Diez razones de la vigencia de '1984', de George Orwell
Leer ahora el clásico inglés, que publica La Magrana con una nueva traducción catalana, es una experiencia inquietante y reveladora por las conexiones con un presente en el que abundan las 'fake news', el totalitarismo renace en algunos países y el teléfono móvil es una herramienta eficaz para conseguir datos de la ciudadanía
Barcelona"La guerra es paz". "La libertad es esclavitud". "La ignorancia es fuerza". Estos son los tres eslóganes que se pueden leer por todas partes en la ciudad de Londres donde vive Winston Smith, un funcionario de 39 años que un buen día comete dos actos subversivos: empezar a escribir un dietario –en la sociedad donde vive, la individualidad está mal vista– y llenar media página con una consigna que pone en peligro su vida, "Abajo el Gran Hermano".
Estamos en el mundo de 1984, la pesadilla que George Orwell (1903-1950) ideó a finales de la década de los años 40, retirado en la isla escocesa de Jura. Atemorizado por el posible estallido de una guerra nuclear y horrorizado contra los regímenes de Hitler y Stalin, el escritor y periodista explicó la peripecia de un personaje que se levanta contra un régimen político pensado para acabar con la libertad de sus ciudadanos. La novela continúa manteniendo una vigencia perturbadora más de siete décadas después de aparecer.
La sociedad totalitaria que Orwell describe en 1984 es "una mezcla entre ideología, burocracia, tecnología y miedo", explica el ensayista Dorian Lynskey en El ministerio de la verdad (Capitán Swing, 2022), donde reconstruye las influencias de la novela, el proceso creativo y la larga influencia que ha tenido. En el libro, Orwell disparaba contra el nazismo y el comunismo soviético, pero, leyéndolo ahora, la Oceanía donde vive Winston Smith puede recordar a la China de Xi Jinping, la Rusia de Vladímir Putin y la Corea del Norte de Kim Jong-un. "Tanto Orwell como Hannah Arendt, que en 1951 publicó Los orígenes del totalitarismo, llegaron a conclusiones similares –continúa–. Estos regímenes buscan materializar una fantasía, y el espacio entre mito y realidad solo puede eliminarse con un engaño permanente y una crueldad sin precedentes".
También los Estados Unidos de Donald Trump vienen a la cabeza cuando se relee el clásico de Orwell, sobre todo en cuanto a la inestabilidad de la verdad. "Quien controla el pasado, controla el futuro; quien controla el presente, controla el pasado", dice otro eslogan del Partido que gobierna bajo el dictado implacable del Gran Hermano. "Durante los años que gobernó Trump se habló mucho de fake news –recuerda Lynskey–. Tanto el expresidente como sus compañeros de partido cambiaron el sentido de la expresión: hablan de fake news para referirse a noticias reales que no les gustan, y en cambio las mentiras flagrantes han pasado a llamarse hechos alternativos".
Para Dorian Lynskey, el gran problema no es que desde el poder se quiera intoxicar a la opinión pública. "Tanto en Europa como en Estados Unidos no hay nadie que te obligue a tragarte estas mentiras, pero cada vez hay más gente dispuesta a creérselas –dice el ensayista–. Esto es preocupante".
Aunque la tecnología no tenga una gran presencia en la novela de Orwell, el control de la ciudadanía que tienen las telepantallas hace pensar en todo lo que los teléfonos móviles saben de sus usuarios. "En el siglo XXI, la moneda de cambio de la industria tecnológica son los datos –recuerda Dorian Lynskey–. Poco o mucho todos explicamos de forma rutinaria a empresas como Facebook y Google qué nos gusta y qué no, quiénes son nuestros amigos, dónde estamos, qué hacemos..."
La escritora Rebecca Solnit está convencida de que Google es un "Gran Hermano sofisticado". "La cibercultura es modelada por corporaciones poderosas que desprecian la privacidad desde un punto de vista comercial y filosófico –explicaba en 2014–. No ha supuesto una ruptura con el pasado, sino una expansión de lo peor de este pasado". En este sentido, Shoshana Zuboff, socióloga y profesora emérita en Harvard, alertaba en La era del capitalismo de la vigilancia (Paidós, 2020) de que "cada vez que usamos internet cedemos inconscientemente parte de nuestra soberanía personal a un poder opaco, sin límites ni fronteras". "Las telepantallas de Orwell ponen en práctica un gesto muy sencillo pero eficaz –recuerda Dorian Lynskey–: aquella pantalla que miras, en realidad te está observando a ti".
"Cada personaje de 1984 representa una actitud diferente de vivir durante un régimen totalitario –afirma el autor de El ministerio de la verdad–. O'Brien es un fanático. Julia es una cínica. El señor Charrington es un delator. Muchos de los trabajadores del Ministerio de la Verdad se comportan con lisonja". El protagonista de la novela tampoco queda muy bien parado: "Winston es racista, misógino y cobarde. A través del acto de valentía de escribir la primera entrada del dietario empieza a cambiar".
La integridad moral pasa a ocupar un lugar cada vez más central en la vida del funcionario. "Aunque sus valores sean elogiables, él a solas no puede derrotar al sistema –dice Lynskey–. Si un régimen como el de la novela pudiera ser derrotado por alguien como él, la advertencia que quiere hacer el libro no tendría sentido".
"Uno de los motivos que demuestran el gran impacto de la novela es que desde muy pronto se incorporaron palabras de la novela al lenguaje corriente, como por ejemplo doblepensar, 2 + 2 = 5, la Policía del Pensamiento, y el Gran Hermano", recuerda Dorian Lynskey. Se trata de "una manera diferente de explicar el mundo fácilmente aplicable al nuestro". De hecho, desde la novela, la palabra orwelliano –que hizo popularizar la escritora Mary McCarthy– designa una realidad tortuosa, desesperanzada y perturbadora. Desde finales de los años 90, el Gran Hermano bautizó un reality televisivo de gran popularidad, todavía en activo en países como Alemania, Brasil, Estados Unidos, Canadá y la India.
Además de tener unos cuantos giros argumentales golosos, 1984 es una novela que se distingue por la gran cantidad de capas narrativas que contiene. "Orwell escribe sobre un estado totalitario e instala al lector en un estado constante de incertidumbre –explica Lynskey–. Leerlo de manera literal es imposible, porque está lleno de sueños, alucinaciones, recuerdos confusos, informaciones falsas y referencias a enfermedades mentales. Es una fantasmagoría, una pesadilla inacabable". Se ha leído a menudo como una novela que persigue ofrecer una verdad, pero la estrategia de Orwell para llegar a ello –si es que lo consigue– es laberíntica.
Aunque sea ficción, se ha tenido la tendencia de leer 1984 como un ensayo encubierto. Algunas de sus ideas se han usado desde un amplio abanico de opciones ideológicas, desde la extrema izquierda de los Panteras Negras hasta la derecha neoliberal. Incluso una compañía como Internet Research Agency, vinculada al Kremlin, que en 2016 contribuyó a la victoria electoral de Donald Trump "infectando las redes sociales con historias sociales que querían crear confusión, cinismo y división" –según recuerda Dorian Lynskey–, atribuyó a la novela de Orwell una cita inventada: "La gente cree lo que los medios le dicen que crea".
Fue precisamente en 1984 cuando Margaret Atwood empezó a escribir El cuento de la criada, una de las distopías literarias más celebradas de las últimas décadas. Popularizada todavía más gracias a la adaptación televisiva –que se empezó a emitir en 2017–, ha tenido una secuela por parte de Atwood, Los testamentos. "En tiempos desesperanzados proliferan las distopías", dice Dorian Lynskey. Quizás por eso sea un subgénero literario muy cultivado últimamente. Lo han hecho autores como Kazuo Ishiguro, Don DeLillo, Hanya Yanagihara, David Mitchell, Manon Steffan Ros y Jeanette Winterson. En literatura catalana destacan aportaciones como las de Teresa Colom (Consciència, 2019), Núria Perpinyà (Diatomea, 2022) y Pol Guasch (Napalm al cor, 2021).
Igual que Mecanoscrito del segundo origen, de Manuel de Pedrolo, y La naranja mecánica, de Anthony Burgess, 1984 conecta con los lectores adolescentes. "La novela de Orwell es aparentemente accesible: es intrigante y da miedo a ratos –admite Dorian Lynskey–. Aun así, no tiene nada que ver con un thriller, porque tras esta estructura profundiza en la naturaleza humana: en la corrupción del poder, la lucha por los ideales y la fuerza del amor". Lynskey recomienda leerla después de La granja de los animales, parábola del estalinismo protagonizada por un grupo de animales que planean rebelarse contra el amo. "1984 es más compleja porque carga contra toda clase de totalitarismo, sea de derechas o de izquierdas –dice–. En la raíz de la novela están los meses que Orwell pasó en Catalunya, durante la Guerra Civil. Él iba para combatir el fascismo, pero descubrió que el odio entre las varias facciones de izquierdas era más ensañado que el que sentían contra el bando opuesto".
Joan Viñas fue el primer traductor de 1984 al catalán. El libro lo publicó Vergara en 1965. En 2003, Edicions 62 publicaba una nueva versión de Lluís-Anton Baulenas.Casi dos décadas después, Albert Nolla ha vuelto a traducir el libro de Orwell para La Magrana, que en enero publicará también La granja dels animals y Homenatge a Catalunya. Nolla ha traducido, del inglés, a autores como Paul Auster, V.S. Naipaul, John Irving y J.M. Coetzee. Del japonés se ha ocupado, entre otros, de Haruki Murakami, Junichiro Tanizaki, Sayaka Murata y Ryunosuke Akutagawa, de quien Edicions de 1984 –la editorial catalana más orwelliana– acaba de publicar Carta a un vell amic i altres relats.