La disidencia contra Putin tiene un precio, y es la muerte
Alexéi Navalni era un disidente contra la Rusia de Putin que aceptó, con una serenidad de espíritu pasmosa, cuyo destino más probable era la muerte si llevaba la lucha hasta las últimas consecuencias. Cabe subrayar que Navalni regresó a Rusia voluntariamente desde Alemania en el 2021 tras recuperarse de un intento de envenenamiento. Y nada más bajar del avión fue arrestado. Putin optó entonces por un sistema mucho más cruel para acabar con su más firme opositor: la tortura psicológica y el castigo temporal alargados en el tiempo. Como la cárcel donde estaba no parecía afectar suficientemente a la salud de Navalni, el régimen decidió enviarlo a la colonia penal IK-3, a la localidad ártica de Kharp, considerada una de las prisiones más duras de toda Rusia, que ya es decir. Desde allí se ha informado de la muerte de Navalni en un lacónico comunicado que sólo intenta disfrazar lo que es el resultado de un asesinato político más de Putin, una condena a muerte al más puro estilo del gulag estaliniano.
Es hace difícil saber qué impacto interno tendrá la muerte de Navalni, que consciente del riesgo que asumía dejó grabado un vídeo en el que anima a sus compatriotas rusos a derribar al régimen, a no rendirse. Pero lo que es evidente es que su figura de mártir tiene ahora un mayor impacto simbólico. Navalni ha muerto por defender la democracia en Rusia contra la tiranía de Putin, y lo ha hecho exhibiendo una firmeza fuera de lo común y mirando a los ojos a su enemigo, lo que debería hacer despertar muchas conciencias. Por desgracia, el contexto de la guerra en Ucrania no ayuda en una sociedad que hoy está imbuida de nacionalismo ruso y reprimida hasta el extremo por un estado que esconde las cifras de sus fallecidos en el campo de batalla.
Rusia es ahora mismo una dictadura infernal para sus ciudadanos y el principal elemento de desestabilización del orden mundial, y es necesario actuar en consecuencia. El sueño de una Rusia democrática después de la etapa comunista se desvaneció hace años ante nuestras narices sin que hubiera ninguna reacción. Hasta que ha sido demasiado tarde con la invasión de Ucrania. La muerte de Navalni debe servir para que tanto la Unión Europea como Estados Unidos dejen claro que no hay camino posible para reconducir las relaciones con Rusia mientras Putin continúe al frente. Hay que insistir en las sanciones y el aislamiento económico, hay que seguir ayudando a Ucrania a resistir, hay que ayudar a la disidencia interna, y hay que combatir a aquellos que, a menudo sin ser conscientes de ello, hacen el juego en Moscú.
La vida de Navalni, como todas, tiene claroscuros, pero lo que cuenta es su mensaje final. La decisión de combatir la dictadura poniendo la propia vida como prenda, siendo consecuente hasta el final con la esperanza de que su ejemplo serviría para despertar al pueblo ruso y hacerle ver que no tiene por qué aceptar vivir bajo un régimen autoritario cuando existe la posibilidad de hacerlo en una democracia liberal como las europeas. Esperamos que los seguidores de Navalni puedan hacer realidad su sueño algún día.