Crítica de serie

La serie que plantea la posición de Estados Unidos ante una posible independencia de Escocia

La segunda temporada de 'La diplomática' incluso hace mención al soberanismo catalán en el debate político que justifica la trama

'La diplomática'

  • Debora Cahn para Netflix
  • En emisión en Netflix

La posible independencia de Escocia es el MacGuffin de la segunda temporada de La diplomática, la excusa argumental que propulsa los conflictos políticos, las discusiones en torno a las estrategias diplomáticas y la reflexión de fondo sobre las reacciones que puede generar la separación inminente de una nación del estado que lo administra. Esta segunda entrega de la ficción creada por Debora Cahn pone en marcha justo donde se había quedado la primera, tras la explosión del coche bomba que afecta, entre otros, al Hal (Rufus Sewell), al marido de Kate (Keri Russell), la embajadora de Estados Unidos en Reino Unido. La Kate elabora su teoría sobre los posibles responsables de este atentado, así como del ataque a un barco británico en el golfo Pérsico que tiene lugar en la primera temporada. Y Escocia podría ser una de las razones últimas. Es en este escenario donde Cataluña hace una fugaz aparición como ejemplo de un efecto en cadena de la independencia escocesa y provoca algunos comentarios que dejan claro cuál es la posición de Estados Unidos respecto a cualquier alteración de la estabilidad geopolítica en el resto del mundo.

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La diplomática se convirtió en una de las propuestas sorpresa de Netflix el pasado año, una miniserie de ocho episodios (seis, en esta segunda temporada) capaz de combinar la agilidad del thriller político que se desarrolla desde dentro de los órganos de gobierno, como El ala oeste de la Casa Blanca, con el atractivo del melodrama sentimental en las altas esferas de poder. En la serie, los vínculos sentimentales entre los personajes merecen la misma atención y generan tantos tira y aflojas como las relaciones políticas entre los estados. La singularidad de esta producción radica, además, en el choque cultural entre "dos países divididos por una lengua común", y en el perfil femenino del personaje principal, esta embajadora "por sorpresa" que en la segunda temporada insiste en que no ha llegado al cargo como "esposa de" a través de la desatención que presta a su imagen. Este rasgo identificativo de Kate da lugar a un jugoso debate sobre el rol de la estética en una mujer política con la vicepresidenta de Estados Unidos, Grace Penn (Allison Janney, recordada precisamente como la jefa de prensa de El ala oeste de la Casa Blanca), en la que discuten sobre si una imagen demasiado sobria denota rigor profesional o dejadez de las propias funciones.

La serie también apunta a cómo funciona la ética de los estadounidenses. Los protagonistas hacen alarde de una ejemplaridad en el ejercicio de sus funciones que en nuestro marco político parece más propia de una política ficción. Eso sí, siempre al servicio del único bien moral superior: la integridad de su país. Los personajes se equivocan, a veces mienten o se dejan llevar demasiado por la ambición personal, una debilidad que no se valora como negativa. Pero no dejan de ser leales a la nación. De este modo, también se naturaliza como Estados Unidos, con la excusa de la defensa propia, puede acabar justificando cualquier masacre. Pero el mayor disfrute de La diplomática consiste en compartir el proceso de pensamiento de la protagonista, capaz de repensar una y otra vez soluciones a los conflictos diversos que se le presentan. La serie implica a la audiencia en este juego: plantea un escenario, lo redefine, lo culmina y, cuando parece que ya todo esté listo para cerrarlo, de repente estalla un giro sorpresa que nos sitúa frente a un tablero de juego muy diferente. Y en esta segunda temporada, La diplomática confirma que, a la hora de ofrecer finales inesperados, es la reina de los cliffhangers.

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