La fanfarronería de Gonzalo Miró y compañía

La deriva sensacionalista de RTVE se ha consolidado con tres magacines de actualidad, cada uno peor que el anterior, que convierten las noticias en un melodrama y el debate en un festival de crispación. Mañana, tarde y noche, La 1 ofrece una buena ración a la audiencia. Mañaneros 360, con Adela González y Javier Ruiz, confunde el análisis con remover vísceras. Por la noche, Malas lenguas,de Jesús Cintora, es un show ideológico tenso y sesgado. Y por la tarde es el turno del esperpéntico Directo al grano, conducido por Marta Flich y Gonzalo Miró. Este último personaje ha ascendido en pocos meses de tertuliano a presentador sin que él tenga muy clara cuál tiene que ser la diferencia.

Directo al grano también consiste en una mesa de opinadores y conexiones con reporteros que buscan víctimas de historias lo más amarillas posible. En el primer minuto de sumario, conceptos como "escenas de pánico" y "imágenes que impresionan" sirven para todo: inundaciones, una plaga de cucarachas en los autobuses de Málaga, un conductor bebido estampándose contra una comisaría de la Guardia Civil o el terror en Vallecas por las peleas de unos ultras. Han recuperado la figura de Paco Lobatón, que ahora busca a abuelas desaparecidas, rememorando el famoso ¿Quién sabe dónde? que presentó en los noventa en la misma cadena.

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Los tertulianos de Directo al grano son los habituales de cualquier otra cadena y programa, y pontifican sobre lo que convenga. Isabel Durán, por ejemplo, invitada a hacer un apunte sobre los 50 años de la caída del régimen de Franco, exclamaba asustada: "¡Esta España que veis en el NO-DO es la Palestina de hoy! ¡Esta es la Palestina que la izquierda quiere que gane!" Esta es la capacidad de análisis que demuestra la televisión pública, degradada a una especie de marca blanca de Mediaset. Una prueba más del deterioro del servicio público, tanto por la nefasta calidad de los contenidos como por el nulo sentido de la responsabilidad. A través de este tipo de emisiones, RTVE genera un discurso que imparte doctrina sibilinamente, disfrazándolo de infoshow. Mientras este planteamiento se esparce como las setas por la parrilla, los Telediarios tienen que ir reduciendo su horario pese a esforzarse por ser rigurosos y profesionales.

Gonzalo Miró, hijo de Pilar Miró, histórica realizadora y directora de RTVE a finales de los ochenta, es un presentador de nivel amateur. Las horas que ha invertido en tertulias deportivas nocturnas no lo han revestido de autoridad mediática para ponerse al frente de un programa: se nota que interpreta un papel ajustándose a un estereotipo que le va grande. Pero sus polémicas agrias contra Isabel Díaz Ayuso lo han llevado a la sobremesa de La 1. El consejo de informativos de la cadena ya se ha quejado, porque, pese a ser el presentador, opina mirando a cámara como si discutiera en El chiringuito de Josep Pedrerol. Tiene un talante editorializante chapucero. Y es que los tres programas amarillos, Mañaneros 360, Malas lenguas y Directo al grano, tienen un aspecto en común que los hace incómodos: desprenden una retórica fanfarrona insoportable que utiliza el periodismo como una herramienta de provocación.