Òscar Andreu: "Si eres castellanohablante y no entiendes el catalán, quizás tienes un problema cognitivo"
Humorista
BarcelonaÒscar Andreu Fernández (Terrassa, 1975) contaba de joven que en el 2000 tendría 25 años y le parecía imposible que en el 2025 pudiera cumplir 50. Pues bien, este momento ha llegado y ha pillado a Òscar con pareja, dos hijos (uno de cinco años y el otro de año y medio), dos trabajos fijos y de éxito (La competència, en Rac1, y Està passant, en TV3) y un monólogo (Ocells de colors llampants), que es la autobiografía lingüística de un chico que hasta los 18 años sólo hablaba catalán con su madre, que a los 40 toma conciencia de la situación injusta que vive la lengua en Catalunya y que ahora la denuncia en un escenario o en esta misma conversación.
¿Recuerdas el titular de tu última entrevista en el ARA, en el 2023, con Àlex Gutiérrez?
— ¡Sí! "He sido más español que los huevos del toro de Osborne".
¿Vienes con la misma elocuencia, hoy?
— Después de los huevos del toro de Osborne, ya no hay nada. Bigas Luna tenía cierta fijación, hasta el punto de que en la película Jamón, jamón hay esa secuencia donde creo que es el personaje interpretado por Jordi Mollà que está hasta los cojones –nunca mejor dicho– que su pareja le ponga los cuernos, sube a los cojones del toro de Osborne, los empieza a picar y los arranca. Que, tratándose de Bigas Luna, lo veo como una metáfora de estar hasta los cojones de Iberia.
La última entrevista que he hecho en esta sección es a Justo Molinero, uno de los personajes que imitas en La competència. Él decía que hay muchos oyentes de Radio Tele Taxi que no hablan catalán porque los catalanohablantes somos demasiado educados. ¿Estás de acuerdo?
— Ostras, esto es interesante. No es cuestión de educación, sino de haber comprado la moto que hablar catalán es de mala educación. Y, claro, la persona que hay al otro lado lo acaba detectando. Lo que hay son décadas, siglos, de represión, que acaban haciendo que los catalanohablantes nos comportemos de una manera muy concreta cuando hablamos nuestro idioma en nuestro país.
Últimamente, en el tema de la lengua catalana, ¿ ¿has perdido el humor y lo has sustituido por militancia?
— He hecho alquimia: he intentado hacer activismo, pero sin perder el humor. Sociolingüística divertida. Vengo a inaugurar esta rama del humor. Son dos conceptos que, en principio, no pueden funcionar. Es como pastel, hmm... de verduras... Pam! No he perdido la ironía, lo que he perdido es la cosa de meter la cabeza bajo el ala. Y la educación a la que se refería Justo Molinero, que no es educación, sino miedo aprendido, eso también lo he perdido. Estoy cansado de no plantar cara, de recular.
¿El humor político es un modo de militar o es un modo de no militar?
— Yo creo que es una forma de hacer política, de posicionarte, y es una manera también de encontrar un sitio donde poder respirar. Poner un espejo frente a una situación, a veces un espejo deformado, como los del Tibidabo. Para mí, el humor es militancia.
Tú tienes padre y abuelos andaluces, yo tengo ocho apellidos catalanes. ¿Quién es más especial de ambos?
— Si me lo permites, creo que tú. Nosotros somos mayoría en este país. Más del 70% de catalanes tenemos uno, dos, tres o cuatro abuelos venidos de fuera. Somos hegemónicos. Tú, que tienes tantos apellidos catalanes, eres una minoría y, por tanto, hay que respetarte. La doctora Anna Cabré ha estudiado cómo nos reproducimos los catalanes y ha llegado a algunas conclusiones interesantes. La primera es que el 50% venían de lo que sería la reproducción normal, lo de la flor y la abeja que follan, y el otro 50%, de fichar en el extranjero, mercato. Messi, Shakira, mis abuelos, gente que viene aquí, les gusta la cosa, acaban teniendo hijos, de algún modo acaban entendiendo qué es ese país, con una lengua, unas instituciones y una historia propias, y lo acaban haciendo suyo. Ésta es la manera de hacer catalanes de los últimos 200 años. Ahora mucha gente se pregunta si esa máquina de hacer catalanes que ha ido muy bien puede estar gripando, si se está rompiendo.
¿Y por qué se rompería?
— Hombre, porque hay un momento en que la máquina no da para más. Hay un punto de presión demográfica, de presión propia nuestra que tampoco nos reproducimos, lo que ocurre en todo el mundo. No sé si esa máquina que ha dado tan buenos frutos, que ha hecho que tampoco desaparezcamos como pueblo, no sé si durará para siempre o nos cargaremos esta pequeña gallina de los huevos de oro.
Tú te estás reproduciendo, has tenido dos hijos. ¿Habrá un tercer hijo, como pedía Jordi Pujol?
— Yo soy de una nueva generación y ya sabes que cuando tienes más de tres la cosa, en casa, se te puede ir de las manos, y eso Pujol lo sabe. Tenemos que terminar de hablarlo con la otra mitad de la pareja, que en definitiva es quien tiene la clave de todo.
Estás en un momento brillante: radio, tele, el monólogo Ocells de colors llampants, que es como tu biografía lingüística... ¿Estás en esa fase de "trabajemos, trabajemos, que el mundo se acaba?".
— No, tengo ideas para trabajar más. Tengo que tener los pies en el suelo. El cerebro es algo muy jodido, te puede apetecer hacer muchas cosas, pero no quiero despertarme un día y pensar que no he dejado nada, que a mi alrededor todo es un erial. Tener hijos, dedicarme a mi familia también me gusta. Me obligo a que me dé para todo y también ha llegado un punto en el que hago el trabajo de una manera muy directa, al primer toque.
Últimamente hemos visto en Catalunya la resurrección del término charnego. ¿Por qué?
— Lo del charnego es algo muy pesado, que sale de vez en cuando. Es uno de los debates interpuestos que tenemos para no acudir al gran debate, que es la autodeterminación. Mientras no llega, nos planteamos quiénes somos, como somos, tenemos muchas dudas, esto es muy de país ocupado. Hay mucha gente que coge la etiqueta de charnego porque no se atreven a decir que eres español y, por tanto, dices que eres charnego y te aleja de un posicionamiento. Si te sientes especial en Catalunya porque eres charnego, quizás sí eres especial, pero no en el sentido de que tú crees.
Completa la frase: "Últimamente, Catalunya..."
— Últimamente, Catalunya no lo está haciendo bien. Yo qué sé. Catalunya debería dejar de retroceder demasiado. Lo de retroceder me tiene muy preocupado.
¿Qué significa retroceder?
— Decir que vas a hacer algo y no lo haces, decir que vas a hacer un estado y luego negociar la jornada laboral en España. Me refiero a los partidos independentistas. Tenías a la gente animada, tenías un capital político inmenso y resulta que en diez años te lo pules. Hay como una necesidad de regreso a las viejas glorias autonomistas: haremos los Juegos Olímpicos, pero de invierno; haremos la F-1 en el paseo de Gràcia, haremos la F-1 del mar y vendrán 300 millones de personas. La gente no está para eso, creo.
¿Me cuentas la última aventura que hayas tenido como catalanohablante en la capital de Catalunya?
— En un taxi, entro y le digo al taxista que voy a Tarradellas con Francesc Macià. Se me gira y me da el móvil, con el Google Maps abierto, para que ponga la dirección. Hombre, es como si vas al pastelero a pedir un roscón y te hace entrar en el obrador para que montes tú la nata. Le fui explicando cómo llegar y al final me dice: [con acento árabe] "Hablas todo el rato catalán, ¿de qué pueblo eres?". "Soc d'un poble molt petit, molt petit, molt petit, que hi ha darrere de les muntanyes, al final d'una vall, que es diu Terrassa". "Ah, ya sabía que tú eras de pueblo". Ser catalanohablante en Cataluña es una droga, proporciona unas experiencias psicotrópicas, brutales, no la pagas y no deja resaca. Mantener el catalán es la mejor droga.
¿Tú nunca hablas castellano, ni con una persona que no entienda el catalán?
— No hay personas que no entiendan el catalán. Si entiende el castellano, entiende el catalán. Estas lenguas tan cercanas, el portugués, el italiano, pero sobre todo el castellano y el catalán... esto está estudiado por los lingüistas. Si eres castellanohablante y no entiendes el catalán, probablemente tienes un problema cognitivo.
Vamos a la última derrota del Barça. Oí a uno de tus personajes de La competència, Mohamed Jordi, diciendo que lo teníamos a tocar, pero que no queremos tenerlo a tocar, sino tocarlo.
— Claro, es eso que "ya no nos alimentan las migajas, queremos el pan entero". La cosa ésta del orgullo. Todo está como en un tono menor. "Hemos perdido como siempre, jugamos como nunca". Estas cosas de pueblo muy pequeño y de pueblo muy atizado. No, hombre no, ganemos y ya está. Y sobre todo no demos más explicaciones.
Pero no siempre se puede ganar.
— No, pero de vez en cuando va bien. Toda la épica del "no hemos ganado...", no la tenemos que jugar. ¿No hemos ganado? Pues no hemos ganado.
Lamine Yamal dice que perdió el miedo en un parque de Mataró. ¿Tú esta frase también te atreverías a decirla? ¿Dónde perdiste el miedo?
— Queda muy bien, pero los miedos van viniendo y tienen varias máscaras. Hay cosas que ya no me dan miedo y antes sí que me daban: ponerme a defender una idea, abrir el conflicto. Yo tengo miedo de no ver a mis hijos con la edad que yo tengo ahora. Esto me da miedo, pero es un miedo que se puede llevar.
Dime una ilusión que tengas últimamente.
— Ver crecer a los hijos, ver la autodeterminación de mi país, ver a la selección catalana llegando a una final del Mundial de fútbol y ganándola. Son ilusiones, pero creo que si me das cierto margen lo acabaré viendo, y tú también.
¿Sí?
— Estamos en una época en la que todo es muy disruptivo y pueden llegar a pasar cosas que no imaginamos. Yo caminando por Meridiana viendo esteladas colgadas del balcón... Me lo llegas a decir y pienso que te has vuelto loco. Ir con unos colegas, la mayoría castellanohablantes, a la plaza Sant Jaume a esperar a que bajen la bandera española no estaba previsto que pasara y estuvo a punto de pasar. Lo tenemos cerca, lo tenemos cerca... Sólo falta que lo toquemos y ya está.
¿Cuál es la última vez que has pensado que fuiste el líder de un grupo, La Banda Municipal del Polo Norte?
— Pienso en ello de vez en cuando, sí. Lo relaciono con unos años de vida intensa, de sexo, drogas e indie rock. De salir mucho, de cierta desresponsabilización, pero que es parte de la formación de una persona.
¿Es esto imposible que lo recuperes ahora?
— Sí, sí, entre otras cosas porque yo ahora, a las diez y media, ya tengo sueño. Y una persona que se dedica al rock & roll a las diez y media sale a la calle a ver qué pasará hoy.
Para la gente que nunca te haya oído cantar, dime una canción de La Banda Municipal del Polo Norte.
— Bailando mal, una de las últimas que grabamos. Habla de Europa como si fuera una señora mayor, entre disco y progresiva.
¿Cantabas en castellano?
— Sí, sí, cantaba en castellano, hablaba mucho en castellano. Hasta que no tomas conciencia, haces un viaje.
¿Ahora no cantarías en castellano?
— Ahora no. Ahora recuperaría todo el tiempo que no he dedicado a la lengua de mi país.
Una de las frases que oyes últimamente sobre el catalán es que se ha asociado al independentismo y que tiene que volver a hacerse simpático.
— Con lo de la simpatía ocurre algo, que a la hora de reivindicar otros derechos hay gente de izquierdas que no te lo pide. A la hora de reivindicar las ocho horas de La Canadenca, no les pedían a los obreros que fueran simpáticos; a la hora de reivindicar el derecho a voto de las mujeres, a las sufragistas nadie les pedía que fueran simpáticas. ¿Por qué nos piden a nosotros que seamos simpáticos con algo que son derechos humanos, que son derechos lingüísticos?
Las últimas palabras son tuyas, termina como quieras.
— Creo que ir contra la identidad de un pueblo es ir contra la soberanía de ese pueblo. Estar en contra de la autodeterminación de Cataluña es estar en contra de los catalanes y del futuro de los catalanes. Como final de tabarra está bien, ¿no?
A la una termina La competència , en RAC1, y a las cinco le recoge un taxi para ir a TV3 a presentar Està passant , su segundo directo del día. Entre una y otra cosa, tiene que grabar esta entrevista (en el Hotel U232, cerca de la radio) e irse corriendo a casa, que hoy tiene los suegros a comer. Por suerte, no tendrá que cocinar: "No les gusta la vitrocerámica que tenemos y ya han traído la paella hecha".
Hay un deje cada vez más al estilo Quim Monzó en Òscar Andreu, en el qué y en el cómo te cuenta las cosas. Ahora tiene vértigo. Lo descubrió subido a la atracción Talaia del parque del Tibidabo, a 550 metros sobre el nivel del mar, cuando no pudo girar la cabeza para mirar hacia abajo y enseñarle a su hijo dónde estaba Terrassa, la ciudad en la que él nació.