El teléfono de González, Aznar, Zapatero y Rajoy
La plataforma Movistar+ acaba de estrenar una miniserie documental en la que repasa las legislaturas de los cuatro expresidentes vivos del gobierno español. La compañía de teléfonos por excelencia, además, ha tenido la fina ironía de titularla La última llamada, entendiendo que el poder está siempre al lado del último teléfono que suena: el del despacho del presidente.
En los cuatro episodios, uno por cada presidente, sientan al protagonista en un confortable sillón de piel para entrevistarlo y simulan a su alrededor un despacho de aire retro sin disimular todo lo que tiene de escenario: el espectáculo en tres actos de la política.
La serie atrapa y es interesante, pero tiene grietas en la construcción del relato. La música orquestal peca de sobrepresencia para aportar majestuosidad, pero hay un exceso de violines tristes en pasajes concretos. También existe una idea demasiado preconcebida sobre la soledad del poder. Pero lo peor de todo es la voz en off. A pesar de ser esporádica, molesta, porque es tan amable que entra en aspectos valorativos y emocionales. Va más allá de un hilo conductor que describe lo ocurrido y acaba siendo invasiva respecto a las reflexiones que va haciendo el espectador. Es naíf, a veces cursi, y está tan al servicio del protagonista que, periodísticamente, chirría. Cada capítulo, más allá de la voz del expresidente, está complementado por personas de confianza de su mandato: familiares, ministros, secretarias o asistentes. Gente cercana que rema a favor del discurso principal. Es muy sintomático cómo, en el caso de los presidentes socialistas, hay cierta paridad de género en las voces. En cambio, con Rajoy y Aznar, todo son hombres. Bueno, todos no. La excepción es Ana Botella, para añadir el componente de la lágrima.
Con Felipe González, la forma en que se aborda el caso de los GAL es ridícula. Tampoco se explica el porqué de su decisión de no cargarse a la cúpula de ETA en Francia. Con José María Aznar, solo en el primer minuto de introducción al episodio, la palabra España sale, escrita o pronunciada, hasta ocho veces. Aznar viene a decir que los atentados del 11-M fueron para fastidiarlo a él electoralmente y el relato es muy indulgente con el fin de su mandato. A José Luis Rodríguez Zapatero es al que más se lo confronta con sus errores y puntos débiles, pero la gestión de la crisis económica y el fin de ETA enganchan mucho. El capítulo de Mariano Rajoy toma tintes de comedia, y la locución define el Procés como "un problema de sentimientos". El expresidente del PP acaba considerando el independentismo una cosa de la burguesía catalana y el episodio de las urnas no tiene pérdida: "No había movimientos de metacrilato significativos a nivel mundial". Los testigos son incapaces de justificar las imágenes del 1-O y se desprende un clima de derrota interna.
Como, en los cuatro episodios, hay una mirada retrospectiva, hay menos presión por las apariencias. El espectador confirma cómo, de lo que pasa en la política, no percebemos ni una tercera parte. Y, observando las bambolinas, corrobora hasta qué punto, cuando las cosas no van bien, intentan vendernos una realidad paralela.