Cómo echábamos de menos 'Borgen', la mejor serie política contemporánea
La cuarta temporada vuelve en plena forma y con el anhelo de independencia de Groenlandia como telón de fondo
'Borgen: reino, poder y gloria'
- Creada por Adam Price para Netflix y la DR1
- En emisión en Netflix
Borgen presenta cuarta temporada, y todo huele más a podrido en Dinamarca. La serie creada por Adam Price marcó un doble hito en su estreno en 2010. Se confirmaba el éxito del modelo de ficción original de la televisión pública danesa con posiblemente la mejor serie política de la nuestra era. Ningún otro título había sido capaz de combinar la tensión adictiva de los tira y afloja del poder con un retrato tan realista, ni demasiado satírico ni demasiado idealizado, de la gestión de un gobierno.
12 años después, Birgitte Nyborg (Sidse Babett Knudsen), la carismática líder de los Moderados que se convierte en la primera mujer primera ministra del país en las temporadas 1 y 2, ha cambiado. Nyborg, que actúa en esta cuarta entrega como ministra de Exteriores por otro gobierno de coalición, se ha vuelto más dura y cínica. A lo largo de los ocho episodios, la mujer aparece vestida de negro riguroso. Su estilo plasma su viraje hacia el lado oscuro del ejercicio del poder, pacto con el diablo incluido. Pero también manifiesta una idea de luto. Nyborg asume la muerte de su antiguo yo idealista y parece dar por enterrada su vida familiar, todo para entregarse en cuerpo y alma a la política.
La cuarta de Borgen nos sitúa en una nueva etapa en el ciclo de las mujeres "empoderadas". Los daneses ya dan por más que normalizado el acceso de las mujeres a los cargos ejecutivos, de forma que ahora toca plasmar cómo ellas también se equivocan y se desgastan cuando mandan. Tenemos a una Nyborg más maquiavélica que nunca; pero también a una Katrine Fønsmark (Birgitte Hjort Sørensen), la periodista estrella de la televisión pública, que se esfuerza por salir adelante en su nuevo cargo de directiva del departamento. La serie aporta un matiz feminista a todo ello: visibiliza cómo la perimenopausa, desde los sofocos hasta la capacidad para perder los nervios con más rapidez, afecta la vida cotidiana y laboral de las mujeres de mediana edad.
Uno de los capítulos más memorables de la primera temporada de Borgen es el cuarto, el episodio groenlandés. La serie hacía entonces una incursión a la realidad compleja y poco conocida de esta isla con una identidad nacional propia, y a su vínculo difícil con el estado que la gobierna. "Dinamarca tiene todo el poder. Si no hablamos danés, o no pensamos o vivimos como vosotros, no tenemos opciones de prosperar. Pero ahora por fin hemos encontrado algo bastante precioso para conseguir la independencia [el petróleo]", le reprocha el protagonista de aquel episodio a la Nyborg de la cuarta temporada, que ahora mira con otros ojos, más paternalistas, la relación con la isla. Esta vez, el potencial conflicto entre Groenlandia y Dinamarca, un asunto a la vez interno y de exteriores, se extiende a lo largo de toda la temporada con la excusa de la comercialización del petróleo en la zona. Y se apunta un dilema apasionante entre el derecho de un territorio empobrecido a explotar los propios recursos naturales y un compromiso con el medio ambiente que desde los países occidentales a veces se defiende desde una postura neocolonialista. A través de la serie, Dinamarca aprovecha para presentarse con orgullo como un país geoestratégicamente clave en el mantenimiento del equilibrio de poder entre las tres grandes potencias mundiales, China, Estados Unidos y Rusia; a la vez que parece defender una estrategia pactista y de tolerancia relativa con los independentistas groenlandeses. La serie reivindica el amor como el mejor vehículo para conocer un territorio más allá de los estereotipos. Y nos deja con las ganas de permanecer más tiempo en Groenlandia.