El cinismo del caso Errejón
El impacto mediático que ha provocado el caso de Íñigo Errejón ha llevado a distintos programas y cadenas, no necesariamente de carácter informativo, a mojar pan en el asunto desde una perspectiva política interesada. La incoherencia de un líder de un partido feminista que admite conductas machistas tóxicas pasa a utilizarse como fórmula para desautorizar el discurso global de las izquierdas. Otros lo hacían desde la aproximación morbosa de intentar indagar en los nombres de las víctimas y los detalles de los hechos, llevando el relato al ámbito de la sordidez.
Jueves por la noche, en el Más 3/24, se abrió el programa con este caso y la forma de tratar la noticia también generó un debate muy interesante en la misma mesa. El enfoque inicial lo abordó desde el análisis de la formación política y las consecuencias de estas circunstancias. Y cuando llegó el turno de la abogada Gemma Calvet, cuestionó este planteamiento intentando priorizar el tema de fondo: cómo, históricamente, el machismo y el patriarcado han estado presentes también en la defensa de las causas más nobles. Recordaba cómo se perpetuaban estas conductas en espacios donde no se establecían filtros de control e imperaba el silencio sobre determinados comportamientos. Calvet incluso recordó el mensaje de Pablo Iglesias de que en el 2018 se filtró a los medios donde expresaba su deseo de “azotar hasta que sangrara” a la presentadora Mariló Montero, sin que en ese momento tuviera ninguna consecuencia.
La profesora de Derecho Constitucional Mar Aguilera recogió sus argumentos para trasladar este conflicto a otros ámbitos cotidianos, por ejemplo, el académico. Denunció las conjuras entre hombres en determinados espacios altamente masculinizados. "¿Qué se ha hecho con las mujeres que han señalado conductas patriarcales?" preguntó a sus compañeros. Recordó que el 99% de las mujeres que conocía habían sido víctimas de estas situaciones y citó la campaña He for She en Estados Unidos donde se instaba a los hombres a tener un papel más activo en la prevención de la violencia contra las mujeres. "Sólo que haya un solo hombre que no participe de esta conjura te puedes relajar" aseguraba con énfasis. "Yo hoy pensaba en todos los silencios que llevo en la espalda" lamentaba Calvet, recordando que no siempre las mujeres tienen ganas de asumir un discurso en primera persona cuando esto interfiere en su rol profesional.
Calvet y Aguilera marcaron las diferencias. Porque lo que intentaban era utilizar el impacto del caso Errejón para reconducirlo a una reflexión global, como sociedad, que nos sirva para avanzar. No quedarnos en el caso particular sino estimular una reflexión compartida –donde se incluyen a los hombres– sobre los mecanismos sociales y estructurales que pueden impedir que, casos como el de Errejón, se mantengan en silencio durante años. Más que elucubrar sobre lo que habrá pasado, se trata de apelar a las responsabilidades compartidas. Para las víctimas de Errejón esto llega demasiado tarde. Pero hace falta un discurso sobre cómo evitar víctimas futuras.