Asha Miró: "¿Adoptamos porque queríamos o porque era una moda?"
Maestra y escritora
Este 2024 se cumplen 50 años de la llegada de Asha Miró (Saha, India, 1967) a Cataluña. También hará 25 que la descubrimos en televisión, donde presentó programas en el 33, en TVE o en la Xarxa. Escribió la historia de su adopción en un libro –La filla del Ganges– que fue el más vendido del año 2003. Se realizaron documentales, películas y más libros de Asha Miró, hasta que desapareció del radar mediático. Viendo Adoptats, uno de los últimos documentales del Sense ficció en TV3, pensé en como le habría ido la vida. Lo más importante: ha sido madre.
Quizás hace veinte años de la última vez que nos vimos. Si te pido que me hagas un resumen de lo que te ha pasado durante este tiempo, ¿qué me dirías?
— Lo primero que te diría es que en 2007 llegó Komal a mi vida. Mi hija, que adopté en la India. Yo soy su tía abuela, ella es la hija de la hija de mi hermana. Vino muy enferma, llegó con seis años a punto de cumplir siete, como yo. Empezó a ir a la escuela y a los dos meses hablaba ya catalán. Se repitió todo, parece increíble. Mis padres iban viendo cómo yo estaba viviendo la misma historia que ellos habían vivido. Y ha sido fantástico. Fui sola a buscarla y después llegó Pere [la pareja de Asha] a mi vida. Dejé de hacer muchas cosas que tenía, como la televisión, para dedicarme a ella.
Hay una diferencia: que Komal fuiste a buscarla a la India y tú, con seis años, viniste sola en un avión, con una foto de tus padres adoptivos.
— Sí, vine sola. A veces me pregunto cómo puede ser que yo con cinco años dijera que quería unos padres. Lo estaba pasando muy mal, y el hecho de no tener a alguien que te quiere, alguien que está a tu lado, crea esa necesidad. Vivía en un orfanato con muchas niñas, yo era la más pequeña, hasta que las casaban con doce o trece años. Para todas estas niñas sólo teníamos una bicicleta. Recuerdo un sábado que se abrió la puerta, entraron un señor y una señora y vi cómo abrazaban a una niña, algo fantástico. Los regalos que traían no me importaban, pero ese abrazo a mí nunca me lo habían dado. "Yo quiero esto", dije.
¿Qué últimos recuerdos te han quedado grabados de ese viaje en avión?
— Era muy pequeña. Cogí la mano de la azafata y hacia delante. Lo que recuerdo es la llegada a Barcelona, donde tenía a mi padre, mi madre y mi hermana esperándome a pie del avión, en la pista.
Hace 50 años que llegaste a Barcelona y 25 que te vimos en televisión. Las cifras redondas sirven para hacer balance. ¿Cómo te ha ido?
— Muy bien, no puedo quejarme. Siempre digo que debes dejarte sorprender por la vida. No puedes decir: "Soy maestra y aquí me quedo". En 1999 se celebraba el primer congreso internacional sobre la adopción en Barcelona, El Periódico me pidió un artículo y Ramon Pellicer me invitó aEntre línies de TV3. Fui con mi padre, yo estaba muerta de miedo. De repente, se me abrió una ventana maravillosa cuando al cabo de quince días me proponen presentar un programa en la tele. Descubrí el mundo de la comunicación.
En ese momento parecía como si en Cataluña sólo hubiera una persona adoptada, que eras tú. ¿Por qué crees que tuviste esta dimensión mediática?
— Lo parecía, pero había muchas. Pero la adopción, hasta ese momento, era un tabú, un secreto, y allí empezó a ser algo entendido, valorado y querido. Y después también es que no había gente de color en televisión que hablara catalán.
¿Cuándo ha sido la última vez que te han dicho: “Qué bien hablas el catalán”?
— Uf, no hace mucho, muy a menudo. Todavía ahora ocurre. Primero, cuando ven el color de mi piel, se me dirigen en castellano. Yo les digo que me hablen en catalán, porque se les nota el acento. Y al cabo de un rato te dicen: "¡Qué catalán más perfecto!" Claro, es que llevo toda la vida aquí. Es mi lengua, la que hablo siempre. En Madrid, cuando iba a dar conferencias, no entendían que les dijera que estaba pensando en catalán y traduciendo simultáneamente al castellano.
Tú has vivido toda la transformación de ese país. Llegas a Catalunya en los últimos años del franquismo.
— Barcelona ha cambiado por completo, la apertura al mar, los Juegos Olímpicos... y la diversidad. En clase yo era la única niña india, no había nadie más adoptado.
¿Y tampoco había otro niño negro o árabe?
— No. Tú sabes lo que es ir por la calle y que todo el mundo te pregunte: "Y tú, ¿de dónde eres?" Desde pequeña he tenido que contar de dónde soy y eso me ha ayudado a afianzar mi historia. Por eso estoy muy contenta ahora: debe haber esa diversidad, el mundo debe ir hacia aquí.
Tú tienes esa visión siempre optimista de la vida, pero en las últimas elecciones los resultados de los partidos xenófobos, que están en contra de toda esa diversidad, han crecido. ¿Tú crees que Catalunya es un país racista?
— Hay situaciones racistas pero no es un país racista. Para nada. Hace unos años, cuando veía partidos ultras en otros países de Europa, pensaba que no llegarían aquí. Pues han llegado. No puede ser que haya estos partidos en nuestro Parlament. Están distorsionando algo que nos ha costado muchos años conseguir.
¿Tú te has encontrado con situaciones racistas?
— Nunca.
¿Ni cuándo eras la única de la clase?
— Me hacían bromas por mi color de piel, me decían que si había caído en un pozo de m... Pero es una frase que salió una vez y nunca más. Lo que yo me he encontrado es que cuando ven que hablas catalán, que te has criado aquí, que eres una más, te aceptan.
Quizás lo que hay es clasismo, más que racismo.
— Sí, también. Pero ahora hay brotes de racismo. Conozco a niñas adoptadas de Etiopía o de otros países africanos que se encuentran con situaciones racistas. Yo sufro, pienso que qué mundo estamos dejando a nuestros hijos, si no tenemos respeto por un tono de piel, una etnia, una cultura.
De los padres biológicos, ¿qué es lo último que has podido saber?
— Cuando llegas a la India, te miran distinto. Yo pensaba que allí sería una más; pues no. Lo mismo que me ocurría aquí me pasaba allá. Todo el mundo me preguntaba de dónde era. Y al final me decían: "Eres una persona privilegiada, muy afortunada". En 2004, cuando encontré a mi hermana biológica en la India, me contó algo maravilloso. ¿Tú sabes qué es, Albert, encontrarte con tu hermana y que tenga el mismo nombre que tú? Asha. Y dices: “¿Pero cómo? Asha soy yo, no eres tú”. A mí, cuando nací, me pusieron el nombre de Usha, que significa “diosa del alba”, y a ella, Asha. Entonces, cuando mi padre me dio a las monjas, nos intercambió el nombre, porque Asha significa “futuro, esperanza” y, de este modo, que pudiera tener un futuro mejor. Y nos encontramos treinta años después, ambas con el mismo nombre. Por eso hice un segundo libro, Les dues cares de la lluna; ella la luna de Oriente, yo la de Occidente, las dos Asha a las que nos ha tocado vivir mundos diferentes. Pero podría haber sido al revés.
¿Quiénes eran tus padres biológicos?
— Tenemos el apellido Ghoderao, que significa "cuidador de caballos", y mi padre cuidaba caballos; como aquí, que están los Ferrer [Herrero]. Él se había casado por segunda vez, con mi madre biológica. En el parto murió la madre y él se quedó con niños pequeños y vio que no saldría adelante. Habló con las monjas para darme en adopción. Mi padre murió al año que yo llegara a Barcelona.
Te decían en la India que eras una privilegiada. ¿Tú te lo consideras?
— Por supuesto, lo sigo pensando. La vida que me hubiera tocado en la India hubiera sido muy dura. Mi hermana me contó que a ella la casaron a los doce, tuvo hijos... Ahora, poco a poco, la India está cambiando, pero ha costado muchos años.
¿Te ha quedado alguna herida de haber sido una niña abandonada?
— Se me curó la herida cuando fui a la India. Llegas a Bombay, ves esa ciudad inmensa, con tanta gente viviendo en la calle, la felicidad, la tristeza, todos los contrastes en un momento, y te pones en la piel de tu padre y entiendes que me diera la opción de tener otro futuro.
Pensé en ti viendo Adoptats, uno de los últimos documentales del 3Cat. ¿Qué sensaciones te dejó?
— Que habían cambiado mucho las cosas. Planteaban cosas de niños que han sido como robados, que han pagado dinero para que sean adoptados. En mi caso no fue así, ni en muchos casos que yo conozco. El embajador me decía que India ahora ya no quiere dar a niños para adoptar, porque tiene un nivel económico más alto y no quieren que los niños de su país se vayan fuera. También salía el problema del racismo. Me dejó algo de dolor. Cada niño y cada historia es distinto. En mi casa todo ha sido muy natural, muy sincero, nunca ha habido ningún secreto.
Es que cuando llegas aquí, la adopción era un tabú...
— En aquella época, cuando decías "adopción", la gente te decía: "Ay, pobrecita..."
Luego viene la explosión de las adopciones...
— Que seguramente nos pasamos un poco de frenada. Hubo tantas, Albert, tantas, que puede que alguna se te escape, que no acabes de perfilar bien a los padres. ¿Fuimos conscientes de si adoptamos porque era lo que queríamos o porque era una moda?
Y en esta fase que estamos ahora, parece que esté mal visto adoptar, como si le estuvieras quitándole el niño a alguien o incluso comprándolo, algo así como un vientre de alquiler.
— Sí, esa sensación salía en el documental. Yo ya te digo que me quedé bastante desquiciada, no pude acabar de verlo.
En los últimos años no te he visto en los medios de comunicación. ¿Es porque tú no has querido o porque no han querido los medios?
— He ido haciendo cositas, hice el Continuarà, el Filmets en la Xarxa, programas de estos pequeñitos, he presentado ideas, pero no han salido. Esas cosas son así. Trabajé en el Fòrum de les Cultures, empalmé con trabajo de comunicación en el Ajuntament de Barcelona y cuando hubo el cambio de gobierno con Ada Colau tuve que volver a hacer de maestra, mi antiguo trabajo. Y ahora estoy en el departament d'Educació, en el Servei d'Educació Inclusiva, coordinando las aulas hospitalarias de los hospitales de día y de salud mental de toda Catalunya. La docencia ya sabes que es una vocación, pero los docentes que están en estas aulas aún más, porque tratan con niños que los necesitan a su lado, para que durante este paréntesis por enfermedad no pierdan el ritmo ni el contacto con la escuela.
Tú fuiste una de las primeras catalanas de otra etnia que presentaban un programa en Televisió de Catalunya. Esto no se ha multiplicado mucho en estos últimos 25 años...
— Había una chica china, también en el canal 33. Pero no se ha multiplicado ni en la tele ni tampoco haciendo de maestros. No hay gente de color. Ahora parece que empiezan unas cuantas. Quizás en la salud hay más. No estamos representados en los distintos oficios y profesiones.
Las dos últimas preguntas son iguales para todos. ¿Conoces alguna canción de El Último de la Fila?
— Sí, además con Manolo García nos queremos mucho. Lo he entrevistado varias veces. Pero ahora ni me hagas cantar ni me saldrá ningún título.
Las últimas palabras son las tuyas.
— Decir a la gente que cuando se levante recuerde que tiene un día maravilloso delante. Dar gracias por vivir y ser feliz. Namasté, deberíamos decir.
Asha vive con Pere y su hija Komal en un entresuelo de la calle Aragó de Barcelona. Nos reciben los tres, atravesamos el piso y salimos a una terraza llena de árboles. Hay olivos, limoneros, limeros e, incluso, un par de bananeros, con un manojo de bananas que pronto se podrán comer.
La hija de Asha me cuenta que su nombre –Komal– significa “dulce y suave”. Aparte de las virtudes que el nombre proclama, deberíamos añadir la de observadora. Se fija en cada movimiento de Marc, Gerard y Alba, mientras montan las cámaras, las luces y preparan el set donde haremos la entrevista. “¡Qué chulo es eso!”, dice la Komal, que estudia publicidad y relaciones públicas en la UOC. La terraza da a una de las típicas islas interiores del Eixample. Pronto montarán conciertos para amigos. De momento, hoy, la banda sonora de la conversación con Asha es el ruido de la hora del patio de la escuela que hay al lado.