Por dónde empiezo

El año que estuve más viva y más rota

De aquel día recuerdo sobre todo el sonido de los latidos de aquellos bebés que estaban dentro de las barrigas de sus madres, mientras que a mí, ese día, me habían dicho que los de la mía ya no estaban

Núria Bigas Formatjé
y Núria Bigas Formatjé

BarcelonaDe ese día recuerdo sobre todo el sonido de los latidos. Los latidos de aquellos bebés que estaban dentro de las barrigas de sus madres, mientras que a mí, ese día, me habían dicho que los de la mía ya no estaban. Me dejaron durante horas en una sala llena de correas, a mí sola para hacerme analíticas. Recuerdo esos sonidos, y cómo me caían las lágrimas por su suerte y mi pena, y sobre todo por la indefensión de estar viviendo aquello. El sistema sanitario no está preparado para atender con dignidad y cuidado las pérdidas gestacionales, no está suficientemente humanizado y hay que hacerlo ya, porque estos detalles te resquebrajan. Sólo hace falta analizarlo con los ojos de quien sufre, de quien debe recibir la muerte en vez de la vida.

Por esa pérdida he llorado mucho, pero también ha sido el año de mayor crecimiento personal de mi vida. Porque viví la tristeza como nunca la había conocido, y también mi resistencia, mis vergüenzas y mi miedo. Quizás uno de los años en los que he estado más viva y consciente y más muerta y agrietada a la vez. Esa barriga vacía de golpe, esas expectativas rotas, esa fecha de parto que siempre será (improbable) e imposible y esa pena social. Y esa violencia sanitaria: detalles deshumanizados en la atención, resultados médicos que suponen mucho y se convierten en miserias y una atención psicológica que ni ayuda ni acompaña. Y qué mierda pensar de nuevo en un embarazo y tener miedo e ilusión a partes iguales. Dejemos de romantizar los embarazos porque algunos llegan y otros no y, ya que estamos ahí, dejemos de romantizar la maternidad y los postpartos porque no nos ayuda. Es lo que es, pero no es rosa, ni haces pasteles. Dejemos de crear expectativas que se pueden romper, seamos responsables con lo que proyectamos socialmente. Por nosotros y por nuestras hijas.

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Y un mes de julio nos llegó el rayo de luz

De ese año, también recuerdo, la calidez de los abrazos de las mujeres amigas que lo han pasado, un lugar donde encontrar la calidez del dolor comprendido. Y cuántos abrazos he tenido que no sabía y cuántos he hecho que no sabía que haría. Y cuántas palabras vacías me he encontrado alrededor. No estamos acostumbrados al dolor. Socialmente nos molesta, nos incomoda. No estamos educados, queremos acompañarlo con frases de esperanza creyendo que curan, y no. El dolor necesita salir, por lo que sólo hay que escuchar. Dar silencio para hablar, para contar, para quitar el dolor. Hay que callar para escuchar, es la mejor forma de acompañar.

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Durante el camino también me hice la fuerte, y vi que no era una opción. Así que decidí buscar ayuda psicológica para hacer el camino, por primera vez en mi vida. Podía seguir fingiendo mi fortaleza o podía enfrentarme a mí misma ya mi miedo. Y tampoco era justo, ni por mí, ni por mi hija mayor. Y qué magia y qué luz. Qué bien me ha ido este camino acompañado, porque el miedo, siempre estará ahí, pero hay que afrontarlo, mirarlo a los ojos. Y así lo hemos hecho.

Y al cabo de unos meses llegó un nuevo viaje. Un nuevo ticket, y las dudas y el miedo entraban conmigo en cada ecografía y en muchas madrugadas en la cama. Y las fechas que duelen pasaron y fuimos sumando semanas y muchos despertares de seguridad (lo siento, Joana) y un mes de julio, nos llegó el rayo de luz después de la tormenta. Y qué sensación de tranquilidad, cuando la tuve encima: la plenitud de haber subido a la montaña, de haber atravesado el puente, de haberlo conseguido. De toda esta mierda he aprendido mucho, no es que todo pase por algo, no lo creo, pero puesto que me ha tocado vivirlo, he intentado ponerle la actitud para aprender que la vida va de esto, también, de hacer planes y que no salgan y que enfrentarme a mi miedo me ha llevado la vida.

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