Soledad europea

El riesgo de confrontación en el Pacífico ha ensanchado, todavía más, la distancia transatlántica

La nueva alianza entre los Estados Unidos, el Reino Unido y Australia para hacer frente a China es otro desafío existencial para la Unión Europea, que, cuanto más se esfuerza para mantenerse al margen de esta nueva confrontación bipolar entre Washington y Pekín, más acelera la nueva realidad geoestratégica.

En el fondo, la primera debilidad europea es no tener una posición común clara sobre cómo pretende relacionarse con China y su poder cada vez más asertivo sobre los gobiernos comunitarios. También es existencial confirmar que, ocupe quien ocupe el Despacho Oval (con un discurso más o menos amable u ofensivo), la Unión Europea es un socio irrelevante para Washington. Como admitía en caliente el jefe de la diplomacia francesa, Jean-Yves Le Drian, Biden ha hecho de Trump. Pero, a pesar de la indignación francesa, que ha perdido su “contrato del siglo” para vender submarinos a Australia, los movimientos geopolíticos de esta semana son un desafío directo a la idea europea de un mundo cooperativo.

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Bruselas es consciente de que necesita encontrar su propio espacio en medio de estos tambores de Guerra Fría con los que Washington pretende tapar su salida humillante de Kabul. Pero, aunque la UE insistiera en la presentación de su estrategia para el Indopacífico, esta semana, que ellos siguen estando más por la cooperación que por la confrontación, la credibilidad de la estrategia europea dependerá de la credibilidad de la Unión. “Afganistán es el síntoma de una cierta soledad geopolítica en la que se encuentra Europa”, asegura el investigador del IBEI Oriol Costa.

Como afirmaba el miércoles la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, en su discurso sobre el estado de la Unión ante el Parlamento Europeo, el objetivo de la UE es rediseñar su modelo de conectividad con el mundo. Los europeos “somos buenos financiando carreteras, pero no tiene ningún sentido para Europa construir la carretera perfecta entre una mina de cobre de propiedad china y un puerto de propiedad china”, ironizaba Von der Leyen. “Queremos crear vínculos, no dependencias”, decía la jefa del ejecutivo de Bruselas. Es precisamente esta idea de conectividad e interdependencia global –tal como se ha aplicado hasta ahora– la que nos ha hecho sentir vulnerables y la que hoy está en cuestión. El director del European Council on Foreign Relations, Mark Leonard, asegura en su último libro que, con la crisis del coronavirus, “las conexiones entre personas y países se han convertido en un arma”, porque se han utilizado los unos contra los otros.

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Todos los caminos llevan a la Unión Europea hacia una “autonomía estratégica” que todavía tiene más de idea que de realidad pero que pretende que, en un futuro próximo, la UE pueda ser capaz de decidir cuándo quiere actuar en cooperación con otras potencias y cuándo hacerlo en solitario. Por eso necesita desarrollar una cierta autonomía en temas de seguridad, energía, digitalización o economía. La Comisión Von der Leyen es la primera en la historia del ejecutivo comunitario que tiene una dirección general de Industria de Defensa y del Espacio. El programa político de Von der Leyen, el miércoles, ya dejaba patente un hilo argumental incuestionable: seguridad sanitaria, seguridad en el aprovisionamiento, seguridad militar, cibernética, en la vecindad y en las infraestructuras.

Bruselas quiere más autonomía, pero no para entrar en el juego de la confrontación. “La UE es una estructura regulatoria”, decía el profesor Costa después de escuchar el discurso de Von der Leyen. Pero el mundo que los europeos pretenden regular desde el multilateralismo está inmerso en un seísmo geoestratégico que se acelera de espaldas a una Unión que, una vez más, se ha sentido ninguneada y humillada por aquellos con quien, en principio, comparte las estructuras de seguridad.