Gracias, señora; su ejemplo, efectivamente, ha cambiado la vergüenza de bando
Gisèle Pelicot no es una víctima. No lo es en el sentido que quisieran sus violadores y los muchos hombres que encuentran soportable lo que hizo su marido. Él, Dominique Pelicot, condenado ahora a la pena máxima de 20 años de cárcel, explicó que lo hizo para satisfacer su fantasía sexual "de dominar a una mujer rebelde". Es "la fantasía" de muchos hombres. Dominar y someter a la mujer, ese pedazo de carne sin derechos ni alma, que no se aviene a sus deseos. Y hacerlo como sea: empleando la violencia o el engaño, en la mayoría de casos, o, en este caso concreto, utilizando la sumisión química para evitar que ella se diera cuenta. Más cobardía e ignominia parece imposible. Pero es posible. No sólo la violó él, sino que hizo que otros hombres, igualmente ignominiosos, también la violaran mientras él los grababa. Es tan abominable, tan perverso, tan malvado, que ciertamente parece imposible. Salvo el marido, el resto de acusados acabaron con penas de entre 3 y 15 años de cárcel, en todos los casos inferiores a las que pedía la Fiscalía. El tribunal –tres mujeres y dos hombres– debe comprado la excusa de buena parte de ellos de que no eran conscientes de que ella estaba drogada y, por tanto, no les ha aplicado el agravante "de administración de sustancias".
No es extraño el enfado que ha mostrado la familia por este hecho, a pesar de que ella concretamente no ha querido hacer referencia a ello en su comparecencia en la prensa, en la que, como siempre, se ha mostrado ponderada, digna y valiente . Las manifestantes que le apoyaban fuera del tribunal de Aviñón, sin embargo, calificaron las sentencias de vergonzosas y "ridículamente bajas". Sienten, como las muchísimas mujeres, y también muchísimos hombres, que han seguido la evolución del juicio, rabia e impotencia ante unos acusados que han logrado, gracias a la legislación francesa que impide el acceso de cámaras a la sala, eludir de momento "la pena del telediario". Y ahora, además, algunos también se benefician de penas reducidas. Para que la vergüenza realmente cambie de bando, que ha sido el lema de este juicio, habría estado bien quizás se conocieran las caras de los violadores. Las redes han difundido algunas con el objetivo, quizás ilegal pero comprensible, de avisar a otras mujeres cercanas de que la persona aparentemente normal que tienen al lado es un violador, y que en muchos casos encima dice que no era consciente.
El caso Pelicot remueve conciencias por muchas razones. Por la barbarie que supone, porque todo esto ha pasado al ámbito familiar por parte de la persona más cercana, por el medio empleado para violarla, por el escarnio de ofrecerla a otros hombres, por el perfil y la connivencia de estos otros hombres a participar, por la duración de los hechos... Esto, sin embargo, ha ocurrido seguramente en otras ocasiones y está pasando ahora mismo en muchos lugares. Lo que marca la diferencia de este caso y ese juicio es que ella, Gisèle Pelicot, no ha ido de víctima, no se ha escondido, no ha callado, no ha bajado la mirada, no se ha avergonzado de nada porque ella , efectivamente, no tiene nada de qué avergonzarse. La vergüenza ha cambiado de bando. La vergüenza de llevar a cabo "fantasías sexuales" que implican violaciones, la vergüenza de un machismo y una forma de funcionar que forman parte inseparable de una cultura patriarcal que todavía es dominante. Gracias, Gisèle Pelicot, por denunciarlo y hacerlo posible.