'Masterchef' y el hedor de podrido
En las últimas horas se ha hecho viral un fragmento del Masterchef de esta semana en el que el chef y miembro del jurado Jordi Cruz desprecia a Tamara, una concursante que comunica que abandona el programa para proteger su bienestar. Cruz se hace el ofendido y la invita a devolver el delantal y coger la puerta sin que haya que dar más explicaciones.
Los psicodramas y los numeritos son recursos habituales del programa. Y si observamos lo ocurrido en jornadas anteriores, es fácil entender por qué alguien puede preferir irse antes que ceder a la toxicidad del programa.
La semana anterior al abandono, el jurado criticó la actitud de Tamara. Consideraban que no había exhibido desesperación ni indignación ante la incompetencia de un compañero. Como la concursante es asesora de finanzas, el chef Pepe Rodríguez puso en duda su profesionalidad: “¿Y con tus consejos de finanzas eras igual de buena? Me refiero a que si esta actitud conformista la gastas en tu trabajo... ¡ascuas!”. Educadamente, Tamara respondió: “No necesito que metas las finanzas en esto”. Pepe se reiteró en la estrategia, parodiando una supuesta desidia que podía tener con sus clientes. En una entrevista posterior, ella explicó que le había dolido que, frente a millones de personas, se cuestionara su profesionalidad en el ámbito económico, que es ajeno al juego. El jurado también se escandalizó cuando ella dijo que no aspiraba a tener un restaurante propio porque tenía otras prioridades personales y Masterchef era solo una experiencia. “Es la declaración de intenciones más negativa que he oído en mi vida. [...] Porque estás hablando con Pepe, que si estuvieras hablando conmigo estarías saliendo por la puerta”, dijo Jordi Cruz con tono amenazante. Le recordó que aquel era un programa para formar chefs y le reprochó que hubiera quitado la plaza a treinta mil aspirantes.
En las ediciones cuatro y cinco del concurso, el jurado ha normalizado que los concursantes utilicen el insulto entre ellos, como "hienas carroñeras que huelen a podrido", "maldito desgraciado tirano". Algunos de estos insultos se utilizaron, en el montaje, dirigidos a Tamara. Justo antes de despedirla, Samantha le recordó con suspicacia que ya había demostrado desinterés cuando había explicado que primero le preocupaba su bienestar, después el de su madre, el de su marido y el de su hijo de dos años, a modo de juicio sobre el orden de prioridades vitales.
Masterchef acepta el insulto, el desprecio y la humillación. También la conducta pasivo-agresiva, la manipulación y la tergiversación. Y la productora Shine Iberia y TVE lo toleran. En cambio, abominan de la libertad de no querer participar de esa toxicidad. Como reality, buscan corderos que se sometan y participen del trato vejatorio. El gran error de Masterchef, imperdonable en una tele pública, es creer que el programa puede regirse por códigos ajenos a la ética. El entretenimiento televisivo de medio pelo, con un legionario terraplanista de concursante, es una farsa donde fingen ser una academia de prestigio. Lo más esperpéntico es cómo contrasta el delirio de grandeza que gasta el jurado con el patetismo que han construido a su alrededor. Es un espectáculo de déspotas que alimentan la discordia y la humillación, sin darse cuenta de que esto es una cultura gastronómica tirana que ha caducado. Y no están viendo que estos ingredientes ya huelen a podrido.