La paciencia de los restauradores franceses se agota

Tras meses cerrados, algunos han optado por la desobediencia y han abierto a pesar de las sanciones

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Un restaurante de París cerrado debido a las restricciones por la pandemia, en enero

ParísEs uno de los sectores de esta pandemia que más sufren. Víctimas colaterales de la crisis sanitaria, los cafés, los bares y los restaurantes no ven la luz al final de este túnel llamado covid-19. Cerrados desde el mes de octubre, cuando se decretó el segundo confinamiento en Francia, ven pasar los días sin saber cuándo podrán volver a poner la mesa o bien servir un pastis, uno de los licores más populares entre los franceses. Algunos se habían hecho ilusiones que a finales de enero podrían volver a acoger clientela, pero la condición sine qua non que el gobierno puso sobre la mesa -no más de 5.000 casos diarios- no se ha logrado. Es más, el país contabiliza ahora cuatro veces más contagios que el límite marcado por el ejecutivo.

La tregua entre el primer y el segundo confinamiento, cuando pudieron abrir las terrazas, tiene ahora reminiscencias de espejismo. París ha dejado de ser una fiesta; la algarabía de cafés, bares y restaurantes se ha esfumado. Desde principios de año, las calles se medio vacían a las seis de la tarde, hora de inicio del toque de queda.

El centro de París, vacío durante la noche debido al toque de queda, a finales de enero

En una situación aún peor, las discotecas no han podido abrir desde marzo. Los sindicatos alertan de que uno de cada cuatro establecimientos nocturnos no superará la crisis y deberá cerrar las puertas definitivamente. Es por ello que todas las reconversiones temporales son buenas cuando se pasa mal: el sector ha puesto a disposición del gobierno los 1.600 establecimientos con los que cuenta el país para transformarlos en centros de vacunación de urgencia para toda la población. Una propuesta a la que el gobierno aún no ha respondido.

Abrir a pesar de la prohibición

En medio de esta atmósfera medio ansiógena, medio fatalista, algunos han decidido rebelarse. El propietario del restaurante La Source Bleue, Stéphane Turillon, es el instigador de una "revuelta" con aires de desobediencia civil: la de abrir bares y restaurantes durante un día para protestar contra la disnea infligida por las decisiones de Emmanuel Macron. "No soy confabulista, ni sindicalista, ni político. Solo quiero trabajar", se defiende Turillon. "Esto no es París, aquí la comida para llevar no es viable porque estamos a diez kilómetros de todo. Además, mi trabajo no es meter comida en una caja".

Después de anunciarlo a bombo y platillo, decenas de personas dispuestas a entablarse se congregaron lunes ante este restaurante situado en Cusance, un pueblo no muy lejos de la frontera suiza. La acción de Turillon, sin embargo, se tuvo que abortar. Entre la multitud, decenas de gendarmes para impedirlo. No fue necesario que hicieran nada: el hombre decidió finalmente no abrir. El chef asegura que el prefecto le avisó de que podría perder la licencia y que le podrían cerrar el restaurante definitivamente, más allá de la amonestación anunciada por el Ministro de Economía de retirar las ayudas económicas y los cierres administrativos.

La terraza del restaurante Le Poppies, en Niza, llena a la hora de comer el 27 de enero

Esto es lo que le ha pasado a la brasserie Le Poppies, en la ciudad de Niza. Su propietario llenó su terraza a finales de enero, aclamado por decenas de comensales, al grito de "libertad". Según la Prefectura de los Alpes Marítimos, se les ha multado a todos. El hombre, sin embargo, acabó pasando la noche en la comisaría por otro motivo: su cocinero, un marfileño que hace diez años que vive en Francia, no tiene papeles. Representantes sindicales de la CGT aseguran que están trabajando para que se regularice la situación de este hombre, que, tras ser identificado, recibió una notificación oficial de la administración con la obligación de salir del territorio francés en un plazo de un mes.

De hecho, la mediatización de estas aperturas ilegales ha provocado un incremento de los controles policiales. Una mala pasada para los que hasta ahora hacían poco ruido mientras continuaban encendiendo los fogones para los paladares más discretos. En las últimas semanas se han detectado más de un centenar de restaurantes clandestinos, un dolor de cabeza para las autoridades. 

Uno de los casos más insólitos es el que destapó el diario Le Parisien. Una patrulla sorprendió a un grupo de personas comiendo en L’Annexe. La guinda al pastel es que una parte de la clientela eran magistrados que trabajan en la Corte de Apelación, no muy lejos del café-restaurante. En un comunicado, el mismo tribunal negó que ningún "magistrado del poder judicial" haya sido multado por este caso, poniendo en entredicho la versión del diario.

Comida para los estudiantes

Otro sector al borde del abismo es el estudiantil. Con la crisis, los trabajos que permitían a los universitarios vivir han desaparecido y muchos de ellos se encuentran en dificultades económicas, además de psicológicas, un pez que se muerde la cola. En las últimas semanas las filas de jóvenes ante asociaciones como Linkee han incrementado. Esta organización que lucha contra el despilfarro alimentario reparte comida y productos de primera necesidad a este colectivo gratuitamente.

Un clima social doloroso que está pasando factura en el quinquenio del presidente francés, a poco más de un año de las elecciones presidenciales. O, dicho de otro modo, la ciudadanía podría optar por otras formas de gobernar. 

El nacionalismo populista de derechas que encabeza Marine Le Pen es la alternativa que reunió más votos en 2017. Algunos confían en que el cordón sanitario para excluir al partido de extrema derecha vuelva a funcionar, tal como ocurrió hace cuatro años y también en 2002. Pero lo cierto es que Le Pen sigue recortando distancias a un Macron desgastado que en su estudiado programa no había previsto una crisis sanitaria planetaria.

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