Crisis climática

Una obra de arte se vende como CO₂ para denunciar el 'greenwashing' climático

Josep Piñol cierra el ciclo Museu Habitat con la venta ante notario de las 57.765 toneladas de CO₂ que hubiera supuesto la construcción de su obra en la Amazonia

BarcelonaUna obra de arte que nunca llegará a materializarse para denunciar las perversiones de los mercados globales de compraventa de emisiones de CO₂. Ésta es la premisa que ha llevado este sábado al artista Josep Piñol a firmar ante notario la renuncia formal a construir nunca su obra escultórica, que estaba diseñada para instalarse en Belém, la región de la Amazonia brasileña donde este noviembre se celebra la cumbre climática de la ONU COP30. De haberse llevado a cabo, esta obra habría emitido 57.765 toneladas de CO₂ que se han convertido ahora en créditos de carbono por valor de 1,6 millones de euros.

El artista ha renunciado al dinero y ha obsequiado al comprador (un coleccionista privado que quiere mantener el anonimato) con una sola tonelada de CO₂ simbólica, porque su único objetivo, decía, era denunciar este mecanismo de las "emisiones evitadas" que se utiliza en los mercados voluntarios de carbono- contabilizarlas en su plan de reducción de CO2 (obligatorio en Europa para compañías de cierta envergadura). Un mecanismo que el artista define como un "greenwashing ".

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La performance artística, con la firma ante notario en el Museu Tàpies de Barcelona, ​​se ha realizado durante el cierre del ciclo Museu Habitat impulsado por el departamento de Cultura de la Generalitat y liderado por Manuel Borja-Villel para reflexionar sobre el futuro de los museos y que ha puesto precisamente el foco en el debate sobre el decrecimiento del sector cultural. "Es un proyecto que cuestiona cómo el capitalismo y el colonialismo han impuesto esta visión que separa a los humanos de los no humanos, del paisaje, un sistema violento que se ha ido refinando desde el siglo XVI y que deriva en el extractivismo", explica a este diario Borja-Villel.

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La obra que había proyectado Josep Piñol era una instalación coronada por cien figuras de bronce con traje de ejecutivo, derechas sobre ataúdes que en realidad eran módulos de captura de CO₂, porque la escultura estaba concebida también como una máquina de captación de carbono, una tecnología todavía muy rápida. Esto era "primero de todo por ironía y sarcasmo", pero también para poder conseguir financiación para hacerla, un punto que era clave para poder acreditar que la obra habría salido adelante porque había una inversión prevista y que, por tanto, fue "evitada", según explica al ARA Josep Piñol. El hecho de que fuera una planta de captación de carbono logró atraer la inversión necesaria, y dos empresas, una canadiense y otra británica, se habían comprometido a pagar 18,5 millones de euros para construir la instalación en Amazonia.

¿Qué son las 'emisiones evitadas'?

Pero en lugar de construirla, Piñol ha convertido la obra en "emisiones evitadas" al comprometerse a no hacerlo. Por eso ha tenido que registrar formalmente un estándar técnico para calcular las emisiones del arte, que no existía, calcular las emisiones de su obra y someter este cálculo a una auditoría independiente oficial, aunque este auditor no quiere ser mencionado públicamente. "No me preocupa demasiado que el proceso sea totalmente científico, porque es una acción poética, en el arte trabajamos con las percepciones y lo que nos interesaba es cuestionar los relatos impuestos y en este caso denunciar este tipo de greenwashing", explica Borja-Villel.

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Evitada, la obra de Josep Piñol para denunciar a los mercados de carbono.

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De hecho, tal y como denuncia Piñol, existe todo un entramado de empresas certificadoras que calculan el impacto de un proyecto y le dan un valor en toneladas de CO₂, de forma que si ese proyecto no se llega a hacer las empresas puedan pagar por este CO₂ ahorrado y presentarlo como una contribución a la lucha contra el cambio.

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Las reducciones de CO₂ que se venden en los mercados voluntarios vienen sobre todo de proyectos de plantación de árboles en países del Sur Global, sufragados por países o empresas de los países ricos. Pero otra fórmula es esta que calcula las emisiones de un proyecto que debía realizarse y no se realizará y las convierte en créditos de carbono, que se pueden comprar para acreditar una reducción de CO₂ en el balance climático de una empresa. "Lo de las 'emisiones evitadas' se acepta en algunos mercados voluntarios, como por ejemplo si alguien dice que hará una instalación fotovoltaica en Mozambique que evitará la construcción de una central térmica", explica el experto en huella de carbono Jordi Oliver, de la consultoría Inèdit, pero admite que es un procedimiento "bastante contro".

Una investigación del The Guardian reveló, por ejemplo, que el 90% de los créditos que había certificado una de las principales certificadoras del mundo, Verra, que utilizan grandes empresas como Disney, Shell y Gucci para comprar créditos que les permitan cumplir con sus objetivos de reducción de emisiones, eran "créditos fantasma" que no representan verdaderas reducciones de carbono.

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De hecho, este concepto de emisiones evitadas es herencia todavía del antiguo Protocolo de Kioto, pero el nuevo Acuerdo de París no las prohíbe y se siguen utilizando. Los mercados de carbono reglados como el europeo no las admiten, pero los mercados voluntarios globales sí. Sin embargo, normalmente son proyectos que debían construirse porque eran necesarios y que se sustituyen por otro proyecto de menor impacto ecológico, que se sufraga con el dinero de estos créditos, según apuntan fuentes expertas. El artículo 6 del Acuerdo de París que regula justamente estos mercados voluntarios es el que más costó pactar en su reglamento posterior, porque se intentaba evitar también dobles contabilidades: que estas reducciones de emisiones se contaran tanto en el balance del país en el que se realiza como en el del país que las compra.