde el fin de la guerra civil, Irak sigue atrapado entre la erosión institucional y una sociedad exhausta, desconectada de su clase dirigente.
El primer ministro, Mohammed Shia al Sudani, parte como claro favorito para un segundo mandato, según informa Reuters, gracias al apoyo del bloque chiíta Marco de Coordinación ya una estrategia pragmática que equilibra su relación con Washington y Teherán. Su gobierno ha estabilizado la moneda –cien comidas equivalen a 7 céntimos de euro– y ha contenido las tensiones internas, pero no ha abordado las reformas que reclamaba la juventud movilizada hace seis años. Su prioridad es preservar el control del aparato estatal antes que transformarlo.
El país llega a las urnas en una calma engañosa. La violencia cayó a mínimos históricos, aunque la represión selectiva, la exclusión de candidatos independientes y el rediseño de distritos electorales garantizan que el voto se quede dentro de los márgenes aceptables para las élites. El observatorio Armed Conflict Location & Event Data (ACLED), una organización sin ánimo de lucro que recopila, analiza y cartografía datos en tiempo real sobre violencia política y eventos de protesta en todo el mundo, señala que la competencia política se ha reducido a una pugna entre facciones, más que a una disputa por un proyecto de país.
El sistema sectario de reparto de poder, el muhasasa, sigue bloqueando toda reforma. Cada ministerio es feudo de un partido y cada partido administra su propia economía paralela. Según Sajad Jiyad, analista de The Century Foundation, las élites se benefician delstatu quo y las urnas sólo sirven para legitimar ese reparto. La participación podría caer por debajo del 40% pese a los incentivos y compra de votos. El think tank de Estados Unidos Atlantic Council advierte que la apatía ciudadana refleja la convicción de que el poder real se decide fuera de las votaciones.
Presión en Kurdistán
Al norte la fractura entre el Partido Democrático del Kurdistán y la Unión Patriótica del Kurdistán ha paralizado el parlamento regional y ha debilitado su posición frente a Bagdad, que utiliza los pagos del presupuesto federal y el control del petróleo como instrumentos de presión. Lo que se dirime no es el equilibrio identitario, sino el acceso a los recursos. La economía se sostiene gracias al petróleo, lo que representa el 90% de los ingresos estatales. Pero la corrupción, la falta de inversión y la sequía prolongada agravan una precariedad estructural.
Irán conserva una influencia considerable, aunque su control ya no es homogéneo. Las milicias chiíes mantienen vínculos con Teherán, pero el gobierno de Al-Sudán impulsa una agenda de soberanía que busca equilibrar las relaciones con los polos de poder regional. Renad Mansour, de la Chatham House de Londres, apunta a que Irak intenta afirmarse como un estado funcional dentro de un entorno inestable.
Estados Unidos, bajo la presidencia de Donald Trump, mantiene una política de contención discreta, con menos presencia militar y más apoyo técnico. Washington intenta evitar que Irak caiga en la órbita exclusiva de Irán sin asumir el coste de una nueva reconstrucción. Turquía, después de reducir su presencia militar en el norte y avanzar en el desarme del PKK, ha recalibrado su influencia hacia el ámbito económico, impulsando corredores logísticos y proyectos energéticos.
El tablero iraquí se ha transformado en un espacio de competencia contenida entre potencias regionales, donde cada actor busca asegurar su influencia sin desencadenar una confrontación directa. Lo que ocurra en Bagdad repercute en Damasco y Beirut, porque los mismos equilibrios entre milicias, estados débiles y patronajes externos recorren el arco que conecta Irán, Irak, Siria y Líbano.
La paradoja iraquí es que la estabilidad actual descansa en un sistema incapaz de reformarse. Las elecciones del martes no miden la capacidad de Irak para renovarse políticamente, sino la habilidad del régimen para mantener la apariencia de normalidad. Ningún blog tiene interés en alterar elstatu quo, y la ciudadanía, privada de alternativas, se refugia en el desencanto. La legitimidad que otorgue los resultados será más formal que real. Tras las urnas, el país sigue dividido por líneas sectarias, con instituciones que funcionan como extensiones de los partidos, un poder que se administra sin rendición de cuentas y una sociedad que se disuelve en la indiferencia.