Siria vota sin urnas: elecciones parlamentarias en un país fragmentado
En los primeros comicios del nuevo régimen, el Parlamento será elegido por comités locales que excluyen a una parte del país y por el presidente interino
DamascoEs una mañana suave de octubre y, en los calles de la capital siria, la rutina diaria avanza como cualquier otro fin de semana. No hay carteles, ni mítines, ni la efervescencia típica de una jornada previa a unas elecciones. Muchos peatones ni siquiera saben que este domingo se celebran comicios parlamentarios. Para otros, la cita despierta sentimientos contradictorios: entre la esperanza cauta y un escepticismo aprendido después de años de guerra, desplazamiento y represión.
A diferencia de los procesos electorales tradicionales, los sirios no votarán directamente a sus representantes. Dos tercios de los 210 escaños serán escogidos por comités locales, y el tercio restante será designado por el presidente interino Ahmed al-Sharaa. Regiones como Suwayda -de mayoría drusa- y el noreste kurdo quedan fuera del proceso y dejan 19 escaños vacantes. Estas regiones, escenario de continuas protestas contra el deterioro económico y la violencia sectaria, sienten la falta de representación real. Allí, la participación se percibe más como una formalidad que como un mecanismo de cambio.
Organizaciones civiles y analistas han cuestionado la falta de cobertura territorial, la baja representación femenina y la centralización del poder presidencial. Para muchos ciudadanos estas particularidades reflejan tanto las limitaciones del experimento político en curso como la fractura real del país después de catorce años de guerra.
En Jaramana, en el Damasco rural, Giulianna, una joven drusa de 27 años, habla con franqueza sobre las divisiones internas que atraviesan su comunidad. "Somos muchos los que hemos estudiado y queremos un futuro diferente, pero entre nosotros mismos hay heridas y resentimientos que no han cicatrizado. Los niños han crecido viendo violencia y limpieza sectaria; esto se ha normalizado para ellos. Hay gente que entiende lo que pasa y quiere cambiar las cosas, pero no tiene voz ni garantías de seguridad. Si dices lo que piensas."
En los suburbios de Qudsaia, en el oeste de la capital, Mohamed, de 34 años, observa el proceso con una mezcla de esperanza y cautela. Desertó del ejército al inicio del conflicto y pasó años como refugiado en Sudán y Turquía antes de decidir volver. "Antes, el miedo me paralizaba. Ahora siento que, aunque las amenazas no han desaparecido, las cosas están cambiando poco a poco. Si este nuevo experimento sirve para abrir un camino diferente, con mayor dignidad y libertad, estará muy bien. Todos los sirios nos merecemos algo mejor", dice con una serenidad ganada a polvo.
En Babtouma, barrio comercial cristiano de Damasco, Ibrahim atiende a la confitería familiar con la televisión encendida de fondo. "Queremos que el Parlamento represente a todos los sirios, no solo a ciertas comunidades. Si los jóvenes no participamos, si no se abren espacios reales de discusión, no cambiará nada. Esperamos que el nuevo gobierno no favorezca a un grupo sobre otro", afirma, sin esconder su preocupación por el favoritismo habitual en las instituciones.
El cambio hacia una cultura política diferente
Una joven activista, que prefiere no dar su nombre, resume así el momento histórico: “Estamos cruzando un umbral entre un régimen dictatorial y una sociedad que quiere hablar de política sin miedo. Antes, expresar una opinión era peligroso. Ahora, poco a poco, salen espacios para debatir, escuchar y disentir. sentir".
A pesar de los matices de esperanza, muchos ciudadanos siguen cuestionando la esencia del proceso electoral. La elección indirecta, la exclusión de zonas enteras del país y el decisivo poder del presidente interino alimentan la percepción de que se trata de una reforma más formal que sustancial. Mariam, cristiana de Damasco, lo expresa con claridad: "Si un comité es quien elige a los diputados y no al pueblo, ¿a quién representan realmente? Estas elecciones no son para nosotros".
A medida que se acerca la votación, la vida en Damasco sigue su curso. No hay ambiente electoral en las calles ni grandes debates públicos, pero bajo esa calma cotidiana se mueven percepciones, expectativas y frustraciones acumuladas. Las elecciones de este domingo no parecen destinadas a transformar el sistema de un día para otro, pero sí a medir el pulso de una sociedad que, después de años de guerra y desplazamientos, busca redefinirse.
Más que un cambio inmediato, lo que está en juego es si este proceso abrirá espacio para una cultura política diferente, menos basada en el miedo y más en el debate, la participación y el reconocimiento mutuo. En un país marcado por la fragmentación y el desgaste, la transición política dependerá menos de los comités electorales que de la capacidad de la sociedad para reclamar poco a poco un lugar en la esfera pública.