El caso '60 minutes', más allá del delirio de Trump

Trump ha pedido que le retiren la licencia a la CBS y que cierren el veterano programa 60 minutos —en antena desde 1968; algo habrán hecho bien— por la entrevista que le hicieron a Kamala Harris durante la campaña. Es lástima que los tics dictatoriales del presidente americano y las peticiones maximalistas le descalifiquen automáticamente, porque el fondo de su queja podría ser objeto de un debate deontológico interesante. Dice Trump que el programa le arregló en la sala de montaje una declaración de la candidata sobre Israel. Al parecer, durante la promoción de la entrevista se mostró un fragmento en el que Harris respondía erráticamente. Cuando se emitió la pieza, en cambio, la referencia al tema estuvo bien articulada y los momentos de vacilación se convirtieron en metafóricas virutas descartadas en la mesa de montaje.

¿Qué harías, lector? La opción de mantener la respuesta a chorro, pero imperfecta, recoge la incapacidad de Harris de ofrecer una declaración sólida sobre el asunto y evidencialos equilibrios dialécticos para enfadar al mínimo de gente. La alternativa de remontar la respuesta captura mejor su posicionamiento. Con la opción A, le evalúamos a ella. Con la opción B, evaluamos su propuesta política. A mí ambas opciones me parecen válidas y es el responsable de la entrevista quien debe decidir cuál de los dos caminos emprender. Trump, por supuesto, encarna la peor política emocional y es irónico que reclame la cita original de Harris, teniendo en cuenta que sus discursos están llenos de sin sentidos y conexiones absurdas nivel Rajoy Premium. Pero sabe que a él esto no le penaliza: quien dijo que podría disparar a gente en la Quinta Avenida sin perder ningún voto no se desvelará ahora por unas frases incoherentes. Ahora bien, tiene claro que a su rival le pasaría factura. Y esa asimetría temo que explica el momento histórico en el que estamos.