Un Irán sin armas nucleares: negociación a tres bandas

Estados Unidos e Irán se ha vuelto a reunir este sábado en Roma, en una nueva ronda de las conversaciones que empezaron el 10 de abril en Omán en la que Washington busca que Teherán no desarrolle armamento atómico y el país persa que le levanten las sanciones por su programa nuclear. Los encuentros al más alto nivel entre ambos países continuarán la próxima semana bajo la vigilancia cercana de Israel, país que sin duda tendrá la última palabra sobre los acuerdos.

Hay que decir que a Israel no le interesa nada llegar a un acuerdo con Irán, sea de la naturaleza que sea. Quiere mantener una situación de confrontación permanente con Teherán, porque de este modo atrae hacia su esfera de influencia a los países árabes de la región que ven a Teherán como un peligro para su estabilidad.

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En 2015 se firmó un primer acuerdo entre Irán y la administración de Barack Obama. Este pacto se respetó escrupulosamente hasta que el presidente Donald Trump lo cargó en el 2018 unilateralmente, o mejor dicho, a petición de Israel. En 2015 Benjamin Netanyahu incluso viajó al Capitolio para pronunciar un discurso agresivo contra el acuerdo de Obama, un discurso que también iba dirigido contra el presidente demócrata. La oposición del primer ministro no ha variado desde entonces. Sus intereses siguen siendo los mismos.

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En aquella época, hace una década, Netanyahu decía que a Irán le faltaba menos de un año para fabricar la bomba atómica, e insistía en que éste era el objetivo de los iraníes. Han pasado diez años, Teherán sigue sin tener la bomba y los mandatarios iraníes insisten en que no tienen ningún interés y que, de hecho, podrían haberla fabricado si hubieran querido.

Es evidente que a Israel no le interesa que haya calma en la región, excepto si la calma viene de países como Arabia Saudí, Egipto o Emiratos, es decir, de países que aceptan uno statu quo parecido a lo que busca Israel, sin posibilidad alguna de crear un estado palestino y sin ninguna veleidad de islam político.

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Irán, y los chiítas en general, tienen una idea de la justicia que no comparten ni el Estado de Israel ni los países "moderados" de la región. En realidad, lo que está en juego son dos visiones antagonistas de Oriente Próximo y del mundo en general. Estados Unidos apoya su aliado incluso cuando la visión de Israel va en contra de sus intereses. Vimos un caso hace sólo unas semanas. Adam Boehler, un judío americano que recibió el encargo de Trump de conseguir llevar a buen puerto la liberación de los rehenes americanos en Gaza, negoció directamente con Hamás en secreto, una acción, que cuando trascendió, se tradujo en su fulminante destitución.

Steve Witkoff, el enviado especial de Trump por Oriente Próximo, encargado de negociar con Irán, ha hecho esta semana una serie de comentarios que revelan cierta buena disposición a un acuerdo sobre el programa nuclear, pero de momento la negociación no ha hecho más que empezar, e Israel no ha puesto todas sus cartas encima de la mesa.

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La caída del régimen iraní que busca Netanyahu quizá no sea una buena idea para la región, especialmente si tenemos en cuenta que un colapso de la República Islámica abriría una inestabilidad imprevisible que seguramente iría más allá de Oriente Próximo. Los negociadores estadounidenses e iraníes han dicho que es posible que haya un acuerdo a corto plazo, pero ese optimismo no está garantizado, especialmente porque Israel puede abortarlo de nuevo, como hizo con el pacto de la administración Obama.