Una selva poco frondosa en TV3
Esta semana, TV3 ha estrenado La selva, el nuevo magacín de tarde. Aunque el título recuerda una marca de jamón cocido, hace referencia a una frase que Xavier Grasset popularizó hace treinta años, en el Sin título de Andreu Buenafuente. Una decisión que demuestra necesidad de autorreferenciarse. El título ha condicionado de forma forzada la ambientación del decorado y lo ha convertido en una cafetería de pretensiones cuquitropicales de un barrio gentrificado de Barcelona. También ha influido en lo que se refiere al guión: ha hecho que Grasset introduzca el concepto de la selva en la narrativa, para presentar invitados, con la voluntad de justificar el título cada dos por tres. Buscar un bebé que nació el mismo día que el programa o fotografiar al presentador para incluir el retrato en elatrezo son ideas que constantemente nos remiten al mismo programa pero que nada aportan al espectador. El programa debe abrir horizontes y no mirarse el ombligo.
De momento sólo se han emitido dos programas y, por tanto, hay tiempo para evolucionar. Quizás la virtud más destacable ha sido la capacidad para conformar un equipo de caras nuevas en la pantalla de la televisión pública.
La iluminación debe mejorar, porque deja demasiado a menudo a los protagonistas en la penumbra. El concurso tronado del jueves para cerrar el programa fue terrible e incomprensible. Más allá de poner de manifiesto las estrecheces del programa, era propio de una televisión de tercera regional, sin ritmo ni gracia alguna. Ni parecía que se divirtieran ellos ni entretenía a la audiencia. Provocaba cierto estupor.
El primer invitado, que justamente era Andreu Buenafuente, alertó a Grasset de que, después de tres décadas, él había vuelto a sus orígenes televisivos. Y no estaba equivocado. Lo que ha hecho TV3 con La selva ha sido una involución. No deja de ser más de lo que se ha hecho hasta ahora, tanto en cuanto al formato como al contenido. Lo comentó incluso el actor Biel Duran, que se ha destacado como el colaborador más lúcido y desgarrador. “Dentro de cincuenta años, en TV3 estaremos vemos la misma conexión y explicando los mismos problemas”, apuntó después de ver cómo el mundo rural lamentaba los incendios en Cabacés. Respecto al Todo se mueve, no marca las diferencias, y Helena Garcia Melero demostraba más sentido del ritmo. Grasset mantiene el tempo nocturno. Y en cuanto al Planta Baja, los planteamientos anodinos son exactamente los mismos. Tertulianos que deben comentar temas de los que no son expertos, entrevistas promocionales, colaboradores que vienen a realizar cuatro gracias, el comentario de noticias curiosas de la jornada y repasar la actualidad más elemental desde los planteamientos más tópicos y previsibles. La idea de la cafetería y la comedieta del ama nos remonta a la televisión teatral e histriónica, a la recreación postiza más pasada de moda.
Si había un problema de audiencia, de eficacia mediática, de estancamiento de contenidos, cuesta entender que TV3 haya optado por hacer lo de siempre en vez de explorar alternativas.