Entrevista

Quim Aranda: “A mí no me duele Inglaterra, a mí me duele España”

Periodista, corresponsal del ARA en Londres

BarcelonaUna hora de distancia, en el huso horario, puede parecer muy poco en la escalera del globo terráqueo. Pero es suficiente para marcar la distancia entre Catalunya y Reino Unido, que es lo mismo que entre un pequeño país continental y el eco de un imperio. El corresponsal en Londres del ARA, Quim Aranda, ha escrito el libro De una hora lejos (Folch & Folch), un volumen inclasificable –como él mismo– con el que reflexionar sobre Cataluña, España, Inglaterra o el periodismo.

No son unas memorias, no es un tratado periodístico, no es un ensayo sobre el Reino Unido... ¿qué es entonces este libro?

— Es algo de todo esto pero, sobre todo, tiene la voluntad de ser un libro contra el Reino Unido, contra España, contra Cataluña, contra el periodismo y contra mí mismo Un libro crítico y al mismo tiempo esperanzado con todo.

Cuando lo leía, tenía la sensación de que se trataba de una revancha, sobre todo contigo mismo y con el pasado, algo que el periodismo y la dictadura de la inmediatez no suelen dejar hacer. Cuando miras atrás, ¿qué encuentras?

— Desorden. Material para podar o aún por descifrar. Como el periodismo en la tercera década del siglo XXI se ha convertido en la lucha por ver quién dice lo que más rápido, mirar atrás es una función fundamental. El problema es que no se puede hacer esto con los medios.

¿Y dónde se hace el periodismo si no está en los medios?

— No quiero ser pretencioso, pero no puedo evitarlo: no hay sólo una forma de hacer periodismo, hay muchas. Una la hacemos día a día, con las noticias de actualidad, las breaking news. Pero otra posible es realizar este tipo de artículos o libros. Y es tan legítima una cosa como la otra.

La mirada sobre Reino Unido no es amable. Y no lo es desde la cita que abre el libro: «El sol nunca se pone en el imperio británico, pero tampoco termina nunca el sufrimiento de aquellos a los que subyuga». A Unamuno le dolía España. ¿A ti te duele Inglaterra?

— No, a mí no me duele Inglaterra, a mí me duele España. Me duele España porque es una España terrible. Y su historia es aún más terrible. El próximo año hará cincuenta años que falleció Franco y parece que esté más vivo que nunca. Es cierto que es un libro contra Reino Unido, pero en el fondo y sobre todo es un libro sobre el periodismo y contra una determinada España. Lo que me gustaría es poder reivindicar la capacidad de hablar de tu país –sea España, Cataluña u Olot– desde fuera porque, a veces oa menudo, desde fuera ves mucho mejor qué ocurre dentro.

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¡La distancia!

— Sí, en ese caso la distancia no es el olvido, sino que es la capacidad de análisis.

Uno tiende a creer que un corresponsal debe vivir un romance con el país en el que trabaja, pero en tu caso no todo son flores y violas.

— Es que el Reino Unido al que yo llegué no es el Reino Unido que es ahora. Distingo una ruptura importante con el Brexit como síntoma, como hecho. Y síntomas hay muchos que explican por qué hemos llegado al Brexit, y cómo ha cambiado el país. Pero si pensamos en España, pues también ha cambiado mucho entre el espíritu constitucionalista de Tomás y Valiente y lo que vemos ahora, desde hace años. Por tanto, no es sólo un problema del Reino Unido, también puede ser un problema mío con el mundo en general: con España, Cataluña, con el Reino Unido, con el periodismo, conmigo mismo...

¿Esta incomodidad perpetua es un ingrediente imprescindible para hacer periodismo, aunque sea a costa del hígado?

— Puede. El famoso Kapuscinski tiene esa frase de que los cínicos no sirven para este trabajo o no deberían hacerlo. Y puede que tenga razón, pero yo lo que sí creo es que debes tener una cierta distancia con el objeto que estudias. Y un corresponsal de la antigua manera, es decir, que tenía los despachos abiertos, que podía subir al AirForce One o que vivía en el oeste de Londres, acaba siendo una extensión de la proyección del país que hacen los grandes medios. Modestamente, creo que el libro éste lo que hace es aportar una visión de aquel país, de un tipo que, además de ser corresponsal y novelista ocasional, también es padre de criaturas que han ido a legi, por ejemplo.

Hablábamos del cinismo, pero no te tengo por un cínico. Más aún, creo que tanto con Reino Unido como con el periodismo, eres más romántico de lo que estás dispuesto a admitir.

— Me gustaría que tuvieras razón. En el fondo, mi relación con el periodismo es muy enfermiza, porque yo estoy enganchado a las putas noticias.

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Lo dices en el libro: “El periodismo es un trabajo enfermizo, que acaba haciendo enfermar a todos los que lo practican. La actualidad es una droga que mata”. ¿Qué te mata a ti?

— Toda la actualidad, toda. Me mata en el momento que Rusia invade Ucrania y me paso tres semanas totalmente enloquecido y endereado por aquello. Pero me ha pasado con la DANA, me pasaba con el Proceso, me ha pasado con el Brexit... No me dejaba respirar, el puto Brexit. Era una droga que la necesitaba desde el punto de vista profesional, más o menos, pero, además, me implicaba emocionalmente, al igual que me ocurre con la guerra de Ucrania, la guerra de Gaza, el Proceso o el Brexito.

¿Y cuál sería la metadona para no quedarse en el intento?

— No sé si recuerdas aquella escena, ahora no recuerdo si de Manhattan o Annie Hall, en el que el personaje de Woody Allen detiene a una pareja de mediana edad y les pregunta qué problemas tienen. “No, no, no tenemos ninguna”, dicen. "Nosotros miramos ocho horas la televisión". Pues bien, ahora sería “nosotros estamos todo el puto día enganchados a Netflix, oa Instagram, oa no sé qué. No leemos ni un puto libro, porque nos harían daño los ojos y el cerebro”. Las breaking news matan por corrosión del cerebro. Al final eres un consumidor de estímulos.

Pero tú intentas sustraerte de esta forma de hacer. Escribes esto, en el libro: “Un periodista debe escribir sin aderezar los textos con opiniones o valoraciones personales, sin adjetivos. Desde ese punto de vista, nunca he sido periodista”. Hombre...

— A ver... Es que aquí deberíamos remontarnos a la tradición que ha marcado Bellaterra desde los inicios de los años setenta, por la escuela anglosajona de periodismo, y que habla de objetividad y bla, bla, bla. Yo, todo esto, no me lo creo. Aquí ha agujereado, pero la objetividad no existe. Y la imparcialidad tampoco.

¿Y la asepsia?

— Tampoco.

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¿Y la neutralidad?

— ¡La neutralidad tampoco! Antes de coger el avión esta mañana veo que una de las noticias relevantes del fin de semana en la BBC ha sido que han matado a un rabino en los Emiratos Árabes Unidos. ¿esto es neutralidad? comparar con los 80 niños que han matado al día anterior, o las 80 personas que han matado el día antes, y así todos los días. paso, es partidismo. Y es uno de los engaños que hace a menudo la BBC.

La BBC, efectivamente, ha sido un modelo de prestigio durante décadas, pero ahora se resquebraja. ¿Era un mito? ¿Ha cambiado? ¿O es que ahora sabemos analizar mucho mejor a los vectores que mueven los medios?

— Quizás lo que ha cambiado es que ya no tenemos tendencia a arrodillarnos por defecto ante el rey Carlos III, el rey Felipe VI y la BBC... o La Vanguardia, el New York Times o Le Monde. Y todos estos medios tienen cosas muy positivas pero no hasta el punto de sacralizarlos.

Puesto que hablamos de instituciones potentes del Reino Unido, la única que supera a la BBC en alcance y marca sería la reina, la monarquía. Y uno de los momentos divertidos que cuentas en el libro es que la mataste antes de tiempo.

— Debía de ser algo subconsciente. No soporto la monarquía británica, que goza de una salud bastante razonable a pesar de mis esfuerzos por derribarla. también a pesar de mis esfuerzos por intentar derribarla. Y, por tanto, maté a la reina de Inglaterra antes de tiempo. pensando que tal vez así censuraría la monarquía. Error. Todo ello es una anécdota profesional. que un día, por error, pulso el botón equivocado y publico que ha muerto la reina de Inglaterra.

¡La pesadilla de cualquier periodista!

— Me doy cuenta al cabo de veinte segundos y despublico. Pero descubrimos que hay un problema, porque los servidores del ARA en Cataluña y el del ARA Baleares son diferentes y lo que se borra aquí no se borra allá. Por tanto, durante dos horas, yo maté a la reina de Inglaterra... en Baleares. Es una anécdota que en el libro uso para hablar de la monarquía.

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Y no en muy buenos términos.

— No soporto a las monarquías, porque me parece algo delirante. Como me parece también delirante el nivel de servilismo de la BBC con la monarquía.

Monarcas has conocido dos, durante tus 9.000 días en el Reino Unido. Pero primeros ministros has visto desfilar a unos cuantos más.

— Sí, Dios-le. Llegué con Tony Blair y ahora estoy con Keir Starmer. Y, en medio, Gordon Brown, David Cameron, Theresa May, Boris Johnson, Liz Truss y Rishi Sunak. Son siete.

¿Lo mejor y lo peor de estos siete?

— Lo peor, David Cameron.

No es una respuesta obvia. Mucha gente habría puesto las fichas en Boris Johnson.

— O Liz Truss, que es impresentable, que es una burra incapaz de gobernar el país, como demostró. Pero lo peor, políticamente, es David Cameron porque traslada un problema del Partido Conservador a la sociedad. Como no tiene ni la personalidad, ni la capacidad de liderazgo, ni la visión política que necesita el país, se sacude las responsabilidades y dice “¡voten lo del Brexit!”. Pero nadie tiene ni puta idea de las consecuencias que podría tener. Y ahora se están pagando. Por tanto, lo peor es éste fulano.

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La competición por lo más indigno es enconada, por lo que veo.

— Boris Johnson es un personaje deplorable: aunque es muy inteligente, es un hijo de puta imposible de soportar. Liz Truss es una inútil que admira a Donald Trump ya Javier Milei... es decir lo peor de lo peor.

¿Y cuál sería, glups, lo mejor, pues?

— Es que no hay ninguno bueno.

Lo mejor puede seguir siendo un 4 sobre 10...

— Entonces me haces elegir entre Tony Blair y Gordon Brown. Pero creo que todos los males comienzan con Tony Blair y su tercera vía: esa fantasía de la socialdemocracia light que dice que los mercados se dejan dominar y son amables. Mentira. Pero Blair, al menos, tiene ese impulso regenerador. Pero, claro, acabó plegándose a los intereses más malos, sangrientos y salvajes de la maquinaria militar industrial americana para invadir Irak. La única gran huella que ha dejado, en cambio, es el millón de fallecidos de Irak. Así que me quedaría con Gordon Brown, pero más cuando dejó de ser primer ministro. Algo como Zapatero, mejor ex que presidente.

Si te hubieran concedido entrevista a la reina, antes de que la matases, pero de una sola pregunta, ¿qué pregunta le habrías hecho?

— A la reina le habría preguntado: ¿Usted se cree el papel que desempeña, señora? ¿Usted cree que tiene derecho a que no se le pueda dar la mano sin un guante blanco? ¿Usted quien cojones se cree que es? Es que no puedo, no puedo. Y aprovecho para decir que no puedo entender cómo tres semanas después de la DANA aparece otra vez Felipe de Borbón y todavía se oían víctores en el rey, es un delirio. Aún nos sucede poco.

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Aunque no sean unas memorias periodísticas, sí hay alguna vendetta.

— Algunas, más de una.

Como cuando dices que elHoy, por ejemplo, donde hacías entrevistas a contraportada, pasó a ser una hoja parroquial de la mano del gestor deEl Punt después de comprarlo.

— Pero esto, por ejemplo, es un juicio que en el 81 ya hacía Raimon en su primer dietario. Decía: “compra el Avui de mañana para leer las noticias de ayer”. Ya era un diario con problemas. Cuando lo coge una gente de Girona que cree que el centro del mundo está en Olot o en uno de los volcanes de la Garrotxa, que es un paisaje magnífico, entonces perdemos el mundo de vista. Si no hay ambición intelectual no puedes hacer un medio que aspire a ser lo que decía la famosa frase de Arthur Miller, un buen diario es aquél que habla con su sociedad. Y elHoy, históricamente, nunca pretendió esto: sólo quiso hablar con una pequeñísima parte de la sociedad. Y desde Girona, todavía se hizo más pequeña esta parte.

¿Crees que el Proceso fracasó en parte por falta de ambición intelectual?

— El proceso estaba condenado al fracaso desde el primer día porque la clase política que le lideraba no se lo creía. Mentia y no quería admitir que no se daban las condiciones objetivas. Si hay un estado que no quiere jugar como jugó Reino Unido y la sociedad está prácticamente dividida al 50%... Tienes un estado en contra pero la sociedad catalana no es la de Gaza, que en el fondo no tiene nada que perder, así que los procesos revolucionarios no funcionan. Por tanto, no era un problema de ambición intelectual, sino de falta de conexión con la realidad del país. Y pienso que, desde Londres, sí podía contribuirse a conocer un poco más Catalunya y España. Criticándola o analizándola, amándola o cagándote.

Y tú, desde la atalaya de corresponsal, ya veías que Europa no nos miraba.

— Es que a mí me parecía increíble. Y aún me parecía más increíble que señores que habían sido eurodiputados no se dieran cuenta. Sólo tener un mínimo de información ya se veía que aquello iba por el pedregal.

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Hablas de la sociedad dividida al 50%. Curiosamente, si hay un partido que ha apostado por el concepto "ensanchar la base" es Esquerra pero, dentro del soberanismo, se ha hundido en la miseria.

— El problema es que se ha jugado con fuego y mal desde el primer momento. Ahora, después de la sacudida, quizás aún tendrán que pasar cinco o diez años para que alguien empiece a pensar seriamente en la posibilidad de intentar cambiar de horizonte o de paradigma. Además, en comparación con el caso de Escocia, la sociedad catalana es bilingüe, aunque lamentable o desgraciadamente cada vez parece que el castellano tenga más presencia que el catalán. Y, en una sociedad bilingüe puedes poner muy fácilmente el dedo en el ojo en lo más sensible desde el punto de vista de sentimientos y emocional, como hizo Ciudadanos.

Acabamos hablando del corresponsal. ¿Es una figura en peligro de extinción?

¡Me gusta que me haga esta pregunta! Hay dos problemas: ¿qué diarios pueden permitirse un corresponsal? ¿Y cuál es su papel? Hoy en día, cuando sabes que un señor ha puesto una bomba y ha explotado en Picadilly Circus lo sabes tú y yo al mismo tiempo. Por tanto, el papel del corresponsal no es explicarlo en una breaking news, sino ofrecer una visión de tu país desde ese país. Lo vi claro con el Proceso, que tenía para mí un paralelismo con el Brexit, pero claro, yo tenía que hablar de Theresa May o su puta madre, ya mí me hubiera gustado que, además de hablar de Theresa May, hubiera podido hablar de lo que estaba pasando en Catalunya porque estaba viendo lo que había pasado allí.