La otra cara del empoderamiento femenino
Los sábados por la noche, en Telecinco, emiten La vida sin filtros, un título adecuado para un programa a cuyos responsables es evidente que les falta el filtro del sentido común y la responsabilidad. Lo presenta Cristina Tàrrega, una mujer con dificultades para expresarse, con un frágil control del relato, con problemas para leer el guión y que parece que la cena le haya resultado indigesto. El hilo conductor del último día pretendía tener un objetivo inclusivo y abrazar la diversidad de cuerpos demostrando lo que todos somos únicos y especiales. Por supuesto, siguiendo la filosofía hipócrita y grotesca de Telecinco, una vez lanzado el mensaje para blanquear el programa presenciamos un catálogo de personajes que mezclaba peligrosamente conceptos muy diferentes de individualidad. Muchos testigos parecían la versión 2.0 de la película Freaks de Tod Browning. La primera mujer aspiraba a ser una muñeca y se había deformado cuerpo y cara con decenas de operaciones de cirugía estética. Tàrrega, de un cinismo recalcitrante, normalizaba su deseo cuando era evidente que la mujer sufría un trastorno dismórfico corporal. Ni la cirujana estética presente en el programa alertó de los riesgos de esta práctica, y prefirieron preguntarle a “la muñeca” por la talla de sujetadores. Otra chica víctima del mismo problema admitía haberse operado para agradar a su pareja y hacía gala de un supuesto empoderamiento que le había llevado a ganarse la vida en Only Fans, habiéndose inyectado una masa excesiva de grasa corporal en los muslos y el culo que le dificultaban el movimiento. Otra mujer explicó: “Fue a Turquía a operarme los pechos y volví sin dientes”. Contaba que en uno pack de operaciones se quiso poner las muelas que le faltaban y le arrancaron todos los dientes de la boca a la vez. La mujer acabó llorando y pidiendo ayuda en televisión. Pero una vez utilizada como reclamo, la abandonaron en un sofá del plató. “¡Qué valiente!” no paraba de repetir a la presentadora ante todas las operaciones de estética que le relataba la gente. Los invitados y el público aplaudían. En medio de ese panorama aparecieron una mujer calva y una mujer trans a las que ponían en el mismo saco de la gente que se había sometido, desde la ignorancia y la enfermedad, a operaciones sin ética profesional alguna.
También llevaron a la mujer más pequeña del mundo, una chica india de treinta años y sesenta y dos centímetros de altura. Una invitada histórica de Telecinco que exhibían como un jarrón chino y al que trataban con un infantilismo que daba vergüenza ajena. Toda la selección de invitados la formaban mujeres. El programa se aprovechaba de su vulnerabilidad u hostilidad que sufrían del entorno para exhibirlas. El único hombre era "el más fuerte del mundo", un macho sudado y gordo que parecía que acababa de levantar un camión y que no tenía ningún problema. Esta cadena, de tradición sexista y cultura del estereotipo, se aprovecha del concepto del empoderamiento femenino para utilizar a las mujeres como objetos de exhibición, como monstruos de catálogo con el único fin de provocar al espectador y generar más rechazo a la diferencia.