Irán

Teherán, en alerta: el riesgo de quedarse sin agua es inminente

En los últimos 50 años se ha vaciado el 70% de las reservas subterráneas, sobre todo por los miles de pozos ilegales

Iraníes hacen un picnic dentro de un río casi seco, que antes estaba lleno, en la zona de Fasham, en el norte de Teherán, Irán.
Miquel Rodrigo Ubach
14/09/2025
4 min

BarcelonaLos pantanos que suministran agua a Teherán, la capital de Irán, están a punto de secarse. El presidente iraní, Masoud Pezeshkian, advirtió en julio de que la capital podría quedarse sin reservas entre septiembre y octubre si no se reduce drásticamente el consumo de agua. La situación es crítica en una ciudad de más de 9 millones de habitantes, capital de una provincia que suma casi 14.

Irán sufre desde hace más de cinco años una de las sequías más graves de su historia: 30 de las 31 provincias están afectadas y el 80% de los embalses están prácticamente vacíos. A esto se le ha sumado este verano una ola de calor excepcional, con temperaturas de hasta 50 grados, y una falta de lluvia que ha reducido las precipitaciones un 44% por debajo de la media anual. Las previsiones no son mejores: en dos décadas, el país podría perder un 35% de las lluvias actuales y sufrir un aumento de 2,6 ºC de la temperatura media.

Los expertos llevan décadas alertando del riesgo de agotar los recursos hídricos, pero los avisos han sido ignorados. "Cuando intentamos ver las causas de la situación, existe una mezcla de dos razones principales: el cambio climático y la mala gestión del gobierno, marcada por la corrupción y la concentración de proyectos en manos de unos pocos", señala al ARA Barah Mikail, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Saint Louis de Madrid.

Pozos ilegales y laxitud de las autoridades

En los últimos 50 años se ha vaciado el 70% de las reservas subterráneas, sobre todo por la laxitud de las autoridades. En Teherán, las violaciones recurrentes de la normativa y la existencia de miles de pozos ilegales provocan que el suelo de la capital se hunda unos 25 centímetros al año. Además, las industrias y un deficiente sistema de gestión de las aguas residuales contribuyen a contaminar gran parte de los cursos naturales, lo que agrava aún más la escasez.

Pero el principal problema es el sector agrícola, que acapara el 90% del agua del país, lo que ha supuesto el secado casi total del lago Urmia, uno de los mayores de Oriente Próximo, y la desaparición de muchos cursos fluviales. Esta situación ha reducido la productividad de cultivos esenciales como el trigo y el arroz, haciendo que Irán sea más dependiente de las importaciones y, en consecuencia, más vulnerable a la inflación. Según Mikail, el problema también es político: "El gobierno ha intentado tranquilizar a los campesinos garantizándoles agua para producir, aunque fuera a costa de comprometer los recursos del futuro".

Según el World Resources Institute, Irán es uno de los países del mundo con mayor estrés hídrico: consume casi el 100% de los recursos renovables de agua disponibles. Se calcula que el 35% de la población vive concentrada en zonas con un nivel de estrés hídrico muy elevado. Las pérdidas económicas pueden ser enormes: los expertos alertan de que el impacto anual podría oscilar entre el 6 y el 14% del PIB en sectores como la agricultura, la energía, la salud y el transporte.

Las desigualdades, en el centro

Pero el problema no afecta a todos por igual. En Teherán, los barrios ricos del norte apenas sufren cortes de agua, mientras que en el sur muchos vecinos dependen de camiones cisterna y no disponen de sistemas de almacenamiento adecuados. Esta desigualdad refleja la carencia de redistribución de los recursos y acentúa el malestar social. Según Mikail, "si la población no tiene acceso a una necesidad básica como el agua, se añadirá presión sobre el gobierno".

Y la desertificación avanza: entre 2002 y 2017, más de 12.000 pueblos desaparecieron por falta de agua. Según el exjefe del departamento de Medio Ambiente del país, Issa Kalantari, hasta 50 millones de personas podrían verse obligadas a emigrar en los próximos años si no se reduce el consumo agrícola.

Ya existe un éxodo rural masivo hacia Teherán, donde el consumo de agua por persona supera los 400 litros diarios, muy por encima de la media nacional de 250. Para Mikail, "es evidente que en Irán hay una situación de éxodo rural y que el agua tiene un papel central: hablamos de cantidades muy importantes de las personas". Sin embargo, este movimiento podría tener implicaciones internacionales si los países vecinos empiezan a recibir refugiados iraníes.

Con una población que ya ha superado los 90 millones en 2025, la presión sobre los recursos crece exponencialmente. Ante la crisis, las autoridades han reducido la presión del agua en la capital y han iniciado cortes de hasta 48 horas en varias ciudades. También se ha anunciado el proyecto de transmisión de agua de Taleghan a Teherán y se han comenzado negociaciones para importar agua de Turkmenistán, Afganistán, Tayikistán y Uzbekistán. Además, el gobierno declaró festivo el pasado 6 de agosto y ordenó el cierre de oficinas públicas en 16 de las 31 provincias para reducir el consumo de electricidad.

Una sociedad poco preparada

Los expertos señalan la reutilización de aguas residuales y la inversión en desalinización como opciones viables. "Irán no se ha quedado sin agua, sino sin agua de calidad", subraya Mikail. Para el profesor, la clave son las reformas estructurales y una gestión más sostenible, aunque "la sociedad iraní no está preparada para un cambio de mentalidad de esa magnitud". El régimen, de hecho, ve en la crisis una oportunidad para justificar su apuesta por la energía nuclear civil, con el argumento necesario para hacer funcionar las plantas desalinizadoras cuando el petróleo se agote.

La dependencia de la ayuda exterior también es limitada. "La mentalidad iraní rechaza cualquier riesgo que venga del exterior, sobre todo si implica dependencia", señala Mikail. Asimismo, las sanciones internacionales y la priorización de la defensa –con gran parte del presupuesto destinada al ejército ya los aliados regionales– limitan aún más la capacidad de inversión en reformas hídricas.

Así, más allá de las medidas técnicas, el reto es político y social. Mikail señala que "las políticas estatales y los comunicados de los altos cargos iraníes muestran la preocupación del régimen" y que "el hecho de que haya movimientos populares que se quejan de la situación es indicador de su gravedad". Sin embargo, la fe religiosa juega un papel. "Muchos iraníes confían en que Dios encontrará una solución. Es una mentalidad generalizada", dice el profesor.

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