El síntoma Navalni
La muerte de Aleksei Navalni este viernes en la colonia penal número tres de Kharp, cerca del Ártico, ha generado muchos interrogantes, y de momento pocas respuestas. Al igual que ha sucedido con tantos otros disidentes políticos y periodistas rusos asesinados durante los últimos años, existen incógnitas que probablemente nunca se resolverán. Las autoridades ya han cambiado tres veces de versión sobre el motivo de su muerte, y la ubicación del cadáver sigue siendo un misterio. Pero la principal cuestión es, ¿por qué ahora? La tragedia del disidente ruso ha dejado en un segundo plano la noticia del principal éxito militar ruso en Ucrania desde mediados de 2023, la toma de la ciudad de Avdíivka, pocos días antes del segundo aniversario del inicio de la guerra. A sólo un mes para la celebración de unas elecciones presidenciales rusas que el Kremlin quería tranquilas, y para las que ya sehabía prohibido la participación de los dos únicos candidatos opositores independientes, tampoco parecía el momento más propicio.
Navalni y el movimiento que creó habían planteado el desafío interno más importante para Vladímir Putin desde su llegada al poder en el año 2000. La conocida como Fundación Anticorrupción que impulsó en 2011 se convirtió en un auténtico contrapoder, organizado a través de una red civil con presencia en toda la Federación Rusa , en torno a la denuncia de la corrupción endémica y de una oligarquía de estado que permitía el enriquecimiento extremo de una minoría cercana a Putin, mientras que importantes capas de población vivían en condiciones de miseria. Su éxito se dio por unas formas innovadoras de comunicación política, con un activismo con un importante componente digital que demostró una gran capacidad de movilización en las calles. En 2012, Navalni fue uno de los promotores de las manifestaciones más multitudinarias de los últimos veinte años contra el régimen, y un año después, en 2013, se le permitió (por primera y última vez) concurrir a unas elecciones, las municipales de la ciudad de Moscú. El 27% que obtuvo, por el 51% del alcalde Sergei Sobianin, candidato del oficialista Rusia Unida, puso el miedo en el cuerpo de muchos. Fue entonces cuando se inició la cacería penal contra él.
Ideológicamente, Navalni había sido un nacionalista ruso declarado. En un momento en que estos planteamientos estaban en auge en Rusia, a mediados de la primera década de los 2000, defendía un nacionalismo ruso de base étnica con posiciones xenófobas, especialmente duro contra migrantes provenientes de Asia Central y Cáucaso. Sin embargo, poco a poco fue virando hacia posiciones liberales, con un elemento social que fue ganando fuerza para tratar de conectar con las necesidades de la población que sufría en carne propia las importantes desigualdades que generaba el sistema. En 2020 se posicionó a favor de la candidatura de Bernie Sanders para las primarias demócratas de EE.UU. Hace pocas semanas, en vista judicial, llegó a cargar duramente contra la discriminación que los presos musulmanes sufrían en las cárceles rusas.
Contra la guerra de Ucrania
Después de su envenenamiento fallido a manos del FSB en agosto de 2020, el encarcelamiento inmediato que siguió su regreso a Rusia en enero de 2021 provocó la penúltima gran ola de protestas que ha vivido el país. La última se produciría un año después, en febrero de 2022, en forma de reacción espontánea por la agresión militar rusa contra Ucrania. La represión masiva que siguió, y el endurecimiento de las penas por manifestarse o expresar opiniones disidentes públicamente, forzó a cientos de miles de rusos a exiliarse, muchos de ellos jóvenes simpatizantes de Navalni de ciudades como Moscú, San Petersburgo o Ekaterimburgo.
En 2014 había dado un apoyo tácito a la anexión rusa de Crimea, pero ocho años más tarde se opuso abiertamente a la guerra en Ucrania, con comunicados que publicaba por redes a través de colaboradores cercanos en los que también defendía el derecho de los ucranianos a elegir su destino. Si la intención de Navalni al volver a Rusia en el 2021 era contribuir con su encarcelamiento a desestabilizar el sistema desde dentro, este plan quedó interrumpido irremediablemente por una guerra que lo cambió todo, y que en Rusia redujo a la mínima expresión los pocos espacios de activismo que todavía existían. Muy lejos quedan los años en que, practicando una forma de autoritarismo híbrido de pretendida apariencia democrática, el sistema podía permitirse tolerar a disidentes como Alexei Navalni actuando libremente y presentándose a procesos electorales. Pocos síntomas podrían ser más manifiestos del cierre histórico que vive el país que su asesinato en un centro penitenciario.