Biodiversidad

Hacia el oeste: un viaje para poner los huevos y salvar a 'los chicos'

El incremento de la temperatura del Mediterráneo está feminizando a la población de tortuga boba, que busca zonas más frías para reproducirse y sobrevivir

Doce gramos. Es lo que pesa una cría de tortuga boba al nacer. Estos reptiles quelonios normalmente se reproducen en las costas del Mediterráneo oriental, donde está aumentando tanto la temperatura del mar como de las costas en las que nidifican. Y esta especie es altamente sensible a estos cambios, que provocan que nazcan menos machos, lo que podría tener un desenlace nefasto para la especie. Para evitar este destino, la boba ha empezado a colonizar el oeste, en busca de temperaturas más frías para reproducirse.

"A partir de 29,5 °C de temperatura de incubación en la arena, la proporción de sexos cambia y nacen más hembras que machos", explica Irene Álvarez de Quevedo, investigadora postdoctoral del Centro Tecnológico Beta. "Actualmente, las poblaciones se están feminizando porque en las zonas tradicionales de puesta, como Turquía y Grecia, que antes eran muy buenas por incubar, están saliendo prácticamente un 100% de hembras por el incremento de las temperaturas", añade.

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Lo que más preocupa a la comunidad científica no es que los reptiles no encuentren pareja, sino que "la diversidad genética se vea comprometida", apunta Carlos Carreras, investigador del Instituto de Investigación de la Biodiversidad de la Universidad de Barcelona. "Cuanto menos machos, menos material genético, y eso, a la larga, puede poner en peligro el futuro de la especie", alerta.

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Contra el calor, migración

Como las tortugas marinas buscan zonas más frías para reproducirse –"Una vía para que haya un equilibrio entre sexos", destaca Carreras–, en las costas catalanas y valencianas cada vez vienen más a poner huevos procedentes de las costas turcas y griegas. Hace 10 años también había, en el litoral catalán, pero eran pocas. "Siempre hemos tenido tortugas del Atlántico y del Mediterráneo oriental, que venían aquí como juveniles y volvían a sus playas a reproducirse cuando maduraban", apunta el investigador, que añade que, en cambio, ahora están cambiando los hábitos migratorios y vienen para quedarse. "La diferencia es que ahora se reproducen aquí".

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"Empieza a haber familias reemigrantes, es decir, que vuelven a hacer más de una temporada en la misma zona", afirma Álvarez de Quevedo. Es el caso de la Mascletà, una tortuga que ha venido en el 2016, el 2020 y ahora, la última vez, en el 2024 en la misma playa de La Pineda, en Vila-seca (Tarragona), para poner los huevos. Y se prevé que esta situación vaya en aumento porque la temperatura global y la cuenca mediterránea no deja de subir.

Ruedas de tractor

"El rastro de una tortuga en la playa es muy similar a lo que dejaría una rueda de un tractor", describe Giralt, técnica del CRAM. Una rodera perpendicular, pero "dejando medias lunas, que son sus aletas arrastrándose". En medio, parte plana y compacta, que "es el peso de este animal, que en el caso de las hembras oscila entre los 70 y 80 kilos".

La diferencia con las ruedas de tractor es que se ve un "único rastro que sale del agua y otro que entra". El segundo rastro puede resultar más difícil de ver. "Puede volver casi por dónde ha salido o puede irse muy lejos, depende si ha habido molestias, de la playa y el tipo de arena".

Aunque las tortugas suelen salir por la noche, Giralt relata que también se están encontrando con tortugas que "salen a las 10 de la mañana". Por tanto, "no hay que descartar ningún rastro aunque sea de día". Lo importante, si se detecta uno, es "intentar que nadie pise la zona y llamar al 112".

Con una costa urbanizada y un mar que arde, la comunidad científica está siguiendo muy de cerca estas migraciones. "Lo que está ocurriendo no tiene precedentes, es una colonización en directo. Como seres humanos tenemos la responsabilidad de ayudar al máximo a las especies que intentan adaptarse a los cambios, porque si no, obviamente, se acabarán extinguiendo", advierte Álvarez de Quevedo.

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De hecho, este verano el mar Mediterráneo ha sido casi inflamable. En muchos puntos, las anomalías térmicas superaban los 5 °C; es decir, la temperatura del mar estaba muy por encima de la media histórica para la misma época del año. Sin ir más lejos, el 30 de junio la boya de la Dragonera, en Baleares, marcó 30,55 °C, récord absoluto desde que se tienen registros: una temperatura más propia de una piscina que del mar abierto.

Este verano en el litoral mediterráneo se han identificado 31 nidos: once en Catalunya, catorce en la Comunidad Valenciana, dos en Baleares, dos en Murcia y otros dos en Andalucía. La nidificación años atrás era lo que se llamaba "puntual o esporádica", es decir, si un año era más caliente, había algún nido, pero esto cambió a partir del 2014, cuando empezó a ser más frecuente.

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Según explica Álvarez de Quevedo, las nuevas zonas de colonización, como la costa catalana y la valenciana, "son importantes porque ahí saldrán machos, ya que todavía no hay temperaturas tan altas como las de Turquía". El año pasado, en la playa de Savinosa, en Tarragona, 9 de cada 10 tortugas que nacieron lo eran. Esto, apunta esta investigadora, es una "estrategia de la especie" para asegurar su continuidad.

"En verano cada hembra puede llegar a hacer entre 5 y 7 puestas, y son bianuales, o sea, hacen un año sí, un año no –explica Silvia Giralt, oceanógrafa y técnica del área de investigación y conservación del Centro de Recuperación de Animales Marinos (CRAM)–- Comence. llegan a madurar sexualmente". Sólo una de cada mil alcanzará la edad adulta y conseguirá reproducirse.

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El dolor de plástico

Tornillos, tapones de botella, trozos de red, filamentos de plástico. Todo esto hacia el estómago de una tortuga. Pepita, una hembra ingresada por una rotura del caparazón hará más de un año, expulsó a más de tres botes llenos de plástico. "Más del 80% o del 90% de los ejemplares que pasan por el CRAM expulsan plásticos a las heces", lamenta Giralt. Las tortugas tienen una dieta oportunista, es decir, comen lo que encuentran en cada momento. Algunos plásticos son ingeridos directamente, otros provienen de "presas que ya contenían plástico dentro". Y no todos se expulsan.Un estudiopublicado en la revistaMarine Environmental Researchrecientemente mostraba concentraciones importantes de microplásticos en el corazón y en los órganos reproductivos.

El cóctel perfecto

La temperatura no sólo afecta al sexo biológico, sino también al tiempo de incubación. "Cuanta más temperatura, más rápida es la incubación –alerta Carreras, de la UB–. En Calabria, Italia, están naciendo tortugas con tan sólo 45 días de incubación, cuando el proceso de media es de 55".

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Este boom demográfico va en aumento y puede chocar con unas costas altamente urbanizadas y masificadas. "El turismo es un problema. Muchas veces la sociedad no sabe cómo actuar, es una situación relativamente nueva y cada vez más frecuente", añade. Por eso, dice, es necesario realizar modificaciones para adaptarse a la nueva situación.

"Quizá las luces de los paseos marítimos deberían mirar hacia dentro y no hacia la playa", apunta. Y es que la iluminación artificial tiene un efecto negativo en los animales. "Si hay mucha luz blanca, las crías, cuando salen, en lugar de seguir la luz de la luna e irse hacia el agua van hacia el paseo marítimo, donde hay más luz", advierte Álvarez de Quevedo.

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De momento no hay ningún ayuntamiento que esté adaptando su alumbrado, ya que es un fenómeno relativamente nuevo. A la luz se suman las fiestas nocturnas y la náutica recreativa. "Hay mucho trabajo por hacer, sobre todo de concienciación ciudadana", recalca esta investigadora posdoctoral.