Barcelona

Acontecimiento barcelonés en el corazón de la gentrificación

La estrella de la Sagrada Familia cambia por siempre jamás el 'skyline' de la capital catalana

BarcelonaYa es mala suerte que el día de Inmaculada Concepción sea uno de los más ventosos del año. Es el día idóneo para la iluminación de la estrella que corona la torre de María de la Sagrada Familia. “¿Ya está bien pegado eso? No se caerá, ¿no?”, se pregunta un señor mayor un poco asustado por el viento que sopla en la plaza inmensa del templo de Gaudí. Hace pocos días que a ciento treinta y ocho metros de altura orbita una estrella de doce puntas que pone el punto final a una de las torres de la iglesia eternamente inacabada. “Hace cuarenta y nueve años que vivo aquí al lado y desde el primer día que esto me parece una tomadura de pelo”, exclama Jeroni, vecino de la calle de Mallorca. “¿Cómo puede ser que todavía no se haya acabado de construir? ¿En qué cabeza cabe esto?”, dice mientras pone cara de incredulidad y socarronería. Su amigo Jaume le reprocha la maledicencia, el escepticismo, como si fuera un barcelonés demasiado cabreado. Miro la Wikipedia para comprobar las fechas. La construcción empezó en 1882. Ciento cuarenta años parece un margen razonable, también para un proyecto arquitectónico tan faraónico como este.

Se da este miércoles un pequeño acontecimiento ciudadano en tiempo de profunda escasez de grandes (y medianos y pequeños) acontecimientos ciudadanos. En tiempos grises y de encuestas de popularidad demoledoras. La paradoja es sangrienta, que sea precisamente la Sagrada Familia la que protagonice este día de comunión del barcelonés con la ciudad. Símbolo de la turistificación salvaje, en el corazón preciso de la gentrificación galopante. No deja de ser curioso que Oriol Bohigas, crítico feroz de la obra de Gaudí –a la Sagrada Familia la llamaba “mona de Pascua”–, no haya podido contemplar, por pocos días, el festival y chuparse los dedos con desasosiego. 

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El encendido de la estrella de la Sagrada Familia

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Monseñor Omella dice la misa previa a la bendición. Hay altavoces y pantallas gigantes para que todo el mundo que quiera lo escuche. “Gaudí era un místico, vivía el evangelio de Jesús y sabía plasmarlo en su obra. Santa María quiere ser vuestra luz en medio de la oscuridad. Hoy su torre está acabada, pero la torre de su hijo Jesucristo seguirá creciendo poco a poco hasta ser la más alta, la que se podrá ver desde todos los rincones de la ciudad”. “Parece que esté en tránsito”, dice una familia que lo escucha atentamente. Y no es la única voz que lo sugiere. La terraza del McDonalds no puede estar mejor ubicada, justo debajo de la estrella, palco preferente, no cabe nadie más: “Dime que estás vacunado y llevas el pasaporte covid, no puedo esperar más para una hamburguesa”. Una madre explica a los niños qué significan las doce puntas de la estrella, el doce como número importante del catolicismo: “Oí que ayer lo explicaban en RAC1 y fue muy interesante”, recalca. Hay mucha gente cautivada, muchos miran hacia arriba aunque falte más de una hora para el encendido, hacen fotos aunque sea oscuro. Hace ilusión detectar una chispa de espíritu barcelonés, una tarde lúdica, un plan diferente que la ciudad nos regala para salir a pasear con los niños el día 8 de diciembre por la tarde. A pesar del vendaval. “Es muy navideño, esto, ¿no?”, destaca Joan, que también ha venido con la familia y se le notan ganas de estímulos para vivir la ciudad de manera más natural, más orgánica, más vecinal y empática. 

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Si paseas doscientos metros a la redonda no cuesta detectar que hay personas que han venido en coche y que se sorprenden de no poder aparcar en ninguna parte. Ideas geniales que tiene la gente. La salida del metro de la esquina de Marina con Provença está cerrada. El tránsito también está restringido y hay mucha vigilancia. Siempre hay trabajo en el bar manchego Hasta los Andares de la calle Provença, que en poco tiempo se ha convertido en un clásico del barrio: “Aquí no paramos, con estrella o sin estrella”, pontifica uno de los camareros. No les duelen prendas a los bares adyacentes al templo admitir sin tapujos lo que es, nunca mejor dicho, una verdad como un templo: su generosa facturación es una bienaventuranza por obra y gracia de Gaudí. 

Llega el momento. El arzobispo Omella sale al exterior y saluda con afecto a los asistentes, que se están pelando de frío. Culminando un crescendo musical y con incontables flashes disparándose, con emoción genuina, nada impostada, de todo el respetable –“como el pebetero de los Juegos Olímpicos, ¿te acuerdas?”, oigo que dicen a mi lado–, la estrella de doce puntas se enciende al fin. “Antoni Gaudí lo mira emocionado desde el cielo”, concluye Omella. Junto a las grúas mastodónticas y perennes, Barcelona tiene una nueva luz que ilumina su skyline