La autogestión que gobierna en la catástrofe de Paiporta: "No se puede ir, pero no puedo quedarme en casa"

Miles de personas se organizan para llevar productos de primera necesidad y colaborar en las labores de limpieza

PaiportaAuxilio en lugar de olvido. Apoyo y cariño en lugar de desamparo. Escobas y palas para limpiar en lugar de las cañas que transportó el barranco del Poio y que muchos vecinos usaron para huir de la devastación que asolaba sus casas. Los municipios de la comarca valenciana de l'Horta Sud han recibido este viernes una muestra histórica de solidaridad. Miles de personas han atravesado el río Turia para demostrar que los habitantes de las localidades afectadas por el peor temporal del siglo en el Estado no están solos. Se lo han dicho sin palabras, pero con hechos. Saben que costará meses, quizás años, recuperarse, y que el recuerdo de las víctimas será una herida que nunca acabará de curarse, pero que la catástrofe ha sido colectiva y que sólo la ayuda mutua permitirá superarla la.

Por el arcén, por medio de la carretera, por los márgenes de los campos de cultivo... A pie, en moto, bicicleta, patinete o en coche. Vecinos de Valencia como Eugenia, Antonio, Xavi, Gonzalo, Carolina, Isabel o Carlos o localidades tan lejanas como Castalla –a 117 kilómetros– como Ramón o José. Organizados mediante grupos de WhatsApp o Telegram o mediante páginas de Facebook o Instagram. Personas que hablan valenciano, castellano o árabe. Enfermeras, estudiantes o ingenieras de telecomunicaciones. No importa. Una maraña tan diversa como es la sociedad valenciana actual que no ha tenido ninguna duda de dónde querían estar.

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A diferencia de los que se marchaban dejando su casa hace sólo 72 horas, los que hoy hacen el camino a la inversa llevan las manos llenas. Transportan escobas, palas, capazos y bayetas. Van cargados con mochilas apretadas de cosas tan básicas como arroz, aceite, azúcar o agua. Aunque las imágenes de los miles de voluntarios han resonado todo el día, extrañamente ninguno lleva el móvil en la mano ni se hacen fotos. Recorren la carretera acompañados de la banda sonora de las multitudes: el griterío. Un alboroto multiplicado por las sirenas de la policía, las ambulancias, los servicios de emergencias y los helicópteros militares. Un alboroto radicalmente opuesto al mutismo que reinaba al día siguiente de la catástrofe, cuando el ARA recorrió esos mismos 3,6 kilómetros. Una estupefacción que ahora se ha transformado en determinación, movimiento. En acción como la de Eugenia. “Desde el martes no sé nada de una amiga. Tiene 54 años y vive en Alfafar. Sé que dicen que no se puede ir, pero yo ya no puedo quedarme más en casa, voy a buscarla”, resume.

Tampoco se lo ha pensado mucho Ramón, que se encuentra parado en un atasco junto a su todoterreno Suzuki Jimmy de color amarillo. Le acompaña su hermano José. Ambos formaron parte de una expedición de ocho 4x4 y dos camiones. Provienen de la comarca del Alcoyano, a más de un centenar de kilómetros. “Hemos visto que se necesitaba ayuda y como tengo material para remolcar vehículos, hemos venido. Hemos traído comida para animales que hemos dado a Torrent y agua y ropa que hemos dejado en Paiporta. Ahora nos han dicho que en Benetússer hace falta gente y hacia allí vamos”, detalla.

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Llegamos a las puertas de Paiporta y constatamos que, aunque muy despacio, la situación mejora. Aún hay cientos de coches volcados en los arcenes, pero son menos que el miércoles. También hay menos barro y agua estancada. Mientras los servicios de emergencias se dedican a buscar a las víctimas, la limpieza recae en los ciudadanos. Sobre todo, la de las aceras y calles secundarias. Lo comprobamos al acercarnos a un grupo de diez personas. Han estado todo el día retirando suciedad de las puertas de un garaje. Solo quedan los vehículos que taponen la entrada. Entre ellos se encuentra Isabel, que no dudó en aprovechar la festividad de Todos los Santos más trágica en la historia reciente de la Comunidad Valenciana para echar una mano a sus amigos Pedro y Javi, vecinos del edificio. Está enfadada. “Hoy, tres días después, es cuando llega el ejército. La gente no ha recibido la ayuda que merece. Ha sido una gestión nefasta”, se queja.

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La autogestión de la catástrofe

Cincuenta metros más adelante, observamos cómo algunos vecinos se organizan para remolcar coches de un garaje. Es un trabajo peligroso, pero en la catástrofe gobierna la autogestión. Quienes no tienen tiempo de contemplar la escena son Gonzalo y Xavi, dos voluntarios que llenan de barro capazos. Su ropa, completamente sucia, evidencia que han trabajado duro. Han venido para ayudar a Israel, un profesor de la Universidad de Valencia que celebra que la institución canceló las clases el día del temporal. “A las 12 h también enviaron al personal administrativo a casa. Yo recogí a mi hijo de la escuela y nos encerramos en el piso”, recuerda.

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También está enfadada Esther, vecina del mismo edificio. Sobre la gestión de la Generalitat lo tiene claro: "Estamos abandonados", señala. Y por poner un ejemplo nos muestra las garrafas de agua que han traído a pie a sus amigos y gracias a las cuales pueden beber o lavarse. Interrumpe la conversación su hija de seis años y dos amigas que juegan en el rellano. ¿Cómo lo están llevando ellas? “Nos inventamos juegos. Intentamos que no sean conscientes de lo ocurrido”, detalla la mujer. Es natural, porque el vehículo de su cuñado fue arrastrado por el agua con él dentro. La situación fue tan desesperada que se despidió para siempre por el móvil.

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Volvemos a Valencia incrustados en una multitudinaria caravana. Una muchedumbre de gente armada con escobas y palas. Algunas no se llaman adiós, sino “hasta mañana”, síntoma de que la solidaridad continúa.