La chilena que luchó por las condiciones de vida de los catalanes
Dorotea de Chopitea impulsó a numerosas escuelas y hospitales en Barcelona donde, incluso, lideró la creación del templo del Tibidabo
Es el epicentro de en verano de 2015 y Núria de Gispert acaba de presidir por última vez el Parlament de Catalunya. Sale al jardín de la Ciutadella, donde le espera el chófer para realizar el último trayecto. Dejan atrás el centro de la ciudad, cruzan la Diagonal y suben el tramo final de la calle Balmes. Es imposible no ver la imponente silueta que nos contempla desde la cima del Tibidabo: es el templo del Sagrado Corazón que lleva más de cien años coronando el punto más alto de la ciudad de Barcelona. Ese día tan significativo en el que dejará de ser la segunda autoridad del país, De Gispert no puede evitar que le venga a la cabeza su tatarabuelo, promotora de ese templo majestuoso que podríamos decir que también es una especie de faro para barceloneses desorientados.
Pocas veces una fortuna ha sido utilizada con tanta persistencia en beneficio de la comunidad, y ésta es la excepcionalidad de Dorotea de Chopitea, una mujer nacida en Chile con sangre vasca en las venas, que pronto se va instalar en Barcelona cuando su familia huía de la independencia del país sudamericano. De joven unió su destino a un catalán nacido también en Chile, Josep Maria Serra Muñoz, de familia igualmente acaudalada y que con los años se convertiría en fundador del Banco de Barcelona y de la Maquinista Terrestre y Marítima.
La obsesión de Dorotea de Chopitea para mejorar las condiciones de vida -y, en particular, las educativas- de los barceloneses de la época la llevó a crear, sola, una red de entidades que hoy todavía están vigentes. Detrás de su figura está la fundación del Colegio Sagrado Corazón de Sarrià, la residencia de hijos de trabajadores de las fábricas y el primer hospital infantil del Estado, por poner tres ejemplos. También impulsó la creación del Hospital del Sagrat Cor (1879), que hoy sigue en funcionamiento, así como las diversas escuelas de los salesianos -tenía una relación muy estrecha con Joan Bosco, el fundador de la orden-, aunque también patrocinó obras de los jesuitas, como por ejemplo la iglesia y la escuela de la calle Caspe de Barcelona.
En el caso del templo expiatorio del Tibidabo, consiguió implicar a otras fortunas de la ciudad para que en 1902 se pudiera poner la primera piedra de lo que acabaría siendo una obra emblemática de Enric Sagnier, arquitecto de cabecera de la burguesía catalana.
Después de una vida dedicada casi por completo a las obras de caridad ya la ayuda a los conciudadanos, la muerte le llegó en 1891, a los 74 años. El trabajo agotador que había llevado a cabo durante décadas pasó a manos de sus hijas, continuadoras de su labor.
La residencia particular que ocupó desde 1873 es fácilmente identificable, dado que hoy se encuentra el Hotel Granvia, en el número 642 de la Gran Vía de les Corts Catalanes, entre el paseo de Gràcia y la calle Pau Clarios. La finca es un palacete majestuoso que antes había sido utilizado por el Real Círculo Artístico y por el Gran Teatre del Liceu para sus fiestas de finales de siglo. En 1935 se convirtió en hotel por primera vez. El azar ha querido que puerta por puerta del Hotel Granvia, en el número 644, haya otro establecimiento hotelero con raíces históricas. Se trata del Hotel Catalonia Passeig de Gràcia, que hasta hace pocos años era la sede de la compañía cavista Codorníu y antes el domicilio familiar de los Raventós.
Mira por dónde, el Hotel Granvia es propiedad de la compañía inmobiliaria Núñez y Navarro, una de las más beligerantes con el patrimonio arquitectónico del país, al menos cuando la dirigía su fundador José Luis Núñez Clemente, que siempre se mostró muy poco sensible con todo lo que no tuviera una repercusión positiva en la cuenta de pérdidas y ganancias. Una verdadera paradoja.
Fortunas como las de Chopitea siguen existiendo en nuestros días, pero con toda probabilidad se echa de menos esta generosidad que permite mejorar las condiciones de vida de los coetáneos, al tiempo que transferir un patrimonio cultural muy importante a las generaciones futuras. Con personalidades como la suya, todo el mundo gana.