La gran ilusión... y la gran desilusión

La noche del lunes, TV3 y el Canal 33 se contraprogramaban con dos propuestas documentales. Por un lado, se estrenaba la segunda temporada de La gran ilusión, la serie documental sobre la historia del cine catalán. La primera temporada, dirigida por Àlex Gorina y Esteve Riambau, se estrenó en enero del 2019. Por suerte, el lema del programa no engaña: es un "relato intermitente". En esta nueva etapa, los dos primeros entrevistados que aparecían desgraciadamente ya están muertos. La actriz Marisa Paredes y el director Josep Maria Forn murieron en 2024 y 2021, respectivamente. La serie la tendrían escondida en algún cajón desde hacía tiempo y quizás la han recuperado por alguna emergencia. El programa se esfuerza por mantener la poética visual de sus inicios, mágica y trabajada, y sigue siendo un muy buen formato tanto a nivel visual como de contenido. El guión prioriza siempre el contexto social y político para subrayar que el cine catalán no es una seta ajena al entorno, y, cuando conviene, sabe conectar el pasado con el presente. Tiene un espíritu divulgativo pero en ningún caso cae en un relato enciclopédico tedioso ni funciona por simple inercia cronológica. La nueva temporada arranca en los años sesenta, en plena dictadura. La locución del actor Francesc Orella nos hace de guía por el país, en una especie de road movie que nos enseña Cataluña como un espacio de rodajes internacionales. La serie recupera, con acierto, fragmentos de películas e imágenes de archivo magníficas y sobre todo destaca figuras relevantes del cine catalán. La gran ilusión es algo más que un programa: es un corpus teórico que vale la pena ordenar e inmortalizar.

Por otra, simultáneamente en el Canal 33 se emitía el primer capítulo de otra serie documental: Montserrat milenario. Un recorrido por diez siglos de historia y cultura en torno al santuario. Montserrat es una montaña llena de historias, con un potencial narrativo excepcional, pero lo que vimos fue decepcionante. Con más ambición televisiva habría podido hacerse una larga saga que atravesara múltiples géneros: hay leyendas de sangre e hígado, hay espiritualidad y misterio, hay mitos de ovnis y fenómenos paranormales que lo han convertido en un lugar magnético, hay buscadores de tesoros, episodios bélicos, movimientos. Han pasado monarcas, dictadores y líderes nazis. Existe la huella de incendios e inundaciones. Tragedias humanas e historias románticas. Grandes negociaciones políticas, sociales y culturales que han hecho del monasterio un lugar de tensión, encuentro y gran influencia. Existe un paisaje magnífico y es un espacio de erudición y de intelectualidad máxima. Hay monjes y niños. Montserrat puede nutrir thrillers, epopeyas, dramas y relatos sobrenaturales que podrían haber dado tanto juego como la montaña de Tor. Y, en cambio, Montserrat milenario es una serie gris, aburrida, lenta, pasada de moda, ramplona, ​​miedosa, precaria y conservadora. Montserrat merecía mucho más.