¿Para quiénes deben ser las fiestas populares?
Estos días se han vuelto a repetir las colas para ver las calles engalanadas de las Fiestas de Gràcia. En algún caso, tan largas que han desesperado a los visitantes. También se han repetido las calles anchadas por los conciertos nocturnos, seguidos de gritos, cánticos a todo volumen y todo tipo de ruido hasta altas horas de la madrugada. La presidenta de la Fundación de la Fiesta Mayor, Lina López, explica que ha sido un año con menos afluencia y que medidas como la Noche Tranquila, sin amplificadores, y aplazar la entrega de premios han ayudado. Pero no nos engañemos: las Fiestas de Gràcia siguen masificadas y muchos vecinos que no se sienten implicados aprovechan para hacer vacaciones y huir del barrio.
Es normal que llamen la atención: los gracienses que las viven le dedican mucha energía durante meses y el resultado en muchas de las calles es espectacular. A los adornos se añade la oferta de música y barras en casi cada calle –aunque ya no haya el alud de conciertos de grupos conocidos que había llegado a haber– y la promesa de juerga, en uno u otro rincón , hasta bien entrada la madrugada. Graciencs, barceloneses que deben pasar agosto en la ciudad y visitantes del resto del país y del extranjero responden en masa y llenan el barrio hasta niveles, aún también este año, en algún momento poco sostenibles.
Cuando los vecinos de un barrio o de un pueblo se organizan para celebrar una fiesta, ya sea la Patum en Berga, San Juan en Ciutadella o la fiesta mayor en el barrio de Gràcia de Barcelona, son ellos los que n deberían ser los protagonistas. El resto, los que acuden para verlo, para contagiarse de su espíritu asociativo, colaborador y festivo, deberían quedar en segundo plano. Porque las fiestas populares son de todos, pero sobre todo deben ser de quienes las viven lo suficiente para impulsarlas con su esfuerzo. No lo hacen para ellos, normalmente son voluntarios que ofrecen su trabajo a los conciudadanos, y precisamente por eso debería respetarse.
Que haya descendido la masificación en las Fiestas de Gràcia es una buena noticia. Aunque no es suficiente, sobre todo para los vecinos que intentan dormir de noche –en algunas calles el ruido de madrugada se hace insoportable– y que no les queda más remedio que convivir con la suciedad y los inodoros públicos a menudo sobrepasados. Habrá que profundizar en las medidas para favorecer la convivencia de festeros, vecinos y visitantes. Aunque haya podido bajar la afluencia, la masificación sigue siendo evidente y puede acabar matando a las fiestas.
Visitantes de aquí y de fuera deben vivir las Fiestas de Gràcia como lo que son: externos que quieren disfrutar del trabajo desinteresado de un grupo de ciudadanos que se juntan para hacer una expresión cultural única y que hay que proteger . Habrá que buscar más medidas para que el exceso no ahogue la cultura popular. Por mucho que puedan ser suficientemente pintorescas para que los turistas las visiten y se hagan selfiesen cada esquina, las fiestas no son una atracción turística. Y Gràcia tampoco debería transformarse en un parque temático durante los quince días de agosto en los que se engalana.