Núria Pié: "El boom de la cerámica no garantiza el relevo del oficio"
Tornera y maestra artesana
Los talleres para aprender a hacer cerámica o solo para pintarla proliferan en Barcelona a la misma velocidad que los centros de yoga. “Pero tiendas, ¿cuántas has visto?”, pregunta Núria Pié (Tarragona, 1948), ceramista y una de las torneras más antiguas de Cataluña. A sus 75 años, todavía baja cada día en su taller en el barrio de Sants para ensuciarse las manos de barro. “No sé lo que haría sino. Cuando haga 80 quizás me vuelvo a plantear parar”.
Empezar no fue fácil. Cada vez que Núria se asomaba al aula de cerámica de la Escuela de Arte de Tarragona el profesor la echaba diciendo: “Esto es trabajo de hombres, las chicas no podéis tornear". Dado que "la cerámica no estaba permitida a las mujeres", la alternativa fueron las clases de pintura, ya que también le gustaba dibujar. “Aun así, tuve el apoyo de mi madre que, a oscuras de mi padre, me animaba a ir a Barcelona e intentarlo. Él lo veía como un mundo de bohemios que no me traería nada".
Pasaron 11 años hasta que Núria pudo sentarse por primera vez delante de un torno. Lo hizo en la Escuela Sant Jordi. "Fue una felicidad inmensa, pensé: 'por fin'". Entonces, ya vivía en Barcelona, había estudiado diseño gráfico y trabajaba tanto de profesora en una escuela como en la revista Caballo Fuerte. También se había casado y ya había tenido el primero de sus dos hijos.
Los años 80 fueron una época en la que "que la gente de España venía a Cataluña a comprar cerámica, se vendía mucha". Núria recuerda cómo entonces había poblaciones que tenían su propia especialidad: en Quart hacían la cerámica negra; en La Bisbal, vasijas y en El Vendrell, baldosas y tejas. "Ahora las ollas vienen de Portugal, pero entonces venían de Breda".
Fue un momento en el que también había mucha gente joven que había salido de las escuelas de arte y que querían vivir de la cerámica. "Éramos una veintena que queríamos dedicarnos al oficio, y cerramos filas". La alta demanda, y los encargos constantes que recibía, permitieron a Núria dedicarse plenamente al oficio. “No había tantas importaciones de China. Venían tiendas como Vinçon y te pedían que hicieras 200.000 pesetas de piezas, por ejemplo”.
"El boom de la cerámica de ahora es muy diferente al que vivimos entonces", reflexiona en comparación con los locales donde ahora puedes ir a hacer pieza o cafeterías donde pintas tu propia taza. "Es un modelo que ya se veía en otros países como en Dinamarca y que ahora está llegando aquí". Aunque también se están abriendo talleres donde aprender, "este boom no garantiza el relevo generacional del oficio, porque mucha de la gente que aprende lo hace como una afición, no para dedicarse a ello y hacer producción". Ella misma lo ha visto con los alumnos a los que daba clases, y explica cómo otros ceramistas que tienen talleres de producción, como Bugambilia, "no saben cómo continuarán".
Trabajar con las manos tiene la virtud que hace que te olvides de todo lo demás. El efecto “terapéutico” de la cerámica, es lo que cree que ha hecho que muchas personas ahora se enganchen. “Y parece muy bien. No lo critico. En el momento en que toda tu atención pasa en las manos, te olvidas del movimiento que tienes en la cabeza”.
Ahora, lamenta, apenas quedan tiendas de todas las que había en Barcelona. "Una de las pocas, por no decir la única, es la de la calle Comtal y ha tenido que reducir el espacio porque ya no vende tanto". "La bonanza empezó a revertirse en la primera década de los 2000 cuando llegaron los grandes almacenes y bazares con bajo precio".
Más allá de las horas dedicadas a la producción, durante años Núria también ha realizado numerosas exposiciones. La cerámica que hace siempre ha tenido una vocación de utilidad, pero con la perspectiva que le ha dado el diseño gráfico. Sus piezas y trayectoria le han valido varios galardones nacionales e internacionales. Como el Premio Internacional Vietri-Sul-Mare, donde durante un mes estuvo trabajando en un taller del municipio Salerno. Allí compartió espacio con Miquel Barceló mientras preparaba la capilla de la Catedral de Mallorca. “Pero no me siento identificada con la palabra artista. Quizás porque me ha costado mucho llegar hasta dónde estoy”.