Fútbol - Liga de Campeones

El Barça ya es un equipo de segunda fila en Europa (3-0)

El Bayern rasga en Múnich la poca autoestima de los azulgranas, que jugarán la Europa League por la victoria del Benfica contra el Dinamo

El fútbol, muchas veces, va acompañado de épica. Especialmente en la Liga de Campeones. Hay clubes que saben escribir el relato de sus mejores noches europeas desde la épica. Quitando aquella noche mágica en Stamford Bridge, con el gol de Iniesta, este no es el caso del Barça. Cuando el conjunto azulgrana ha ganado en Europa es porque ha sido el mejor. Y el Barça hace tiempo que no está entre los mejores, un grupo selecto comandado por equipos como el Bayern Munich, una pesadilla cada vez que se enfrenta a los azulgranas, ya relegados a la segunda división del fútbol europeo, la Europa League, porque el Benfica no falló contra el Dinamo de Kiev (2-0). La ilusión de la llegada de Xavi, su flor, quedó pisada en la Allianz Arena, un estadio que vio a un Barça pequeño, a un grupo de jugadores con cara de vencidos, golpeados por las tres bofetadas en forma de gol de los bávaros (3-0), que si no hicieron más sangre fue para no acabar de romper en mil pedazos la poca autoestima del Barça. Reconstruir este equipo será un rompecabezas gigantesco para Xavi, que tiene un equipo con falta de liderazgo, que no sabe a qué juega, que no tiene ningún tipo de confianza y que solo está impulsado por el latido y el espíritu de jóvenes como Gavi y Nico. Toca encomendarse a ellos en la travesía por el desierto por la cual anda el Barça. Ni Dembélé, foco de esperanza en su primera titularidad del curso, fue capaz de dar un puñetazo sobre la mesa en Múnich.

En el Allianz, en ningún momento el Barça dio sensación de poder hacer ni siquiera cosquillas a Bayern, a pesar de que los azulgranas intentaron sacar un poco de orgullo y valentía al principio del partido. El primero en intentarlo fue Jordi Alba, con un chute blando a las manos de Neuer poco antes de quedarse fuera de combate por culpa de unas molestias que le habían hecho llegar muy justo al partido. Después, otro remate sin consecuencias, esta vez de un Dembélé ubicado a la banda izquierda, quizás para atacar a Pavard, el único punto débil en la magistral maquinaria competitiva del Bayern, o quizás porque Sergiño Dest, con problemas a la derecha, todavía lo habría hecho peor cambiado de banda. De hecho, sin Abde, Xavi hizo salir al norteamericano de extremo, cosa que hizo recordar los tiempos de Koeman, a pesar de que el invento solo duraría 45 minutos. La puesta en escena del Barça, que se jugaba la vida, se tradujo solo en tímidas aproximaciones de los azulgranas, que, bajo la batuta del técnico de Terrassa, no eran mejor que los alemanes pero al menos intentaban irlos a buscar a su campo.

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Pero todo eran pequeños espejismos porque el Bayern sabía que podría pasar de la contemplación a la acción cuando quisiera, a la vez que al banquillo azulgrana llegaban malas noticias desde Lisboa: el Benfica avanzaba en Da Luz. Treinta minutos son los que tardó el equipo de Julian Nagelsmann a pasar de observador a depredador, su modo más habitual, especialmente cuando juega contra los azulgranas, humillados en los últimos tres enfrentamientos contra los bávaros: del 2-8 de Lisboa al 3-3 del Allianz, pasando por el 0-3 del Camp Nou en septiembre. Treinta minutos en los que dejaron al Barça tener un poco de orgullo, creerse que podría levantar un poco la cabeza bajo la fina nieve que caía en Múnich. Treinta minutos en los que Gavi, todo corazón y pulmones, no se cansaba de perseguir las sombras de los jugadores del Bayern.

En definitiva, treinta minutos antes de que el Barça se convirtiera, de nuevo, en un juguete a manos de Thomas Müller. Lo peor no fue que el bávaro, equiparable al hombre del saco por los aficionados azulgranas, marcara su octava diana en su séptimo partido contra el Barça en la Champions, sino cómo llegó el primer gol. Robert Lewandowski, en un mano a mano con Gerard Piqué, supo aguantar la presión del central catalán para servir una centrada picadita al área pequeña, donde Müller supo imponerse con comodidad a Mingueza, lateral izquierdo de urgencia, y Ter Stegen, mientras que Araujo, vestido de bombero, no llegó a tiempo de rechazar una pelota que entró por los pelos pero que despertaba todos los fantasmas. Caras largas en el Barça que contrastaban con el gesto de superioridad, casi naturalizado, de los bávaros.

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Con el signo del marcador ya cambiado en un tan silencioso como imponente Allianz Arena sin público, el guion del partido quedaba escrito bien pronto, rasgando las ilusiones de aquellos que, valientes, todavía se habían atrevido a poner un 2 en la quiniela. Antes del descanso, Leroy Sané tuvo bastante para enviar un cacao lejano ante las narices de Frenkie De Jong, que llegaba tarde en todas partes, que era incapaz de hacer una de aquellas cabalgatas con las que maravilló y enamoró a media Europa cuando defendía los colores de Ajax. Es cierto que el neerlandés juega con molestias, pero es una copia barata del jugador por el cual el Barça pagó más de 80 millones. No lo hizo mejor en la acción del segundo gol Ter Stegen, que vio pasar la pelota por su lado con la misma actitud que un abuelo revisa las obras de su barrio. El 2-0 en solo 45 minutos de partido, sumado al mismo marcador que en Lisboa, enviaba el Barça directo a la Europa League. Quedaba toda la segunda mitad por delante, que solo sirvió para acabar de confirmar toda la montaña de trabajo que tiene Xavi por delante y para que Musiala castigara al Barça con el tercero y le recordara que, en Europa, ya hace tiempo que son un equipo de segunda fila. Hacía 21 años que los azulgranas no caían a la fase de grupos.